Análisis de Wolfenstein: The New Order

No sé qué expectativas tenían en MachineGames con Wolfenstein: The New Order, pero me imagino a más de uno en el estudio todavía quitándose las legañas, con la primera taza de café todavía humeando (me imagino una taza roja con el logo del juego o una esvástica; mis fantasías son entre corporativas y disparatadas), y flipando al leer en Edge que «aunque el tono en general es más Malditos Bastardos que El pianista, en términos de desarrollo de personajes, humanidad creíble y puro pathos, MachineGames parece estar haciendo cuentas con Naughty Dog». Yo mismo aluciné bastante al leerlo, pero no creo que fuera demasiado mal encaminado: The New Order sabe que en su ADN están las metralletas dobles y las cabezas que explotan al recibir un escopetazo, pero desde muy pronto se impone el objetivo de intentar ir sobre algo. No simplemente contar algo: tener tema, intentar dejar poso.

Lo primero lo resuelve poniéndonos en el pellejo de un B.J. Blazkowicz que ve (o no ve, mejor dicho: pasa todo ese tiempo internado en un psiquiátrico) cómo los nazis ganan la Segunda Guerra Mundial y controlan el mundo durante casi quince años. Cómo Blazkowicz y un grupo de resistencia intentan acabar con el régimen que domina el planeta Tierra (y algo más) es la aventura, lo que mueve la historia; las cicatrices que han dejado años y años de contemplar y ejecutar matanzas aquí y allá en Blazkowicz son la otra cara de la moneda.

No es algo que Wolfenstein descubra de repente, después de tanto tiempo escuchando hablar de disonancia ludonarrativa y de supuestos héroes que acaban teniendo a sus espaldas cientos y miles de cadáveres más que los enemigos a los que persiguen. En The New Order, hasta donde sabemos, el kill count de cualquiera de las muchas personas y animales a los que dejamos tiesos es cero, aunque el juego sabe apoyarse en los numerosos y muy visibles crímenes del nazismo y en alguna escena muy potente para dar validez a su mensaje: es más de una ocasión Blazkowicz se enfrenta directamente a su problemática figura de héroe, turbulenta de base por lo arraigada de su necesidad por cumplir de una vez por todas con el objetivo de la misión, el fin del régimen nazi.

Entre dilemas y chutes de realidad, sin embargo, Blazkowicz no tiene problema en usar el arsenal a su disposición para matar tantos nazis como puede. Nosotros tampoco: por encima de todo, Wolfenstein: The New Order es un shooter sólido y eficaz que sabe sacar el máximo partido a las herramientas que pone en manos del jugador. Suena a Starbreeze porque hay mucho de los creadores de Syndicate y Riddick en MachineGames; se nota en cómo cada arma tiene una función, aunque la mayoría de veces no necesariamente un momento. Se dejó caer en algún tráiler y es uno de los leitmotivs del juego: cuando nos enfrentamos a una sección nueva, es nuestra la decisión de cómo afrontarla, sopesando las distintas maneras de aprovechar nuestro arsenal y qué nos puede esperar al pasar el siguiente pasillo. Puedes pasar horas sin recordar siquiera que tienes un arma si te decantas y apuestas mucho por otra; el juego te permite emperrarte en salir adelante con tu estrategia, en lugar de marcar una forma explícitamente correcta de superar cada área.

Es muy fácil ser un juego de ametralladoras, pero donde se marca la diferencia, esto lo sabrá cualquiera que lleve un tiempo jugando a shooters, es en las pistolas y las escopetas. Minipunto para Wolfenstein: tanto las unas como las otras, y las demás armas que manejamos (no muchas, pero muy bien definidas), destacan por cómo saben hacer ver sus puntos fuertes sin privarse nunca de tener un espacio para la improvisación, generalmente gracias a las funciones secundarias, otro guiño de MachineGames hacia los más veteranos del género. La pistola es ideal para el sigilo, pero tampoco se le hace ascos cuando la acción se pone frenética; cuando disparamos con una única escopeta podemos ser muy efectivos contra drones, por ejemplo, pero un pasillo más dos escopetas disparando al mismo tiempo crean una manta de proyectiles, especialmente cuando usamos el tipo de munición secundario, que no solo es eficaz para incapacitar a grupos de enemigos sino que también, y mantengamos esto en la memoria, es muy satisfactoria para el jugador.

Este es otro de los mantras que parecen haber seguido durante el desarrollo de Wolfenstein: si vas a pasar un porcentaje bien alto de las quince o veinte horas que dura el juego haciendo algo, en este caso disparar, mejor que sea lo más divertido y satisfactorio posible. Porque el disparo está a un nivel tan alto sorprendan las malas decisiones que lo rodean: el feedback que recibimos al acertar un disparo es mínimo, como también lo es cuando recibimos disparos, algo más grave; gracias a una habilidad que ganamos en cierto momento, muy al principio, eliminar a un tipo de enemigo concreto sin que nos detecten desbloquea en el mapa la localización de los coleccionables, repitiendo ese error de, por ejemplo, el último Tomb Raider que nos lleva a consultar el mapa compulsivamente, para no dejarnos ninguna de las cosas que sabemos que están ahí; entiendo la recogida de objetos como antesala para la exploración de los escenarios en profundidad en busca de secretos y coleccionables (una experiencia por lo demás agradable: me gusta cómo han sabido esconder algunas cosas detrás de puzzles sencillos en algunas zonas más calmadas), pero tener que recoger incluso las balas y los paquetes de vida entorpece el ritmo de las secciones más frenéticas, donde la munición que gastamos y la urgencia del escudo que podemos recoger de los enemigos caídos aumenta; el comportamiento de los enemigos muy a menudo solo sabe de excesos, y generalmente o son muy bobos a propósito, para servir de obstáculos móviles para entorpecer a los que buscan ir con sigilo, o te rodean de la manera más inesperada y te fusilan sin apenas tiempo para reaccionar. No es un juego especialmente difícil, o de una dificultad destacable: el selector de dificultad prefiere ir por el camino fácil (aumentar el daño que recibimos, disminuir el que hacemos y racionar más agresivamente la munición), quizá confiando demasiado en que lo que hace bien sea suficiente para animar a una segunda partida.

No veo imposible jugar una segunda vez (entre los coleccionables hay suficiente material interesante, con nuevos modos de juego desbloqueables incluidos, para echarle otras cuantas horas husmeando en los escenarios), pero la primera se agota lo suficiente para que sea difícil repetir sin sentir que ya no va a ser lo mismo. The New Order tiene una estructura previsible (sección narrativa, interludio con posibilidad para el sigilo y recta final intensa, con tiroteos constantes), y se decanta por no salirse más de la cuenta de ella y apostar más por giros de guión, cambios de escenario inesperados, localizaciones sorprendentes. Casi se agradece por cómo esto deja más espacio a las armas, a sus variaciones y actualizaciones, para destacar en las partes más viscerales; durante el último tercio de juego, más o menos, recibí las partes más tranquilas con un poco de disgusto, aunque en el fondo sepan defenderse sin problemas (están muy trabajadas, hay mucho que rascar en ellas; y no solo la base de la resistencia, la mejor carta del juego para defender estos cambios de ritmo): lo que quería era disparar, no hablar y hacer de recadero para el resto de personajes.

Y, sin embargo, no puedo decir que Wolfenstein: The New Order no me haya gustado mucho. Es una oferta difícil de rechazar: un first person shooter que experimenta con lo nuevo pero no se avergüenza de sus orígenes, y decide mantener el sabor original y potenciarlo todo lo que le es posible; un juego que quiere ser una experiencia single player exuberante y plena, que ni necesita un modo para varios jugadores ni quiere poder ponerlo como excusa para descuidar la campaña; un ejemplar raro en un tiempo en el que pocos parecen atreverse con ciertas cosas que se dan por anacrónicas. Wolfenstein sabe cuál es su jugador, y tú sabes que eres el tipo de jugador que busca Wolfenstein. Quizá por eso, el runrún de la cabeza de Blazkowicz, preguntándose sin descanso si su papel de Action Man homicida no podría interpretarlo perfectamente cualquiera del bando nazi, no suena mal si lo separamos del resto de instrumentos; dentro del grupo, sin embargo, se sale de la armonía y va a un tempo distinto. Por todo lo demás, a Wolfenstein: The New Order y sus creadores hay que darles las gracias por ser el tipo de buen shooter del que hablamos cuando hablamos de un buen shooter de toda la vida. [7]