Análisis de Unepic

Los juegos retro habitualmente lo son en la estética, o en cierta intención súper cristalizada y expandida y refinada gracias a la distancia que da verlo desde un prisma moderno; muchos juegos visualmente retro son brutalmente avanzados en su diseño o en sus ideas, a pesar de que sus cáscaras apunten a los ochenta o los noventa. Unepic, por su parte, es un juego retro, retro, retro; es retro de verdad, en fondo y forma. Nació como secuela amateur de The Maze of Galious, y accidentalmente alcanzó el circuito comercial cuando el proyecto evolucionó en lo que conocemos hoy; su diseño se parece más al de un juego de los 80 que al de un metroidvania actual; como ocurría en la época en que se hicieron los juegos que hoy consideramos retro, las limitaciones técnicas se abordaban con tozudez adolescente, en lugar de trabajar alrededor de ellas como hace, qué sé yo, VVVVVV. Unepic no es el mejor juego que podría haber hecho Francisco Téllez de Meneses, el hombre orquesta al que le debemos esta majestuosa catedral de chatarra: es todos los juegos que podría haber hecho, apilados uno sobre el otro, testimonio y grito de sus gustos y filias, de su época, y también de sus carencias.

La aproximación irreverente y relajada a la fantasía medieval de Unepic es encantadora, y muy, muy acertada. Dani, el protagonista, no empieza su aventura despertando de un sueño premonitorio ni siendo elegido por los sabios de la aldea para salvar a la humanidad de los peligros que le acechan: es un chaval que está jugando al rol y, en una pausa para ir al baño, acaba transportándose a un castillo, con su mechero, veterano en canutos, como única herramienta con la que abrirse paso en la oscuridad. El humor es uno de los puntos fuertes de Unepic: desde el principio, los diálogos (adaptados en la versión de Wii U para hacerlos más blancos que en el original, aun manteniendo el sobresaliente doblaje) saben arrancar una sonrisa y ser motivación para avanzar; pierden peso por el poco interés de algunos personajes y la manera en que ninguna relación termina de cuajar del todo, pero son una de las maneras que tiene Francisco, a través de su juego, de hablarnos.

No me cuesta imaginarme por qué Unepic tiene un grupo de seguidores tan fieles. Es un juego agradecido para el fan; te trata con complicidad, habla con una voz amiga parecida a la de Fran, su creador, que mantiene el discurso totalmente horizontal: sus guiños son más hacia el jugador que hacia las referencias, y sabe crear un ambiente de broma privada muy acogedor. Cuando nos habla de los Wachati lo hace como el colega que mete la referencia en una conversación privada; Zoidberg echando a correr en las cloacas en el equivalente en Unepic a responder en Twitter a un amigo con un gif gracioso de una serie que ambos conocéis.

También es un juego que premia la atención. Como en Dark Souls, jugar distraído pasa factura: en cualquier momento podemos comernos una trampa, o caer por un hueco que nos hace perder el tiempo volviendo a escalarlo, o morir a manos de un grupo de enemigos a los que hemos encarado sin pararnos a pensar en una estrategia. Como en Dark Souls, cuanto más pongamos de nuestra parte, mayor será la recompensa: el interés en Unepic se retroalimenta, y en general la experiencia mejora a medida que jugamos; todo lo que tiene de referencial, de críptico y de hostil se va volviendo a su favor a medida que vamos armando el puzzle, cuando las piezas van encajando y vemos, poco a poco, la imagen completa.

Puede que estas dos maneras de hablarnos (el humor y la dificultad) sean las cosas más valiosas de Unepic, un juego que se sostiene sobre una serie de elementos que funcionan solo a medias, o de una forma no tan fluida como podrían. La exploración del castillo tiene dos caras: una con ideas fenomenales, como el encendido de antorchas que nos guía a la hora de saber por dónde hemos pasado y cuánto nos queda por iluminar de cada estancia (amén de darnos pistas sobre zonas secretas y la organización del mapa), o la naturalidad con que van añadiéndose los teletransportes y atajos, y otra con una tendencia peligrosa a las zonas sin ritmo y al diseño demasiado estanco, que forma una pareja letal con la irregular curva de dificultad. Un paso en falso y una caída imprevista puede hacerte perder unos cuantos minutos dando paseos por el castillo; una sala que se atraviesa puede suponer un pico de dificultad sin sentido, por cantidad y por tipo de retos involucrados en el reto, entre secciones por lo demás fáciles.

Unepic tuvo una concepción humilde, pero es un juego realmente ambicioso. Es extenso, aspira a unos valores de producción muy superiores a los que se esperan de un juego así (hecho por una persona, fruto en gran parte del tiempo libre, sin presupuesto ni nadie detrás para dar apoyo financiero o experiencia) y hace muchas más cosas de las que hacen otros que se suponen más grandes, pero al final no hace ninguna de ellas de una manera realmente memorable: el combate es simplón, mero trámite, el diseño de niveles es irregular y el desarrollo general de la aventura tiene un ritmo irregular que no acaba de hacerla apetecible. Se le puede atragantar a uno más o menos por ahí, pero también hay que conseguir pasar por el gaznate lo audiovisual (con unos gráficos mejor maquillados que paridos: lo que Francisco consigue hacer con la luz y la animación vectorial es una pirueta digna de ser vista, con la que consigue camuflar la tosquedad y poca mano del dibujo original, reconocidamente amateur) y el humor, muy dirigido a un tipo de persona: al amigo, al colega, al que te acompaña en las tardes de rol y te trae agua cuando estás con el blancazo, tirado en el sofá. Te puede caer mejor o peor, pero pocos juegos hay tan amistosos como Unepic. Esa se la concedemos sin problema. [6]