Análisis de Sonic Generations

Fueron muchas las horas que pasé con el MSX y el Spectrum de mi tío, pero no cuentan. Me parece justo —y me gusta más— decir que empecé a jugar así en plan bien la tarde-noche de mi sexto aniversario, en noviembre del 91. No sabían mis padres lo que habían hecho comprando esa Master System II con el cartucho protagonizado por el animalico azul. Los 20 años de Sonic son mis otros tantos como jugador, como Seguero.

Después de los primeros saltos por Green Hill llegaron las camisetas, las pegatinas, los cromos de Bollycao, los pines, los pósters de la Hobby, mi peluche e incluso una jodida alfombra. Fui de esos y en cierto modo lo he seguido siendo —creo que no queda otra—, aunque la cosa ha estado complicada últimamente. Desde hace demasiado, recordar a Sonic es algo mucho más apetecible que jugar con Sonic. Las decepciones se sucedían, el tamaño de las chorradas y los fallos aumentaba, la mascota dejaba de ser nuestra. Sonic Generations parecía, por fin, tener una ligera idea sobre la forma de cambiar esa tendencia. Me emocioné, está documentado, con el anuncio de este curioso repaso a la carrera del erizo. Ya había sufrido bastante. Ya tocaba una alegría.

Un ente fantasmagórico capaz de manosear el contínuo espacio-tiempo sirve de excusa para juntar, supongo que ya lo sabéis, al Sonic de los últimos títulos con el héroe bajito y regordete de los viejos tiempos. Ambos, por separado y a su manera, deben superar zonas rescatadas —pero reimaginadas— de jueguicos anteriores para dejar sus mundos como estaban y rescatar de paso a varios compañeros capturados.

Cada Acto 1 es una vuelta a la época de Mega Drive, con fases en dos dimensiones para un Sonic clásico, que ni sabe grindar ni necesita salir disparado hacia los enemigos. Suelen, además, ser geniales; aunque el control no es calcado al que lo empezó todo —el personaje es un poco más pesado y el salto se va un pelín más hacia adelante—, sí es lo bastante parecido como para rendirle homenaje. Resulta familiar y sus ligeras diferencias no se perciben como errores, sino como una correcta adaptación. No hay que pensar para medir los brincos o calcular la velocidad del Spin Dash, y eso es buena señal.

Algo similar pasa con los niveles. Aciertan cuando recuperan elementos de los originales y también cuando se animan a jugar un poco más, siempre en su justa medida —esto es, poco— con el movimiento de la cámara y la profundidad del decorado. Su diseño tiene siempre presente la verticalidad a la hora de separar caminos y encuentra con naturalidad el equilibrio entre fomentar la velocidad y evitar la sensación de pérdida de control. Es la típica habitación aparentemente desordenada, pero en la que lo tienes todo localizado; si otros no saben donde están las llaves es su problema. Plataformeo puro y del bueno es lo que sale de aquí. Nunca es especialmente difícil, pues ni los barrancos son tantos, ni los enemigos suelen conseguir más que hacernos soltar unos pocos anillos fácilmente recuperables. La complicación tiene que ver con lo de lograr avanzar por la ruta deseada —sí hay distancias que solo se pueden salvar si se va lo bastante rápido y/o se rebota con el badnik de turno— para hacer mejores tiempos o recoger estrellas rojas que desbloquean artworks y músicas.

Solo en parte se mantiene todo esto en la propuesta que el erizo moderno lleva presentando, en su forma más definida, desde Unleashed. La vista lateral es menos importante que la que se coloca tras las púas, la rapidez se desmadra un poco con el Turbo y las muertes frustrantes e injustas son más de las necesarias por culpa de un Homming Attack que sigue haciendo lo que le da la gana con cierta frecuencia y de unos escenarios que no siempre marcan bien los límites de la exploración.

El Sonic olescúl sale ganando cuando juega como local —Sky Sanctuary es una pequeña maravilla—y cuando lo hace como visitante —fantásticas las versiones adaptadas de Seaside Hill o Rooftop Run—, pero su colega estirado interpreta en Generatios su mejor papel en años, gracias sobre todo a la vistosidad de algunas situaciones. Era imposible contentar a todo el mundo con la elección de los mundos y lo cierto es que al final acaba siendo un conjunto variado y con sentido, pero que la era tridimensionalidad se quedara con dos tercios de la representación era algo fácil de evitar: Sonic 3 merecía aparecer también sin Sonic & Knuckles y la carencia de Sonic CD resulta molesta.

Sea con un protagonista u otro, cruzar 18 líneas de meta en un Sonic no es algo como para tirarse muchas tardes. No quiero ni imaginar lo breve que puede llegar a ser un speed run del juego; yo me tiré unas seis horas para ver el final, encontrando más o menos la mitad de las monedas y superando una tercera parte de los retos. ¿Lo qué? Los retos. El Sonic Team ha vuelto a apostar por una estructura pensada para estirar un poco la duración —aunque no resulta tan triste como en el por suerte olvidado NiGHTS: A Journey of Dreams— que obliga a buscar tres llaves para acceder al jefe al final de cada trío de zonas. Encontrarlas no es nada complicado: solo hay que superar uno de los diez retos, cinco para cada erizo, asignados a cada área. Desde carreras con un fantasma hasta niveles que solo se pueden superar con uno de los míticos escudos de Sonic 3 —burbuja: me gusta—, pasando por fases más o menos específicas con la participación de algún personaje secundario. Como de costumbre, la cosa se mueve entre lo entretenido y lo moderadamente pesado, sobre todo porque siempre se recicla en cierta medida el escenario principal, pero no hay que pasar mucho tiempo con eso si uno no quiere. Yo hubiese preferido que se dejara como algo totalmente opcional, pero yo no he hecho el juego.

Muy bien, eso sí, el mapa interactivo desde donde uno entra a las pantallas importantes y a los retos que acabo de comentar, muy poco escondidos encima de las puertas grandes. Ahí también están, se me olvidaba, los subjefes, los enfrentamientos con Metal Sonic, Shadow y Silver son carreras modificadas para la ocasión; muy amorosa la primera, basada en el juegazo para Mega CD, y apañadas las otras dos. También los enemigos grandes tienen su gracia, sí, aunque alguno más, sobre todo para el Sonic clásico, habría quedado de lujo.

Sonic Generations no podría hacer su trabajo, especialmente durante los primeros minutos, sin un apartado visual adecuado. Resulta ser mucho más que eso, con un diseño artístico de gusto impecable y muy respetuoso, colores y cielos azules como para volver a abrir UK Resistance y una fluidez que tiembla solo durante un par de escenas. Se ve demasiado borroso y hay algo raro con el refresco de la imagen ((No sé si es cosa de Hz o de la línea magnética y electronica por la sensibilidad de la luz, pero algo no está del todo bien ahí. Te acostumbras al poco rato, afortunadamente.)), pero por encima de todo es bonito, carajo, y de eso se trataba. Es incluso espectacular, de forma más o menos gratuita, cuando hace estallar cosas, cuando aparecen las orcas o cuando corres por las ventanas de un rascacielos. Lástima de Crisis City, que no acierta ni en una cosa ni en la otra, y tiene solo una buena idea al final del Acto bidimensional.

La misma filosofía se ha aplicado, con resultado igualmente satisfactorio, a la banda sonora. Los temas casi inalterados llegan a la patata y las nuevas versiones son más que decentes; meter una remezcla de Super Sonic Racing, la mejor canción que jamás tendrá un videojuego, así por nomaqs, en un reto sin relación alguna con Sonic R es un gol por la escuadra. Lo mismo eso de poder seleccionar el tema que sonará antes de empezar a jugar cada pantalla.

La racha se acaba cuando toca hablar de la presentación y el tono. Las cinemáticas (muy correctamente dobladas al castellano, por cierto) se olvidan de los dos decenios, siguen sin entender la diferencia entre «para todos» y «para niños»; los personajes siguen soltando solo frases tontas, apelando solo a una demografía muy concreta y poco representativa. Ves que algo falla, que no se está reivindicando un icono del medio con el tratamiento apropiado, cuando en el momento cumbre de la fiesta sorpresa los amiguetes le regalan a Sonic un maldito hot dog con un lacito. No un anillo, no una placa, no unos zapatos nuevos. Un frankfurt. Me siento un poco mal como fan por no saber que, tal y como aclara un librito que nos dieron en una presentación, el hot dog con chile picante es la comida favorita del erizo. Pues vale. Aún así, un frankfurt. En el 20 aniversario. Parémonos a pensar un momento en eso. Bueno, mejor no.

Se salvan el Sonic bueno, por mudo, y el Robotnik de antes, posiblemente el mejor personaje del juego.

Al final, por suerte, Sonic Generations es más que un producto oportunista para sacar partido de la maldita nostalgia. Es una mirada atrás encantadora, un entrañable vistazo al álbum de fotos al que le faltan extras, pero le sobran buenas intenciones. Es, sin duda, el mejor Sonic de los últimos años, aunque la fórmula bipolar es de un solo uso y el futuro se sigue viendo como algo complicado. Ya llegará. Ahora toca disfrutar de una fiesta merecida, a la que por fin se puede entrar con cierto orgullo y con todo lo necesario para hacer disfrutar a los asistentes. Habría sido mejor, eso sí, de haber tenido en cuenta la primera regla del buen cumpleaños: nunca hay que invitar a toda la clase. [8]