The Legend of Zelda: Majora’s Mask 3D

Tingle es el personaje más interesante de Majora’s Mask; quizá de todo el universo Zelda. A pesar de ello, no es especialmente fácil encontrar textos que estudien el personaje más allá de su aspecto; en The Legend of Zelda and Philosophy, uno de esos libros que buscan lecturas sobre Zelda más allá de las narraciones que se ofrecen en los juegos, no se le menciona ni una vez. En Hyrule Historia (el libro sobre la serie en el que está el meritorio intento de crear una cronología coherente de todos los juegos, a pesar de su aparente desconexión) solo se le dedica media página. Es media página significativa, en todo caso: con un diseño diferente al del resto de apartados de la colección de diseños de personajes, se intenta responder a la pregunta «¿Quién es Tingle?»

«Se puso mucho cuidado al diseñar a este personaje», se explica en el libro, «desde la forma de su pelo hasta los objetos que lleva, e incluso su vista. ¡Se puede sentir un amor sin igual hacia Tingle!» La descripción oficial: «Tingle (35). Un cartógrafo que admira a los Kokiri. Nunca ha dejado de creer que, un día, una hada compañera llegará a él. Es un soltero de 35 años». Más detalles: su pelo «parece haber sido cortado por su abuela»; «sus ojos pueden parecer estrechos, pero están muy preparados para su trabajo»; «aunque su ocupación principal es la cartografía, también tiene inclinaciones artísticas, y tiene bastante talento».

Mientras jugaba a The Legend of Zelda: Majora’s Mask 3D, el remake para Nintendo 3DS, me di cuenta de que Tingle soy yo, y eres tú, que vas a jugar. Es Nintendo riéndose de nosotros. Es perfecto y merece que se hable de él.

En un juego como Majora’s Mask, en el que se quiso dar un sentido argumental al reciclaje explícito de materiales de Ocarina of Time (en Termina nos encontramos con la misma gente que en Hyrule; se comportan, eso sí, de forma diferente, uno de los detalles que hacen que tenga ese tono ligeramente pertubador), un personaje como Tingle es único. Algunos modelos se modificaron superficialmente, como el de Link o los Goron, pero Tingle fue diseñado de cero. Un diseño extraño para un juego extraño: un tipo de 35 años que se niega a afrontar las responsabilidades de la vida adulta, un joven profesional soltero atrapado dentro de una ilusión infantil, que prefiere dedicar su vida a la fantasía de ser un eterno niño que dibuja mapas y espera a su hada de compañía, como la que llegó a Link de forma súbita en Ocarina of Time. Tingle nos vende los mapas que él mismo ha dibujado, como otros en el mundo real dibujaron mapas de algunas mazmorras de Zelda mientras se sumergían en la fantasía de ser Link, el niño del hada: en los primeros Zelda, quizá siendo niños, y quién sabe si en los siguientes, a medida que crecían y se convertían ellos mismos en Tingles, fantaseando con ser un niño del hada y viviendo las aventuras que Nintendo diseñaba para ellos.

En Majora’s Mask el paso del tiempo (un tema habitual en la serie) juega un papel muy importante, narrativa y mecánicamente. La repetición de los mismos tres días, una y otra vez, es un marco perfecto para representar la herencia, la transmisión de herramientas y conocimientos de una generación a otra; la fórmula Zelda, más o menos igual que en el resto de juegos de la serie (exploración, mazmorra, adquisición de un objeto que nos permite explorar más a fondo el mapa, mazmorra, etc.; quiero ver algo de aventura gráfica en la forma en que nos relacionamos con los personajes, en la forma en que gestionamos el inventario para activar ciertas secuencias de eventos entre los habitantes de Termina), es aquí más metafórica que nunca: Link se hace más sabio con el paso de las generaciones, a medida que va interiorizando, con las máscaras como símbolo, los usos y costumbres de otras culturas, cuando los que se van le dejan en herencia enseñanzas (las canciones son el ejemplo más claro) que le abren nuevas puertas antes inaccesibles. Dentro de este contexto, el empeño con el que Tingle se niega a crecer, abrazándose a una fantasía infantil, es aún más reseñable: ni la inminente destrucción del mundo le anima a replantearse la ilusión alrededor de la cual gira toda su vida.

Sobre Tingle escribe Scott Juster, dentro de la serie Well Played 3.0 (donde también hay textos sobre Uncharted 2, Limbo o Street Fighter IV), que «funciona como un retrato de Dorian Gray para el jugador, el personaje de Link y la serie Zelda en general. Como avatar, Link ofrece una fantasía escapista para aquellos que buscan una. El jugador, Nintendo y la ficción interna del universo Zelda coluden para hacer caso omiso de los problemas de la juventud perpetua; en lugar de eso, la parte más oscura de esos atributos se resumen en una efigie. Tingle se usa para burlarse y criticar la obsesión con la infancia y la fantasía que recorre la serie Zelda, incluso aunque el ciclo se repita de nuevo mientras exploramos Termina». Es la única lectura similar a la mía que he encontrado en la red. «Visto de forma cínica, el jugador puede ser visto como un personaje Tingleesco simplemente por jugar al juego».

«Con Tingle», continúa, «Nintendo comprime varios contrapuntos a los temas nucleares del juego en un solo personaje. Tingle actúa como complemento de los héroes infantiles del juego. Su existencia se ríe de aquellos que pasan el tiempo fantaseando con aventuras mágicas. Su aparente estancamiento en términos de madurez y logros vitales presentan una interpretación alternativa y pesimista de la juventud perpetua de Link y sus aventuras interminables. Para los jugadores autoconscientes, especialmente para los más mayores, funciona como un espejo capaz de reflejar una imagen desagradable del escapismo infantil y la irresponsabilidad».

Puede que haya algo de eso en el rechazo (progresivamente convertido en aceptación irónica e incluso cierta celebración) que Tingle provocó en jugadores y críticos desde su primera aparición en Majora’s Mask. En un artículo descriptivamente titulado IGNcube’s 2004 «Die, Tingle, Die!» Campaign, el staff de IGN aseguraba que «los fans de la serie nunca perdonaron al bobo de las risitas por corromper la experiencia», nombrándolo «la entidad más odiada del universo Zelda»; GamesRadar lo enumeró como uno de los motivos por los que odiar Zelda, diciendo que es su Jar Jar Binks; en GameFAQs hay incluso un hilo dedicado a imaginar formas en que asesinar a Tingle, en el que se fantasea con «arrancarle los órganos internos y ahorcarle con ellos», «cortarle los huevos y metérselos a la fuerza en la boca para que se ahogue» e incluso hacerle morir «por causas naturales, pacíficamente mientras duerme, después de una larga y satisfactoria vida».

En un ejercicio típicamente tinglesco, el creador de ese hilo propone «dispararle una Flecha de Luz», un ítem icónico de la serie Zelda.

No son los jugadores ni la crítica los primeros que consideraron ridículo a Tingle. De hecho, las primeras puñaladas las recibe dentro del propio juego: es el propio padre de Tingle el que desaprueba la forma de vida de su hijo. No tardamos en conocerle, en el Pantano del Sur: es el guía del centro de información turística, en el que contratamos el crucero en barco que da inicio al tramo de llegada al primer templo. También es el encargado de juzgar las luminografías que podemos hacer con la cámara. Si le enseñamos una de Tingle, recibimos una pieza de corazón y este diálogo: «Buf… ¿Sigue haciendo esa clase de cosas? Ay… ¡Qué humillación! Este chico… Es mi hijo… Con lo mayor que es, todavía hace esas tonterías. Creo que lo mimé demasiado cuando estaba creciendo… Pedro en verdad es un chico de gran corazón».

«Pero, ¿podrías decirle algo a mi hijo en mi lugar? ¿Podrías, eh, pedirle por favor que no salga a la calle con esa ropa?», termina. En el mostrador hay una foto del guía con Tingle, cuando aún era un niño: vestido con las mismas ropas verdes, y con un globo en la mano que recuerda al que usa para flotar en el aire cuando dibuja sus mapas.

Majora’s Mask es un Zelda arisco y oscuro, algo que este remake no maquilla. Si acaso, aquellas novedades referentes a la accesibilidad terminar de rizar el rizo: las mejoras en el cuaderno de los Bomber (una útil guía en la que aparecen listados los personajes que hemos encontrado en la aventura, sus eventos relacionados y las horas a las que ocurren), las facilidades para guardar la partida (lo recordaba mucho más exigente, aunque aquí creo que la memoria me jugó una mala pasada) o el sistema de pistas (bien pensado por implicar una pérdida de tiempo, un viaje más, en un juego en el que el tiempo es la moneda más valiosa; también refuerza mi teoría de la influencia de las aventuras gráficas) solo son un gancho más para que nosotros, los que no tenemos tanto tiempo libre porque ya somos mayores y tenemos obligaciones y no podemos dedicar tantas horas a jugar a la consola, podamos, esta vez llevando el juego en el bolsillo, para que lo vea todo el mundo, ponernos una vez más el disfraz de Tingle y soñar con ser el niño hada que salva al mundo, una vez más.

Puede que haya algo de autoconsciencia, decía antes; puede que esa «imagen desagradable» que vemos en Tingle provoque parte del rechazo: una de nosotros, adultos con responsabilidades, viéndonos reflejados en ese treintañero delirante obsesionado con que un hada le despierte una mañana y le lleve de aventuras a esos sitios que con tanta dedicación cartografía, a pesar de la desaprobación de los que le rodean. [10]