Análisis de Watch Dogs

Se suele decir que antaño una ardilla podía recorrer España de punta a punta saltando de árbol en árbol; en Watch Dogs, Aiden, el protagonista, puede recorrer Chicago casi de punta a punta saltando de cámara de seguridad en cámara de seguridad. En una misión especialmente intensa, nos infiltramos en la guarida de unos maleantes sin salir de nuestro refugio: como la ardilla que recorre España de árbol en árbol, nosotros vamos metiéndonos más y más hasta el fondo de la organización tomando el control de una cámara tras otra, desde las que vigilan en las paredes hasta webcams de ordenadores portátiles o las que, nos dice la teoría, protegen al ciudadano vigilando sus movimientos en los cajeros automáticos.

Tan inevitable como es que al de Ubisoft se le comparte con Grand Theft Auto, su competencia (e inspiración) más clara, Watch Dogs pone mucho de su parte para alejarse lo más que puede de las tragicomedias criminales de Rockstar. Aquí la conducción está siempre en segundo plano, funcional pero nunca protagonista; las persecuciones de la policía nunca alcanzan la escala hiperbólica de GTA, y que nuestro personaje agreda a su entorno no es una interacción que se busque. La libertad de Watch Dogs quiere ir por otro lado; menos parque de juegos y más contexto, la Chicago del juego tiene un menú de actividades secundarias extenso y bastante disfrutable, que funciona mejor cuanto menos interactuamos con él: ayuda saber que el mundo se mueve y la gente hace cosas, pero creo que la decisión más acertada pasa por seguir de una forma más o menos coherente el hilo de la historia, hacer un poco de roleplay de Aiden Pearce y actuar como lo haría él.

Hay que meterse en el pellejo de un tipo al que un error le cuesta su sobrina; es su venganza lo que motiva las acciones de Aiden, un tipo al que no le cuesta reconocer que quizá no está en el lado más agradable de la balanza moral del vigilante callejero: antepone la venganza a todo con una frialdad que coincide con la de toda la ciudad; la frialdad de la intrahistoria de Chicago, que recibimos en cientos de pedacitos, en forma de detalles inconexos sobre aquellos con los que nos cruzamos. John, guardia de seguridad, treinta mil dólares anuales, webmaster de un portal de ciencia ficción; Mary, abogada, ochenta mil al año, quiere reconciliarse con su marido; Peter, camarero, veinticinco anuales, perdió un hijo: ninguna de estas personas se define por nada de eso, nadie es importante, todos somos reemplazables. El ejercicio casi perecquiano de Ubisoft Montreal, listando constantemente nombres y ocupaciones y aficiones, anulan por acumulación la importancia del individuo; «necesito despejar la cabeza», dice Aiden al principio del juego. «Suerte que en esta ciudad no faltan las distracciones».

Esta es la teoría. Watch Dogs tiene una serie de problemas más o menos graves que van rebajando la intensidad con que nos llega su mensaje, en parte por cómo está diseñado y en parte porque el propio juego parece poco interesado en ser más categórico de la cuenta, en encauzar la polémica hacia un mensaje concreto; una opción tan válida como otra cualquiera, y también una cobarde. En las primeras horas se establece un tono, desde la primera escena, sorprendentemente oscuro, más opresor de lo habitual y de una tristeza a la que los sandbox, generalmente simuladores de superhombría, no nos tiene acostumbrados; asistimos en directo a los últimos pasos de Aiden hacia la alienación total: al sentimiento de estar solo entre toda la gente que puebla Chicago se une la separación literal de su hermana y su sobrino, y su dependencia cada vez mayor de colaboradores con los que habla casi exclusivamente por teléfono. Es un camino arriesgado, y que Ubisoft Montreal resuelve de una manera bastante torpe y metida con calzador, más digna de una película de superhéroes que de una historia noir como pretende ser Watch Dogs en sus primeras horas.

Creo que sería más fútil que injusto comparar a Watch Dogs con GTA V, porque generalmente el de Ubisoft quiere ser un juego distinto. Cuanto más acentúa las diferencias, mejor: cuando explota sus mecánicas de infiltración al máximo y nos anima a avanzar con sigilo, cuando se separa de los personajes desquiciados, cuando le quita importancia a la conducción y a la policía porque no quiere asociarse con las palabras theft ni auto, porque él va de otra cosa; ahí, cuando el juego tiene una personalidad muchísimo más marcada y atractiva que su protagonista (una cáscara muerta que, ya dije antes, no consigue tener el interés de llevar su falta de interés hasta las últimas consecuencias), se disfruta mucho Watch Dogs, su propuesta convence: un sandbox donde todo se centra en las mecánicas, con una serie de retos con un diseño bien marcado que se van repartiendo por distintas zonas del mapa. Far Cry 3 en una ciudad, básicamente, con toques de Assassin’s Creed y Splinter Cell. No soy el primero que habla de Watch Dogs como resumen de la filosofía de diseño de Ubisoft, ni seré el último: es imposible no ver trazas de otros juegos de la compañía aquí, algo para nada negativo, sobre todo si atendemos al resultado final, independiente y orgulloso de lo que ha conseguido por sí mismo.

Y ha conseguido bastante, creo yo; más de lo que parece desde fuera, pero menos de lo que podría haber sido. Si se descalabra hacia el final es por urgencias artificiales de tener contento a todo el mundo, imagino, o por la necesidad, que no sé de dónde sale (sí lo sé: prefiero no pensar en ello), de equipararse en cifras y cantidades con otros; quiero pensar que es eso y no un tipo de torpeza más de base, menos solucionable; quiero pensar que es falta de valentía y no incompetencia lo que tuerce el juego en cierto momento, no descalabrándolo pero sí quitándole un peso, una densidad, que le habría venido muy bien para destacar en un género con un rey tan claro.

Recuerdo una entrevista de hace tiempo, creo que en un número de Edge, en la que un diseñador de Ubisoft Montreal comentaba que les gustaría hacer que los jugadores se plantearan una serie de cuestiones sobre la privacidad y el reverso tenebroso de la conectividad total en la sociedad actual después de jugar a Watch Dogs. Y aquí estoy yo, siendo estafado por un trilero en un parque de caravanas, justo después de haber reventado un convoy de supuestos criminales y antes de ir hasta la otra punta de la ciudad a hacer una competición de chupitos, ajeno ya a cualquier tipo de gravedad o emoción, recorriendo Chicago como quien se recorre el Port Aventura, saltando de atracción a atracción, de juguete en juguete. Son juguetes divertidos, por lo menos, pero Watch Dogs tiene de serio poco más que la portada; a la hora de la verdad, es un Elige tu propia aventura. [7]