Análisis de Star Fox Zero

En una de las charlas de la última Game Developers Conference, titulada Acción Sin Fronteras (Action Without Borders), el veterano productor Atsushi Inaba, uno de los nombres más importantes de Platinum Games, explicaba la forma que tiene el estudio japonés de afrontar los juegos de acción. «¿Qué es un juego de acción?», se preguntaba Inaba en la charla. «Es una serie de acciones que responden a un output»; con ese output, explica Inaba, se refiere a «situaciones, como que un enemigo aparezca frente a ti o ser atacado». Aunque lo de juegos de acción de a entender que el jugador es el que actúa proactivamente, lo cierto es que tiene un papel reactivo: uno ataca al enemigo que se le pone delante y esquiva las balas que se le disparan, explica Inaba; «algo ocurre, y tú reaccionas a ello»; dicho de otra forma, «si no ocurriera nada, no habría nada que hacer». La dificultad se deriva de la ventana de tiempo que tiene el jugador para reaccionar: cuanto menor sea, más difícil se percibe un juego o una situación concreta dentro de él.

Es una charla muy interesante porque ayuda a entender por qué los juegos de Platinum tienen unos seguidores tan apasionados. Más adelante, Inaba explica los elementos sobre los que Mark Brown también habló en su análisis de Vanquish: hay una serie de «elementos únicos que definen un juego» y que forman la parte superficial, la que se ve en la primera partida; hay unas cuantas «expansiones laterales que evitan que el juego sea demasiado lineal», que van dando pistas sobre cosas a priori ocultas al jugador que ha dedicado cierto tiempo a entender cómo funciona todo; y una tercera capa formada por todas las piezas que aportan profundidad, que permite «encontrar una forma propia de disfrutar el juego» a aquellos que alcanzan «un conocimiento profundo de los sistemas». Es una forma más limpia de explicar aquello de que la primera partida es un tutorial que dijo Kamiya a Famitsu sobre The Wonderful 101, el juego en el que más pronunciada es esta división en capas, la gran obra maestra del estudio y el fruto más feliz de esa colaboración con Nintendo que también nos dio Bayonetta 2, dirigido por Yusuke Hashimoto, que también dirige Star Fox Zero.

No sé exactamente cuánto hay de Nintendo y cuánto de Platinum hay en Star Fox Zero, pero Hashimoto tiene suerte de que este detalle dé más o menos igual; esa filosofía expansiva, ese intentar tener siempre algo en la recámara para el jugador que se toma la molestia de dedicar un poco más de tiempo a entender por qué las cosas son como son, y no de otra manera, está en los juegos de Platinum, pero también, por ejemplo, en ese Super Mario 3D World que en cierto momento parece que no vaya a agotarse nunca, y que en cierto modo nunca se agota, porque el diseño de sus niveles es infalible. Es una mezcla, en fin, que tiene sentido en un juego con un marcado espíritu arcade y en el que convive esa confianza en el poder de las puntuaciones altas y los tiempos bajos con la apuesta por un esquema de control diferente, propiciado por la gran peculiaridad de Wii U, ese GamePad que quiere funcionar como mando tradicional, como dispositivo de control por movimiento y como segunda pantalla.

Repasando los antiguos Star Fox con la intención de estar preparado para la llegada de Zero (los importantes: el de Super Nintendo, curioso, y el de Nintendo 64, imprescindible), llegué a la conclusión de que el GamePad dificulta innecesariamente las cosas. Sigo pensando que es así, y sigo creyendo que un regreso de Star Fox que no dependiera del gimmick de la segunda pantalla y el apuntado con giroscopio podría haber sido una noticia mejor, pero después de un tiempo jugando con regularidad he aprendido a ver por qué Star Fox Zero tendría que ser otro juego para poder ser disfrutado de una manera más tradicional. Lo mejor de Zero está en cómo el diseño de niveles explota las posibilidades de la segunda pantalla; la combinación de la vista en tercera persona en la televisión y la de cabina en el GamePad da lugar a unos niveles que por norma general consiguen dar la sensación de ser más amplios de lo que realmente son, presentando la información en distintos niveles: está lo que tenemos frente a nosotros, el camino principal, pero también hay caminos que exigen investigar el escenario, ítems más fáciles de descubrir desde la cabina del piloto y estrategias para conseguir puntuaciones más altas que implican conocer las ventajas del uso adecuado de nuestras herramientas, de las distintas armas y transformaciones de cada vehículo.

Es una herencia de Star Fox 64 que en Zero se desarrolla y se amplía de una forma muy interesante, y que da lugar a un modo Historia que esconde mucho más de lo que parece en una primera vuelta, aunque nos dice todo o casi todo lo que necesitamos saber para seguir explorando el mapa de planetas por nuestra cuenta después de terminar con Andross en la primera visita a Venom, el último nivel. Es un juego, ya digo, expansivo. De manera muy ingeniosa, la historia nos fuerza a atravesar un portal que nos aparta del resto del escuadrón y que nos lleva a la peor misión de Star Fox Zero; dejando de lado este detalle, esta desviación es una buena forma (junto con otra, que ocurre casi al final y que prefiero no desvelar, aunque es información que ya debe de estar circulando por ahí) de meternos en la cabeza la idea del portal como desviación hacia otros mundos: por ahí se amplía la historia, que no se limita a lo que ocurre en la ruta principal, y también las misiones, que son más de las que en un principio parecen. En el tráiler de lanzamiento del juego se lanza un guiño muy bonito a estos portales y a su papel dentro del juego; tal es su importancia.

De nuevo, llegar al final y acabar con el jefe (hay algunos muy buenos; por lo general son fieles a la esencia de Star Fox 64 y aprovechan bien la pantalla doble) es solo uno de los retos que se proponen. En cada nivel hay cinco medallas que se consiguen de distintas maneras: completando la misión, que no es lo mismo que concluirla, o consiguiendo superar una puntuación específica, siempre lo bastante elevada como para que uno quede bien lejos de ella en los primeros intentos, hasta que descubre cómo exprimir al máximo los puntos de cada tipo de enemigo; también hay otras que aparecen en el escenario, sueltas o tras cumplir algunos objetivos, habitualmente secretos. Estas medallas sirven de reconocimiento dinámico de los retos más complicados del juego, y también como llave para los desafíos extra y los desbloqueables; hay muchas, a mí me quedan por conseguir más de la mitad y tengo la firme intención de hacerme con todas. Creo que eso dice algo sobre Star Fox Zero.

A mayores está el modo Arcade, que es una versión lineal del modo Historia: aquí se empieza siempre en Corneria y, con una única vida (más un reintento que se concede después de acumular tres anillos dorados), hay que llegar lo más lejos posible. Cuando se tiene cierta familiaridad con los niveles y los controles no es demasiado difícil; más complicado es completar algunas rutas o conseguir buenas combinaciones de tiempo y puntuación, y completar el diagrama en el que se resumen los récords. Aquí echo en falta alguna manera de comparar puntuaciones con otra gente, por ejemplo, aunque solo fuera con nuestra lista de amigos; creo que sería una buena forma de animar al jugador a exprimir el juego.

Ese detalle, el de la falta de una tabla de puntuaciones, dice algo sobre cuánto tiene que poner de su parte el jugador para disfrutar de Star Fox Zero. Volviendo a la charla de Inaba, la partida estándar, esa en la que uno se expone a los «elementos únicos que definen un juego», seguramente esté en este caso más marcada por la alta barrera de entrada que impone el GamePad que por la historia (raquítica y, aunque bien surtida de buenos momentos, limitada por el hecho de que los personajes estén confinados en sus vehículos e interactúen siempre a través de la radio) o por el buen diseño de niveles, difícil de apreciar al mismo tiempo que se empieza a comprender cómo demonios se aprovecha el campo de visión amplísimo, posible gracias a la segunda pantalla. Por un lado, esto ayuda a que todavía queden muchas cosas por descubrir después del tutorial, que, como decía Kamiya medio en broma, medio en serio, se extiende durante las tres o cuatro horas que puede durar una primera vuelta al modo Historia (más calmado que el Arcade, pensado para ser jugado del tirón y que está entre la hora y la hora y media; suena a poco, pero en realidad es una duración bastante perfecta). Por otro, es difícil quitarse de encima la sensación agridulce de que el botón de recalibrar la posición de la mirilla tiene un papel más protagonista del que debiera.

Con todo, Star Fox Zero acaba siendo un juego sorprendente, fresco y mucho más juguetón (no voy a atreverme a decir experimental, porque sería mear a un kilómetro del tiesto) de lo que parece en un primer contacto. Está lejos de ser lo mejor de Nintendo o de Platinum Games, pero no tanto, y ahí está la gran cuestión: llega un poco tarde, pero de haber aparecido hace un tiempo, cuando Wii U todavía era un saco de posibilidades y no una consola marcada fatalmente por el desaprovechamiento del GamePad, que la hacía distinta a las demás de una forma casi radical, Star Fox Zero sería el ejemplo perfecto de experimento que se arriesga a apostar fuerte por una manera de jugar distinta, un posible sleeper que quizá obligara a los demás a repensar su opinión sobre la idea de la doble pantalla. Hoy, se queda en un pequeño gran arcade, generoso, compacto, que comparte aciertos e imperfecciones con otras joyas de sus creadores pero que cuesta poner sin miramientos, en parte por ser el primero que le da un protagonismo tan grande a la pantalla del GamePad, al lado de otros que sí serán recordados, cuando Wii U sea definitivamente cosa del pasado, como uno de los juegos que convirtieron al catálogo de la consola de Nintendo en el mejor de su generación. [8]