Análisis de Tetris Effect

Como Tetris, esta reseña será previsible. Se llama «Efecto Tetris» a la capacidad de ciertas actividades para dominar el pensamiento de una persona hasta el punto de ocuparlo en buena medida. La dinámica de una partida de Tetris, con sus archiconocidas piezas y su objetivo único (apilarlas para, ocupando todo el ancho del tablero, formar líneas horizontales completas, que desaparecen y dejan paso a nuevas pilas de piezas con las que formar más líneas, etcétera), es especialmente potente para ilustrar este efecto casi alucinatorio, por eso de que, cuando dejas de jugar, tienes la tentación de ordenar el mundo y sus objetos de una manera similar: en un episodio de Los Simpson se representa el Efecto Tetris en un coche en el que Homer, con gran pericia, encaja a la perfección todas las maletas y trastos de la familia, y a la familia misma; «this is what all those years of playing Tetris were for», dice Homer, antes de proceder. Sin embargo, no es el único videojuego que podría dar nombre a ese Efecto: hay muchos, de hecho, aunque quizá uno de los que mejor podrían encajar, pun intended, sería The Witness, que de hecho habla precisamente sobre la obsesión con encontrar patrones predecibles dentro del caos. Imagino que muchos trabajos repetitivos en los que una jornada consiste en ocho horas de hacer lo mismo una y otra vez podrían tener un efecto no muy distinto sobre uno; podría llamarse Efecto Cadena de Montaje, por ejemplo.

Es conveniente que Tetris Effect, el videojuego, se llame de esta manera por cómo afecta a uno de los clásicos básicos de los puzzles digitales la aplicación de algunas de las ideas que Tetsuya Mizuguchi lleva explorando desde hace ya un tiempo, en juegos tan influyentes como Rez o, precisamente, Lumines, otro de puzzles que nació de querer hacer un Tetris pero no conseguir los derechos. La manera en que los juegos más conocidos de Mizuguchi mezclan estímulos para potenciar los sentidos y, en última instancia, aumentar la inmersión le va como anillo al dedo a Tetris: la manera hipnótica en que la música muta y se retuerce y sube y baja en función de los movimientos de nuestras piezas, la potente vibración del mando, sincronizada con el sonido del juego, las imágenes que rodean al tablero de juego —minúsculo por defecto, aunque se puede ampliar; merece la pena no ampliarlo mucho—, que se mueven entre los espectáculos de luces y colores puramente abstractos y las representaciones más figurativas, aunque siempre como sacadas de un sueño o un trance, de ciudades, océanos, volcanes en erupción; todos esos elementos funcionan en sincronía para que cuando apagas la consola sientas el cosquilleo en las manos, el pulso acelerado, la excitación de la música, y Tetris siga contigo, en una zona del cerebro que de vez en cuando, mientras haces tus cosas del día a día, pasa al primer plano y ocupa todo tu cerebro.

El trabajo artístico es excepcional, y no le faltan momentos al juego para demostrarlo. El modo Viaje, por ejemplo, propone una serie de niveles lineales, agrupados en varias áreas, que juegan con estas combinaciones de imágenes y sonidos para llevarte, efectivamente, de viaje por Tetris: en lugar de seguir la jugabilidad más tradicional de la serie, en el modo Viaje la velocidad a la que caen las piezas no aumenta de manera gradual a medida que el número de líneas que hacemos crece, sino que, como en Lumines, el ritmo varía para adaptarse a la música y a lo que ocurre en el fondo. El nivel que más me impactó, y que es representativo de esta forma de diseñar los niveles, es el que comienza en una playa, al atardecer, con antorchas formando un pasillo hacia la oscuridad (y creando un túnel que dirige la mirada y concentra la atención en el tablero de juego, como magistralmente hacen la mayoría de niveles), con las piezas cayendo lentamente hasta que, de pronto, un volcán entra en erupción y la velocidad de la partida aumenta drásticamente, a la vez que el ritmo de la música. En otro nivel empiezas jugando en un desierto y acabas en la luna; en otro, un piano suena frenéticamente mientras giras y colocas piezas y las luces y señales de la gran ciudad avanzan a los lados. La banda sonora, extraordinaria, es además fascinante cuando vas viendo cómo encaja con tu partida, cómo cambia y se hace más compleja o confusa o relajada o firme o insegura para adaptarse a la manera (compleja o confusa o relajada o firme o insegura) en que juegas.

Es en este modo Viaje donde se pone en práctica una nueva técnica, la Zona, que permite frenar el tiempo y expandir la cantidad de líneas que puedes hacer de una vez, de cuatro (un Tetris) a un máximo de veinte. Un medidor circular se va llenando a medida que haces líneas, de cuarto en cuarto; cuanto más lleno esté cuando actives la Zona, más dura su efecto y más líneas puedes hacer de una vez. Es una mecánica interesante, y es inteligente limitar su uso al modo Viaje. Para partidas más relajadas o personas que no sepan jugar muy bien a Tetris, la Zona es un salvavidas que permite despejar con bastante facilidad incluso los tableros más caóticos y desordenados; cuando la cosa va de hacer el máximo de puntos posible, entrar en la Zona en el momento preciso y planificar correctamente la manera en que colocas cada pieza añade una nueva capa al juego muy interesante y única.

Todo lo demás está en los modos Effect, una colección de distintas modalidades de juego que van desde las más tradicionales (Maratón, en la que hay que conseguir tantos puntos como sea posible con 150 líneas, o Sprint, donde hay que eliminar 40 líneas en el menor tiempo posible; también Maratón Infinito, en el que simplemente hay que hacer tantas líneas como puedas, sin límite) hasta otros más creativos: desde listas de reproducción temáticas (Mar, Viento, Mundo) que buscan la relajación hasta otros en los que la concentración es requisito, como Objetivo o Todo despejado, donde hay que eliminar bloques específicos o despejar el tablero, respectivamente, dentro de un estrecho límite de tiempo. Algunos de estos modos son viejos conocidos para cualquiera que haya jugado a las mejores entregas de Tetris de los últimos años (quizá el más popular es Tetris DS, completísimo y extraordinario), pero en general Tetris Effect propone suficientes maneras distintas de jugar a Tetris, suficientes variantes de la fórmula original, como para tardar unos cuantos meses en conseguir buenas puntuaciones en todas ellas. El sistema de rangos (D, C, B, A, S y SS; hay un logro para quienes consigan SS en todo lo que tenga rango) y las tablas de puntuaciones online son un buen incentivo para dominar todos los modos de juego.

Por si todo esto, que ya hace que Tetris Effect sea una de las mejores versiones de uno de los mejores juegos de todos los tiempos, no fuera suficiente, Mizuguchi y familia (en este caso, Resonair, que desarrolla, y Enhance, la compañía del propio Mizuguchi, que publica) proponen un nuevo ingrediente que multiplica la inmersión: la realidad virtual. No es, ni mucho menos, imprescindible, pero jugar a Tetris Effect con PlayStation VR le da un nuevo sentido al diseño visual y sonoro del juego; cuando entra en erupción, el volcán del que hablaba antes entra en erupción por todos lados; cuando viajas a la Luna, estás jugando a Tetris en la Luna, y puedes verla a tu alrededor; el tablero es un espacio físico en el que caen las piezas con las que juegas, y todo lo que ves es Tetris. Es una experiencia formidable; la pérdida de nitidez se compensa con creces con la sobrecarga sensorial que se consigue jugando con el casco puesto.

Puede que Tetris sea previsible, como decía al principio, pero la manera en que Resonair y Enhance aprovechan esta familiaridad para crear un juego tan cautivador, apasionante y obsesivo es realmente magistral; Tetris es uno de esos juegos tan perfectos que, como el ajedrez, es ya parte fundamental de la cultura humana, como la música o el lenguaje. Tetris Effect es una versión especialmente agraciada de este juego perfecto y atemporal. Ojalá en los colegios del futuro Tetris sea una extraescolar. [10]