Análisis de Resident Evil: Operation Raccoon City

Un capítulo de alguna serie, supongo que de CSI, empezaba con unos obreros encontrando un cadáver emparedado. Me vino eso a la cabeza durante una visita al hospital de la Ciudad Mapache, al ver un columna con brazos. Cada uno salía por su lado y ambos se agitaban sin coordinación. A ese pobre diablo le habían hecho también la jugada del encofrado y ahora, zombificado por obra y gracia del Virus G —malditos poros del hormigón barato—, intentaba sin éxito salir de allí. Tenía que ser eso, sí. El segundo Resident Evil, con un tal Hideki Kamiya debutando como director, era uno de los intocables. Capcom se lo guardaba como as en la manga, podía pensar uno, para pasarlo por la máquina de hacer remakes en el momento oportuno. Y sin embargo, aquí llegan los canadienses de Slant Six Games para coger mucho de ese Resident Evil 2, pillar también un pellizco de la tercera entrega e intentar dar forma a un shooter más duro que puro, en tercera persona y con la cooperación a cuatro como gancho. Cuando juegas sin compañía, una IA especialmente inútil controla al resto del equipo Delta, el grupo del Servicio de Seguridad de Umbrella con el que la farmacéutica pretende borrar los rastros de su relación con el percal. Las partidas en red son casi un requisito mínimo y eso es algo que el matchmaking, por su funcionamiento, parece no tener del todo claro. Nada que un parche o unos pocos amiguetes conectados no puedan solucionar… a diferencia de los verdaderos problemas de Resident Evil: Operation Raccoon City. El desastre de las coberturas es seguramente lo más significativo del conjunto. La intención de usar el stick izquierdo para pegar la espalda a la pared deriva en un sistema muy dado a no responder como se espera, que convierte el registro de habitaciones pequeñas y oscuras en un cachondeo. Además, se pone de acuerdo con fallos todavía más gordos —no te detienes al llegar al final de la superficie que te protege, ni puedes saltar por encima de ella, ni deberías esperar transiciones de una a otra— para incomodar al jugador. El mismo efecto consigue la omnipresente brusquedad: por el movimiento de tu punto de mira y por las malas animaciones de los enemigos, lo de hacer coincidir retícula y objetivo es una experiencia poco apetecible y divertida. Los enfrentamientos con soldados —más resistentes de lo debido— acentúan todo esto. En cambio, tanto las hordas de no-muertos como Hunters, Lickers y demás fauna de la franquicia lo maquillan hasta cierto punto. El peso de ambos grupos acaba siendo similar en misiones moderadamente repetitivas y básicas, pero no del todo malas, especialmente cuando prescinden de jefes tan descafeinados y tediosos como Nicholai o la pareja de Tyrant —modelo con gabardina—. Seguramente habría sido bueno mirar un poco más al fantástico Left 4 Dead, agobiar de verdad multiplicando el número de come-cerebros en pantalla y usar las «armas bio-orgánicas» para potenciar un componente táctico poco importante aquí. No estaría pensando en la imitación como plan B si Operation Racoon City hubiese desarrollado mejor algunas de sus ideas interesantes. El modo semi-automático de utilizar la pipa con LB logra transmitir ese rollo de equipo de élite letal y coordinado, pero sus implicaciones jugables son escasas. Casi lo mismo cuando te infectan y la cura pulverizada no llega a tiempo: en lugar de protagonizar un pequeño conflicto de intereses con consecuencias a medio plazo, debes conformarte con mirar como tu avatar ataca a los compañeros, que te acribillan sin problema y te resucitan, como si nada, al segundo. Lo del potencial desaprovechado queda especialmente claro en los modos competitivos, con dos equipos enfrentándose por el mayor número de muertes, por banderas en forma de viales, por subir al helicóptero de extracción, por cargarse a los personajes míticos del bando contrario… Siempre dejando ahí en medio el montón de cadáveres andantes y bichos varios. La idea del conflicto a tres bandas funciona aquí mejor que en toda la campaña, pero el pobre control y las mecánicas nada inspiradas golpean de nuevo. Puestos a ver el vaso medio lleno, Resident Evil: Operation Raccoon City es competente en aspectos como los relacionados con la progresión y la diferenciación entre clases —con habilidades específicas como la invisibilidad o la posibilidad hacer que un zombi se lance contra sus semejantes— o la variedad en el arsenal. Diría, si me diera un ataque de optimismo mientras me abro paso a cuchillazos, que incluso tiene sus momentos. También me parece lo bastante respetuoso al aprovecharse de una vaca que, lo aclaro para los que no vayan a opinar igual, a mí no me parece tan sagrada; sí, Leon, Claire y sobre todo Birkin están especialmente feos, pero Slant Six Games hace lo que puede para arañar algo de personalidad con esta ambientación y lo de revisitar localizaciones como la comisaría con una historia no canónica me parece más un punto a favor que un ultraje. Poco importa, al final. Operation Raccoon City es un título de acción mediocre, un producto de segunda que mezcla lo no muy bueno con lo decididamente malo y se deja ahí algunos bugs para no dejar lugar a dudas. Y eso está por encima de las plantas verdes, de Nemesis, y de la Sonata Claro de Luna. [4]