Análisis de The Sexy Brutale

Estaba convencido de que el título, The Sexy Brutale, sería la típica cosa que te vale como anécdota para la introducción de un texto así. Una mano de póquer, quizás, o un tipo muy concreto de asfixia autoerótica. Eso lo enlazas con una mecánica del juego y ya te queda medio análisis escrito.

Pero qué va. Al buscar en Google me sale solo una moto negra y roja. Como los corazones, las picas, los rombos y los tréboles de una baraja de cartas o los números de la ruleta. Porque, eso sí, The Sexy Brutale es el nombre del casino donde transcurre la aventura Cavalier Game Studios y Tequilla Works; ahí ha montado el tal Marqués una fiesta cuyos invitados, a menos que retrocedamos en el tiempo para evitarlo, irán siendo asesinados a lo largo de esa misma noche.

Ya está medio análisis escrito.

The Sexy Brutale es uno de esos que parten con ventaja por su fantástica premisa. Su punto de partida es tan apetecible, tan de videojuego, que le basta con no tropezarse al pasar las ideas del papel al código.

Un reloj de bolsillo la mar de útil es lo que permite a Lafcadio Boone, el señor al que controlamos, revivir el mismo día –o medio: jugamos siempre de doce a doce– una y otra vez. La idea es que cada repetición sea menos trágica que la anterior, que seamos testigos de esas muertes y rebobinemos para impedir que ocurran.

Con eso se generan situaciones y barreras moderadamente ingeniosas, pero nunca demasiado enrevesadas. No se pueden ni se deben hacer malabarismos espacio-temporales a la hora de resolver rompecabezas con palancas y mecanismos por el estilo; el reto está en descubrir qué hay que hacer –para que esa muchacha no se ahorque, para que a esa otra no se la coma una araña gigante–, no en llevar a cabo el plan. Ningún problema con eso durante la mayor parte de la partida, pero sí esperaba que The Sexy Brutale subiera un poco las apuestas en el último tramo. Entiendo la falta de riesgo cuando la prioridad es no descarrilar, mantener las ideas claras hasta el último momento, pero varios detalles te hacen esperar una traca final que no llega nunca; las habilidades que vas desbloqueando acaban siendo anecdóticas y lo de seguir a alguien para poder marcar su itinerario en el mapa, un recurso muy ocurrente, se puede ignorar por completo.

Sin embargo, en todas y cada una de las seis horas me fui topando con incentivos para seguir jugando. Y es que justo cuando la curva de dificultad se queda un poco corta, aparece el complemento de la historia. El peso del guion es relativo, desde luego, pero funciona el gancho de la curiosidad: es inevitable preguntarse por qué debe morir toda esa gente, así que las pistas sobre la respuesta –en coleccionables, en conversaciones que habías pasado por alto– te animan a exprimir el juego y consiguen ser una parte importante de la experiencia. Al final no hay ni un giro sorprendente ni una reflexión magistral, pero sí algo que encaja mejor con el resto del conjunto: un desenlace satisfactorio.

The Sexy Brutale es así de simple, así de humilde y así de efectivo. Es una buena idea ejecutada con la lucidez adecuada, sin artificios ni complicaciones. Es cierto que me hizo pensar menos de lo que quería, pero también me entretuvo más de lo que esperaba. [8]