Análisis de SSX

No será nieve lo primero que veamos en SSX: nuestra primera toma de contacto con el juego la hacemos en el cielo, cayendo a toda velocidad desde un helicóptero. Es en el cielo donde aprendemos a interactuar con nuestra tabla, y mejor que aprendamos pronto: vamos a necesitarlo. Las montañas de SSX son enormes y retorcidas, hostiles y exigentes; son blancas y hermosas y llenas de pinceladas de color, pero también esconden rocas y hierros y peligros. Conviene tener unas nociones básicas antes de enfrentarnos a ellas. Una vez terminamos este primer tutorial es fácil ignorarlo, más por tenerlo interiorizado que por habernos olvidado de ello, pero la forma en que interactuamos con la tabla cuando hacemos trucos es representativa del esfuerzo que han puesto en EA Canada para que esta puesta a punto de la franquicia SSX sea más que aprovechar una marca que tenían medio dormida; usando el stick derecho agarramos la tabla cuando estamos en el aire (y pasaremos mucho tiempo ahí arriba, creedme), pudiendo elegir no sólo hacia qué lado sino con qué mano. A esto hay que añadirle la posibilidad de retorcer el truco, haciéndolo más complicado y por tanto más valioso. Los cazadores infatigables de puntuaciones (levanto la mano) necesitarán tener esto muy en cuenta; en SSX cuenta la cantidad pero también la variedad. También necesitamos saber esto si queremos llegar los primeros en las carreras. La estrategia en estos casos es distinta: estar en el aire es esencial para conseguir muchos puntos, pero a la hora de ser el más rápido mejor ir lo más pegados al suelo que podamos. Y a ser posible con turbo: las maniobras puntuables nos dan un tiempo de máxima velocidad, infinito si conseguimos enlazar suficientes trucos como para rellenar la barra entera y entrar en modo Tricky. Mantener el modo Tricky el máximo tiempo posible es esencial en SSX: conseguiremos más puntos, iremos más rápido y tendremos más posibilidades de sobrevivir. Sobrevivir es también importante: cuando tenemos una avalancha pisándonos los talones, uno de los peligros que nos esperan en los retos de supervivencia, llegar de una pieza pasa a lo más alto de la escala de prioridades, y para ello necesitaremos ir rápido. El modo World Tour, una suerte de campaña individual donde viajamos por el mundo bajando por algunas de las montañas más icónicas mientras se nos cuenta la historia del equipo SSX, sirve de gigantesco muestrario donde vemos todo lo que el juego ofrece; todas las montañas y mecánicas y personajes y posibilidades que luego alcanzan su esplendor máximo en el modo Exploración. A medida que vamos jugando la línea que separa los distintos tipos de bajadas (carrera y tricks, por lo general, y en algunos casos supervivencia) se ve más clara, y nuestras estrategias para lograr el objetivo que tenemos marcado van diferenciándose más y más; en este sentido SSX es un juego muy exigente, pero también muy gratificante: la cantidad de estímulos que tiene cada bajada es suficiente para que una mala partida sepa menos mal, porque siempre tenemos una recompensar por haberlo intentado; como mínimo algo de experiencia y créditos para nuestro personaje. Es también a medida que jugamos cuando nos vamos dando cuenta del soberbio diseño de las bajadas, pensadas con sorprendente precisión para funcionar tanto para conseguir puntos como para hacerlas a la mayor velocidad. Durante la partida en el modo World Tour (que, por cierto, me mantuvo pegado al mando hasta su catártico final) en más de una ocasión pensé en lo mucho que me gustaría repetir ciertos niveles pero yendo a hacer puntos, o viceversa, y eso es posible en Exploración; la sorpresa vino, como decía, al comprobar lo bien que funcionaban, y no por casualidad: se nota mucho trabajo en cada uno de las gigantescos, por ancho y largo, descensos del juego. La magnitud de las bajadas da juego a SSX para desplegar muchos de sus puntos geniales (las geoetiquetas, los fantasmas, la rejugabilidad casi infinita), y aporta tanta profundidad a las partidas como exigencia a la experiencia general: se cuida mucho de no mostrar todas sus cartas de una vez. Tiene sentido que el modo se llame Exploración, porque el sentido de la exploración está muy arraigado en la experiencia SSX. Las geoetiquetas son un apoyo y un reto para propiciar la exploración de los rincones más escondidos de los escenarios; los fantasmas sirven para que exploremos nuevas maneras de abarcar las gigantescas bajadas; más allá de eso, el mismo RiderNet, el Autolog de SSX, nos ayuda a explorar el juego gracias a un sistema de recomendaciones aquí más necesario que nunca: puede ser un poco agobiante que nos planten 153 niveles distintos delante dejándonos total libertad para explorarlos, por mucho que la pura cuestión monetaria (hay un precio de admisión, en el dinero del juego que ganamos tras cada carrera, para muchas de las bajadas) pueda parecer ya una ligera guía. Es un placer saltar de un nivel a otro dejándose llevar por lo que RiderNet recomienda: es ágil y nos da cierto margen para elegir unas bajadas u otras. Sus recomendaciones tienen sentido, porque las calcula en función de lo que considera que podremos superar; conseguir la medalla de oro superando el tiempo prestablecido, eso sí, no es para nada sencillo. Cuando empiece a haber movimiento y sea más común encontrar geoetiquetas de otros (¡y poner nosotros las nuestras, para retar a los demás a encontrarlas!) y competir contra nuestros amigos va a ser muy, muy divertido. La parte online de SSX puede levantar polémica, pero creo que la estrechez de miras en esta ocasión no es de recibo. Que no exista un modo multijugador tradicional no es un recorte: es una decisión de diseño muy consciente para favorecer y explotar al máximo la espectacular belleza arcade del juego, una evolución genial de los piques en las tablas de puntuaciones. Ya dije que lo auténticamente brillante no es lo que SSX hace, sino cómo lo hace: la interacción entre jugadores ocurre con la misma suavidad y flow con que nosotros surcamos las colinas nevadas del juego. La cantidad de contenido que tenemos para trastear por defecto ya es considerable (es un juego de veras inmenso), pero RiderNet le da el giro perfecto para hacer que la vida del juego pueda alargarse casi hasta el infinito. Más allá de la parte social de RiderNet, los Eventos Globales, el tercero de los modos de juego, propone un buen puñado de competiciones limitadas por tiempo en las que pueden participar hasta 100.000 jugadores al mismo tiempo. Es una especie de casa de apuestas: nosotros pagamos algo por participar en un evento y nuestro objetivo es hacer el mejor tiempo o puntuación posibles con la correspondiente recompensa si nuestro resultado es decente. Nunca veremos a 99.999 personas en pantalla, claro, sino que RiderNet se encargará de mostrarnos a los que más encajan con nuestro nivel. Tengas o no amigos, lo que está claro es que el juego quiere que te relaciones con otros jugadores; lo consigue de una forma muy orgánica y nada molesta. Llevo un buen montón de horas jugando, y estoy seguro de que me quedan muchísimas más, y he encontrado algunas asperezas por el camino. Estéticamente puede llegar a ser cargante; todo funciona mientras jugamos, porque a pesar de sus puntos negros la cosa fluye bien y las montañas tienen un aspecto imponente muy bien salpimentado con detalles de color (tuberías rojas en Alaska, las estelas de luz cuando entramos en el modo Tricky máximo), pero en general todo lo relativo a los personajes es, algo que quizá arrastren de la estética rider a la que por supuesto miran, algo doloroso para la vista. No es importante. El sistema de compraventa de tablas y otros objetos es menos accesible de la cuenta, y aunque tiene su qué el hecho de que sea aleatorio (no siempre podemos comprar los mismos objetos) resulta muy frustrante estar a punto de competir en una prueba de velocidad y encontrar sólo tablas con mejores estadísticas de tricks. Esta tienda tiene un contrapunto positivo: si no queremos jugar la campaña principal sólo para desbloquear cosas podemos conseguirlas a base de jugar y conseguir créditos en otros modos. La banda sonora funciona sorprendentemente bien: no se limita a estar ahí, sino que sabe apoyar a la perfección las sensaciones que nos transmiten las partidas. En algunos momentos suena como un buen capítulo de Skins, cuando el tracklist va de Foster the People a The Big Pink; en otras, cuando la cosa se pone dubstep y son Nero y Skrillex los que salen por los altavoces, suena como, bueno, un mal capítulo de Skins, pero sobre todo siempre suena coherente. El motor de remezclas que se activa cuando enlazamos suficientes trucos y entramos en modo Tricky es otra pequeña decepción: no pasa de ser el remix de It’s Tricky de Run-D.M.C. que hizo Pretty Lights metido de mala manera entre las canciones; no termina de convencer. No es desastroso, no rompe nada, pero se queda en menos de lo que esperaba. Para los que no quieran nada de esto, claro, siempre existe la posibilidad de usar la música que tengamos en la consola, desactivando o no las remezclas del modo Tricky. SSX es el mejor arcade de deportes extremos que he jugado desde hace muchos años. Es completísimo, es emocionante y sabe escalar muy bien sus recompensas para que todo el mundo, desde el más torpe hasta el más perfeccionista, reciba justo lo que espera. Tenía muchas ganas de volver a jugar a algo así; lo echaba de menos. SSX huye del realismo y lo hace de manera valiente, con toda la caballería: intentando que sus protagonistas sean lo más extremos, sus saltos los más altos y sus piruetas las más imposibles. Los amigos de los combos millonarios enlazando cientos de trucos encontrarán aquí a un aliado, al que quizá reconozcan como viejo conocido: lo que se intenta aquí no parece tanto darle vida nueva a una franquicia sino revivir un subgénero entero. Este es un juego de los que nos permiten hacer todo lo que en la vida real no podemos hacer, porque es imposible; es una experiencia radicalmente arcade basada en reventar tiempos y puntuaciones, como las de antes pero con los pies puestos al cien por cien en el presente. Videojuego puro: quizá no sea para todos, pero estoy seguro de que todavía muchos podemos ver lo bonito de coger una rampa con suficiente fuerza como para tocar un helicóptero con la tabla. Yo lo veo, y lo veo claro. [9]