Análisis de Spec Ops: The Line

Entre los típicos consejos y recordatorios, un breve texto sobre la disonancia cognitiva se cuela en las pantallas de carga. No llegué a hacer la foto a tiempo, así que toca tirar de Wikipedia: «hace referencia a la tensión o desarmonía interna que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto». Es algo importantísimo en Spec Ops: The Line, sin duda: está en su discurso y su narrativa, en su protagonista y me temo que en la naturaleza del propio juego. El capitán Martin Walker recibe un indeseable curso acelerado de psicología durante la misión que dirige en Dubái. Ahí, muy probablemente entre escombros y arena —poco más han dejado las tormentas—, deberían estar el Coronel John Konrad y sus muchachos de la 33, que deberían haber terminado ya con la evacuación de los pocos civiles rezagados. La cosa se enreda, faltaría más, en un guión confuso en ciertos puntos, pero con las ideas —ese horror al que se refería Marlon Brando— y las referencias —El corazón de las tinieblas y Apocalypse Now, evidentemente— más que claras. Del mismo modo que Coppola cambió el Congo por Vietnam, Yager se lo hace venir bien con el símbolo de los Emirates Árabes. Hay buenas vistas desde los espectaculares rascacielos, que eligen entre las distintas acepciones de «contener»: unos evitan que toneladas de arena tapen las espectaculares grietas y otros están ya inundados de desierto. En cualquier parte, sin embargo, hay algo que nos recuerda que las tormentas son lo de menos: cadáveres que nadie ha descolgado de la soga, grafitis y mensajes nos recuerdan que la ciudad se ha ido a la mierda de una forma muy seria. Es bueno el juego de contrastes, con las velas por los desaparecidos y los dibujos de niños sin familia que parecen preguntar a las tiendas, a las jirafas de cristal y a la pintura dorada de qué coño ha servido tanto lujo. Hay bastante de Bioshock en la forma de presentar esas estancias que hablan —también en algunos mensajes por radio y en pequeñas historias que cuentan algunos coleccionables— y es agradable ver que la ambientación no tiene problemas para lograr lo que se propone a pesar de un apartado técnico tirando a justo. Se le notan, a Spec Ops: The Line, esas ganas de ser distinto. No está aquí para glorificar al soldado, sino para hacerse preguntas sobre sus motivaciones y sus límites; acaban siendo habituales las discusiones entre Adams y Lugo, los otros dos miembros del equipo Delta, y Walker parece tener cada vez menos ganas de separarlos. Las órdenes cada vez más difíciles de acatar dentro de un conflicto cada vez más complicado de entender hacen evolucionar al grupo, aunque su deterioro podría haberse reflejado en diálogos más profundos. Las intenciones son más que eso en las áreas evidentes, en ciertas cinemáticas y situaciones especialmente impactantes, pero no penetran como deberían hasta el núcleo de la experiencia; algunas decisiones morales se presentan de un modo extraño y la gran mayoría se resuelven sin consecuencias destacables. Se agradece la ausencia de azul y rojo en estos intentos por acercar a jugador y personaje, pero por frecuencia y trascendencia, no marcan distancias: el tono y la ambientación están siempre ahí, pero ni por esas es Spec Ops tan diferente al shooter en el que puedas estar pensando. No es algo necesariamente negativo —más bien lo contrario, en aspectos como un control familiar, unas secuencias escriptadas que saben cuándo les toca salir, transiciones fluidas entre capítulos o viejos amigos de la variedad como las torretas o los vehículos—, pero sí en cierto modo desconcertante. El diseñador de niveles Enrique Colinet hablaba de eso como un recurso para pillar a contrapié a un jugador desprevenido, pero incluso cuando llega la «colleja» y se descubren todas las cartas, los disparos a las cabezas de cientos de enemigos se sienten menos importantes de lo que dicen las secuencias de vídeo. Las ejecuciones especialmente salvajes dan munición extra y no está claro el porqué. Habrá, y lo entenderé, quien vea justo en eso una victoria: nos hemos insensibilizado a la violencia, somos salvajes, lo que decían era verdad. Tal vez, pero yo lo percibo como algo más parecido a cierta incoherencia. Disonancia cognitiva. La acción, más allá de propósitos e interpretaciones, se ajusta a los parámetros de siempre de forma satisfactoria: sabes qué armas usar en cada situación y ahí las tienes cuando toca, con sus particularidades en la precisión y en el modo de fuego alternativo —silenciador para el M4A1, lanzagranadas de regalo con el SCAR, ráfagas de tres en la AK47… —, en combates correctamente planteados contra enemigos típicos: el pesado, el saltarín con cuchillo… Comparten una IA mejorable, pero caen tras recibir una cantidad acertada, por corta, de balas. Lo mismo vale para Walker, que en mi partida palmó varias veces y solo con unas pocas pude poner como excusa el sistema de cobertura; me ha parecido detectar ligeros problemas cuando te acercas al parapeto casi en paralelo, pero la mayoría de veces funciona como uno espera y sorprende para bien la destructibilidad que te deja al descubierto. El uso de la arena, con potencial para ser una mecánica diferenciadora, acaba por no tener especial importancia que debería: gustan las nubes que levantan las granadas y más los momentos en los que disparas a los ventanales para enterrar al grupo que dispara desde abajo, y por eso no habría dicho que no a ayudas del entorno más numerosas y evidentes. Se guardan algunos rincones para eso los mapas del multijugador. De hecho, entre los modos de juego habituales destaca Enterrado, con dos equipos de cuatro intentando hacer estallar las barricadas que contienen la arena en la base contraria. El resto ya os lo sabéis: clases, experiencia y habilidades a desbloquear. Como complemento sirve, aunque un poco más de fluidez vendría especialmente bien para enganchar más allá de las típicas partidas por curiosidad. Pero sí, Spec Ops: The Line es un juego de campaña, preocupado por lo que cuenta. Creo que lo verdaderamente ejemplar habría sido llevar esa voluntad a lugares que solo un juego conoce, pero no es menos cierto que —lo leía por ahí— ese es un problema que sus congéneres están lejos no ya de resolver, sino de conocer. Así, pues, ¿un shooter más que decente con una ambientación fantástica y mucho de ese «algo más»? ¿Un juego de acción disfrutable, con cabeza, tacto y buenas intenciones que pasan por su mensaje? Supongo que me vale. [8]