Análisis de Ratchet & Clank

El mundo de las mascotas de videojuegos es un fenómeno fascinante que se puede dividir en tres fases más o menos claras: la primera ola, liderada por Mario y Sonic y seguida por un pelotón algo forzado compuesto por Pac-Man, Kirby, Donkey Kong, Mega Man y algunos otros clásicos —Sparkster, de Rocket Knight Adventures, por ejemplo, tuvo un magnífico juego y poco impulso promocional; o Bubsy, insoportable en todas las facetas—; una segunda ola que trataba de imitar a la primera en un contexto muy distinto, con calidad dispar en los juegos y un paupérrimo nivel de simpatía en general, como por ejemplo Crash Bandicoot, Banjo & Kazooie, Spyro the Dragon, Croc, Gex, Medievil, Conker’s Bad Fur Day o el jodido Rascal, una época de pesadillas poligonales a baja resolución. Y finalmente tenemos una tercera ola, la de Jak & Daxter, Sackboy o Ratchet & Clank, que cambiaron de manera radical de referentes y dejaron de fijarse en las mascotas de videojuegos para tratar de imitar, al menos en cierta medida, a los personajes extremadamente expresivos y de un humor para todas las edades con los que Dreamworks y Pixar asaltaban la taquilla todos los veranos. 

Quizá el caso de Ratchet & Clank era el más evidente y el más descorazonador: pese a ser un buen juego, en 2002 la técnica y el estado de madurez de la industria no permitieron que su aspecto se pareciese todo lo que sus creadores querían a la animación 3D del momento. Catorce años después se puede decir sin miedo que este nuevo Ratchet & Clank sí alcanza el nivel visual que se pretendía desde el principio y que quizá, de algún modo, este remake es más fiel a la visión original que sus autores quisieron plasmar. Puede que el inminente estreno de la película de Kevin Munroe tenga mucho que ver con este paso al frente en términos expresivos y cinematográficos.

Llama la atención, eso sí, la cautela con la que Sony e Insomniac están promocionando este título, y lo digo sobre todo porque en una era de remasters, reediciones, remakes, recopilatorios y refritos, el nuevo Ratchet & Clank aporta un sorpresivo soplo de aire fresco al plataformeo mascotil y tiene en sus diez o doce horas de duración mucho más de juego nuevo que cualquier otra propuesta reciclada. Sus creadores tendrían motivos de sobra para tratar de vendérnoslo con toda la grandilocuencia y los fuegos de artificio, porque el revisionismo en esta nueva aventura es profundo y transversal, abarcando todas las facetas del juego pero sin olvidarse de su origen y sin destruir un canon construido pieza a pieza durante una docena de entregas.

La excusa para volver atrás en la historia está estupendamente bien encajada en el lore: no solo el propio juego es el primero en reírse de sí mismo destacando que se trata de un juego basado en una película basada en un juego (un caso literal de The Game: The Movie: The Game), sino que el inicio justifica este retorno como una especie de flashback que arrancia in media res en el que Captain Qwark le explica a un compañero de prisión la leyenda del Lombax mecánico y orejudo que quería convertirse en Ranger. Eventos que el juego original despachaba en un par de cinemáticas, aquí cobran dimensión de nivel completo. Ratchet & Clank no solo enriquece la propuesta inicial con los avances técnicos, sino que también aprovecha mejor el contenido original.

Donde más destaca Ratchet & Clank es sin duda en el apartado visual: antes he dicho que por fin han logrado ponerse a la altura gráfica del cine de animación 3D, y esto puede parecer una afirmación sin demasiado peso pero cuando uno ve en su pantalla muñecos con ese grado de detalle, con esas texturas y esa manera de moverse lo cierto es que impresiona bastante. Los entornos de algunos niveles exteriores también son espectaculares, plagados de detalles, con extensiones muy grandes que no cargan nunca con retraso y una iluminación realista que baña todo el territorio y realza los coloridos mundos que nos invitan a recorrer.

Hasta aquí podría tratarse de un lavado de cara de esos que rascan la roña y un poco de ampliación de horizontes, pero la realidad es mejor aún: Ratchet & Clank toma como punto de partida el principio del primer juego, pero poco a poco va incorporando elementos de varias de sus secuelas. Villanos de la tercera parte tienen aquí su espacio, y además de armas locas (una tradición en todos los juegos de Insomniac: soltarse la melena con la creatividad armamentística) como la que pixela a los enemigos y se incluyen gadgets como el jetpack que aparecía al final de la trilogía Future. Convenciones de esta época como los niveles de progreso de personajes, la mejora de armas (que nos permite elegir exactamente qué mejorar en función de nuestras preferencias), la compra de ítems con divisa interna y la forma en que el arsenal crece y muta según nuestro estilo de juego es una demostración de cómo doblegarse a los estándares modernos sin perder la dignidad, vertiendo en el caldo solo los ingredientes oportunos y en la medida ideal.

En este sentido el juego echa mano del género que dio un golpe de estado en la última generación y media: el sandbox. Y lo hace, de nuevo, con acierto: no solo los planetas son en sí mismos pequeños mundos abiertos (quizá más bien pasillos anchos de varias ramificaciones en la práctica), sino que se nos permite volver cuando queramos a niveles anteriores y utilizar nuestras nuevas capacidades para acceder a áreas hasta entonces imposibles donde hay recompensas. Es la fórmula metroidvania aplicada solo en la vertiente opcional de exploración y completismo: esa cueva del primer nivel que es imposible alcanzar con tu doble salto normal puede ser accesible dentro de un rato cuando consigas un propulsor, pero si no lo haces puedes terminar el juego de todos modos sin problema.

Los defectos que se le pueden sacar, al menos en mi experiencia, son en parte inherentes a la propuesta misma de traer de vuelta un juego de hace catorce años. La mecánica de hack and slash mezclada con shooter en tercera persona y algunos tramos de plataformas siempre suele funcionar por sí sola a poco que el diseño de niveles sea correcto, pero hay áreas en las que el juego sufre un considerable bajón de ritmo al mínimo amago de flojera en la regularidad del diseño. No sé si es fruto de lo vertiginoso de la acción desde el principio, si querían introducir una suerte de zonas de relajación deliberadas o algo así, pero se convierten en momentos de una extraña soledad difícil de encajar en el tono ágil del resto del juego. 

Si de algo se le puede acusar a Ratchet & Clank es querer gustarnos con cierta impaciencia. No hay que olvidar que es la adaptación de una película de animación cimentada sobre la idea de gustar a los niños, y en el juego se produce un flujo continuo de tics, bromas y gestos que evidencian la obsesión casi desesperada de sus personajes por alcanzar el Santo Grial de los títulos protagonizados por animales que hablan y parpadean: el carisma. No sé si se puede hablar de éxito en esa misión tan complicada, pero al menos como juego no se le pueden discutir varias virtudes: es bonito y es muy divertido. [8]