No es difícil llegar con buena predisposición a Snakebird porque es un juego alegre, bromista desde el título: Snake, por la serpiente a la que tanto jugamos en los Nokia, y Bird, por la temática aviar pero quizá también por el selling point de ese Flappy Bird que protagonizó algunas de las mejores historias del año pasado. Con este punto de partida, como para entrar de malas: a Snakebird, punto a su favor, se llega animado, algo que ayuda a superar las primeras partidas, en las que se nos explica, siempre de forma muda, por qué demonios querríamos ser un pájaro serpiente y cómo funciona esta inesperada revisión de las mecánicas básicas de la Serpiente mezcladas con la visión de la dificultad del one hit wonder filipino.
La cosa va de mover a nuestra serpiente pájaro (o viceversa, como antes) en ángulos de 90 grados para comer las frutas, creciendo un poco con cada una de ellas, hasta abrir la salida y poder llegar a ella para terminar el nivel. Aquí, sin embargo, nuestro avatar está sujeto a las leyes de la gravedad, y los giros deben estar pensados para formar puntos de apoyo y ganchos con los que alcanzar sitios alejados; también hay que tener en cuenta qué frutas comemos antes, porque quizá no podremos alcanzar algunas con nuestro tamaño inicial, y puede que algunas veces podamos llegar a ellas pero no hacer el camino de vuelta, por tamaño o por posición o por lo que sea. Luego llega el momento en el que juegas con varios pájaros, para crear estrategias conjuntas que permitan a las tres llegar sin problema a la salida.
Por fortuna, los pájaros solo se mueven cuando nosotros les damos la orden; no es en tiempo real, como la Serpiente, sino por turnos. En cualquier caso: muchas variables a tener en cuenta.
Es un juego de puzzles más bien humilde pero con un buen gusto ejemplar. Conocemos la importancia de un buen diseño visual en un videojuego, en general y de puzzles en particular; en Snakebird, todo tiene una coherencia formidable, desde los niveles hasta los pájaros: impagable la animación del mundo, y muy conseguidos los gestos de los pájaros al acercarse a un peligro. Tiene sentido que un logro registrado por el juego sea el de hacer clic en tantos elementos del escenario como veamos, cada uno con sus sonidos y sus animaciones para cuando interactuamos con ellos: aunque no sirve para nada, dan ganas todo el rato de toquetear lo que hay en el escenario, como pidiendo de alguna forma saber más, querer conocer qué hace cada detalle mínimo de los niveles cuando entramos en contacto con él.
Todo lo que tiene de bonito ayuda a que el contraste con la dificultad muy elevada sea mayor, claro. La dificultad le juega pasadas regulares a Snakebird, a veces: es muy complicado llegar a un buen punto medio entre la accesibilidad que hace resta importancia a nuestra acción y la exigencia que hace que cada decisión importe, y Snakebird no siempre está a la altura. Tener a nuestra disposición botones de deshacer y rehacer movimiento es muy útil, pero puede llegar a anular la planificación y la visión del puzzle a medio plazo; ningún puzzle está mal pensado, pero en ciertos momentos (cuando la dificultad nos desborda, o cuando simplemente no nos apetece pensar de esa manera) el juego, no oponiendo resistencia a ello, parece animarnos a probar tantas combinaciones como nos sean posibles en el menor tiempo, forzando los puzzles hasta resolverlos. Es una forma fea de jugar que queda especialmente poco elegante en Snakebird: es una forma de jugar a la que llegamos, porque nada ni nadie nos pone límites ni nos anima a llegar al final sin jugar así.
Lo cual no quita, por lo demás, que Snakebird sea un juego de puzzles muy, muy estimulante, divertido, intrigante y que sabe suponer un desafío para aquellos que se atrevan a cruzar sus portones multicolor y a priori tan poco amenazantes. Snakebird no es broma. Como las creaciones de esos científicos locos que se dedicaban, o se dedican, a cruzar animales de distintas especies, el resultado de esta mezcla de serpiente y pájaro tiene un algo de hardcore de lo que no todos pueden presumir. Hace falta algo de genio chiflado para llegar a Snakebird. [7]
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¡Qué gracioso es el jodio!
Veo PC, Mac y Linux y mi Vita se pone triste. Una pena, porque es carne de plus.
Joder, pues si hasta en el tralier ya te enseñan varias maneras de cagarla y solamente una de cómo acabar bien parece significativo de su dificultad. Pero qué boinito.
7 amarillo yo te invoco!!!
Me parece que esta BIEN. Sin pasarnos, pero guay 🙂
¡¡Un siete amarillo!!!