Análisis de Super Smash Bros. para Nintendo 3DS

En la mayoría de juegos de Nintendo en los que aparece Mario, suelo empezar por él. Suele ser mi primer personaje, antes de pasar al resto; en Mario Kart 8 empecé con Mario, en Super Mario 3D World, obviamente, mi primera vuelta fue con Mario, e incluso en los spin-offs más insospechados uso a Mario antes de ponerme a experimentar: puede que, como tenista, Mario tenga más importancia en mi cerebro que Federer. No creo que sea el único que hace algo así. Con Super Smash Bros., sin embargo, la cosa es distinta. Cuando me tuve que enfrentar por primera vez a la versión final de Super Smash Bros. para Nintendo 3DS (que es como intentar abrazar agua, como querer mirar fijamente a diez mil sitios a la vez), ni siquiera pensé en el fontanero; pasó cierto tiempo, de hecho, hasta que me dio por jugar con el Ryu de Nintendo.

Explico esto porque creo que es interesante para hacerse una idea, los que no la tengan ya bien hecha, de cómo apabulla en sus primeros tramos el juego de lucha de Nintendo. A medida que jugaba me he ido haciendo un mapa de cómo están conectados entre sí los menús del juego, cuántas rutas ofrece el juego para explorarlo, cómo esconde debajo de capas y capas de opciones algunos de sus secretos. Es un monstruo considerable: se agradece, ya sabéis de mi obsesión por la forma de diseñar de Sakurai, que se dé tanta importancia en el menú principal al modo Smash, el principal, el que pone los combates como núcleo, como objetivo último de todo. Ya habrá tiempo de pasar a lo demás; la fijación en este modo principal también nos dice algo sobre las prioridades en el desarrollo: como si quisieran dejar claro que es ahí en lo que se han querido centrar, que es lo que nos invitan a probar, que están, en fin, orgullosos de lo que han hecho.

También siguen sirviendo de guía los desafíos, menos retos de habilidad y más consejos de cómo conocer todo lo que hay en Super Smash Bros. Divididos en una serie de paneles, a lo Kid Icarus Uprising, los desafíos son un buen punto de partida para los que no sepan muy bien cómo hacer frente al juego. Juega equis partidas a tal, gana tantos combates con alguien, haz tanto combo en el modo entrenamiento; cuando tienes un juego como Super Smas Bros., en el que en un minuto estás cascándole con un bate de béisbol a Pikachu en la cabeza y al siguiente estás intentando hacer diana con una bomba en una especie de Angry Birds híper técnico, es importante saber comunicar al jugador qué puede hacer, qué esperas de él, cuál es el siguiente paso que puede dar para seguir exprimiendo el juego.

Este pequeño guiño a la accesibilidad es, casi, lo más parecido a un tutorial que Super Smash Bros. nos propone de forma activa, más allá del clásico vídeo de la pantalla de título. El resto es cosa nuestra; si antes dije casi fue porque las pantallas de explicación, pocas y muy sintéticas, tienden más a animar a la imaginación que a dar órdenes concretas sobre cómo usar cada cosa. Hasta las partes más complejas (la personalización de los luchadores, por ejemplo, con los mil y un accesorios que podemos usar para cambiar sus atributos y darles ciertas ventajas extra, como moverse más rápido o prolongar los ataques cargados para hacer más daño) funcionan mejor por cómo las interiorizamos a base de ensayo y error, probando configuraciones y experimentando con las herramientas que tenemos a nuestra disposición. Nada nuevo: Super Smash Bros. siempre ha animado mucho a la experimentación, y basta con ver la diferencia entre una partida distendida con amigos y las competiciones profesionales para comprender que, caray, quizá esto es más profundo de lo que parecía.

En eso, este nuevo Super Smash Bros. sigue sobresaliendo. Volviendo solo a medias a Melee para evitar los tirones de orejas de Brawl (el de GameCube sigue siendo el que se usa a nivel profesional, algo que siempre ha sido muy significativo), Sakurai y compañía se han vuelto a sacar de la manga un juego caótico, tan profundo como quiera uno meter la cabeza en los muchísimos personajes que hay disponibles y orgulloso de su acercamiento al género. El hardware de Nintendo 3DS no parece el ideal para algo como Super Smash Bros., pero pasado el susto inicial sorprende lo legible, limpio y fluido que se ve todo en la limitada pantalla de la consola; los botones sí parecen menos apropiados, pero dejando de lado la comparación con otros métodos de control (ya tocará hablar de El Mando, el que se podrá usar en la versión de Wii U gracias al adaptador para mandos de GameCube) no da la sensación de que esta sea una entrega rebajada y metida con calzador en una consola que no puede con ella: al contrario, es fenomenal ver cuánta personalidad y entidad tiene un juego de portátil.

El acercamiento de Super Smash Bros. a la lucha, volviendo a lo de antes, es también uno festivo pero que sabe ponerse serio, en el que ocurren cosas constantemente y que juega al transgénero como le viene en gana: es posible centrarse en la pelea y hacer que sea lo único importante durante una partida, pero también hay que saber cómo y cuándo saltar, por ejemplo, o cómo utilizar las peculiaridades de los escenarios a nuestro favor. Hay un modo, el Smashventura, en el que tan importante como pegar fuerte es moverse con seguridad: tenemos un mapa enorme y cinco minutos para explorarlo, recopilando por el camino tantos objetos como podamos para estar mejor preparados que el resto de luchadores de cara al combate final, generalmente un Smash tradicional en el que se aplican tantos modificadores (de ataque, de defensa, de salto…) como hayamos podido conseguir. Estos modificadores se consiguen eliminando bichos más o menos pequeños, sacados de mil y una series distintas: desde goombas o tortugas de Super Mario hasta Mets de Mega Man. Aquí toca hablar de las referencias.

No quiero hablar más de la cuenta de todos los secretos (a voces) que hay en Super Smash Bros. 3DS, pero no hace falta ser el nintendero mayor del reino para detectar el mimo y el detallismo enfermizos del equipo de desarrollo en todas y cada una de las cosas que hay en pantalla en todo momento. Esta vez menos que nunca: no solo es bastante impresionante tener en la misma pantalla a la vez a Mario, Sonic, Mega Man y Pac-Man, posiblemente los personajes de videojuego por excelencia, sino que sorprende que sea en Super Smash Bros. donde con más dignidad se ha representado a los tres últimos en bastantes, bastantes años. La lista podría ser interminable: desde los movimientos que podemos ejecutar en combate hasta las celebraciones post combate (¡hasta los distintos skins!), todo suma para actualizar esta Enciclopedia Larousse de Nintendo. Un vistazo a la colección de trofeos o una partida a Leyendas de la Lucha, un modo que nos enfrenta a grupos de luchadores organizados por épocas de la historia del videojuego, puede marear hasta al más resistente a los sobresaltos.

Seguramente sea en ese buffet libre de cosas para todo el mundo (para el hardcore que no quiere salirse de los combates multijugador; para el veterano que busca ratos divertidos y coleccionar caramelitos de los personajes con los que ha crecido; para el que quiere divertirse sin complicaciones y sin meterse demasiado en el juego de nivel alto, y que ni siquiera conocerá muchas de las referencias retro; también para una mezcla de todos estos tipos de jugador) donde esté la mayor gloria de Super Smash Bros. De gloria nos hablan también los modos online, divididos en dos secciones, Por diversión y En serio (For glory, en la versión en inglés), cada una diseñada para satisfacer a un tipo de público: en el primero podemos hacer básicamente lo que nos plazca, usando todos los objetos y luchando en los escenarios tradicionales, con sus modificaciones y sus locuritas de muy distinto tipo; en el segundo, destinado a los que busquen una experiencia más parecida a las de las competiciones, solo se puede jugar en escenarios omega (técnicamente se llaman Destino final, y son versiones planas y estáticas de los niveles normales), sin usar objetos y con registro de victorias y derrotas. Lo que es jugar en serio de toda la vida, vamos.

(Otra forma de experimentar Smash Bros. es usar el modo Espectador como sala de apuestas de bolsillo: es bastante placentero, lo estoy haciendo mientras escribo esto, apostar goldones —la moneda del juego— a partidas que se emiten por internet de otros jugadores, aunque esté lejos de ser el punto más interesante de esta versión de 3DS. Ahora mismo hay un Alph que está dejando fina a la Entrenadora de Wii Fit por la que había apostado. Maldita sea mi suerte.)

Al final, estos modos por diversión o en serio son otra forma de, de nuevo, poner orden en un juego apabullante y que acepta tantas formas de aproximarse a él como jugadores quieran acercarse. No es el juego más para todos los públicos de Nintendo ni una versión atolondrada de Street Fighter; es un juego exigente y del que es fácil acabar alejándose si no conectamos con él, si sentimos que no acabamos de seguirle el ritmo a una comunidad que, yo lo doy ya por supuesto, tiene todo a su favor para dejarnos atrás más pronto que tarde. Es también el must have de 3DS para este año: el que conviene tener cerca, el que gusta jugar cuando se está con amigos, el que cumple con la mayoría de características fundamentales del buen juego portátil. Es un juego interconectadísimo, diseñado para no dejar espacio a la improvisación, al aburrimiento accidental: todo lo que haces tiene un sentido, todo aporta algo, todo está relacionado. Algunos dirán que Super Smash Bros. ha vuelto, otros dirán que nunca se fue; que esta versión de 3DS parezca estar pensado para todos ellos puede ser la mejor noticia que podíamos recibir. [9]