Análisis de Xenoblade Chronicles 2

Xenoblade Chronicles 2 empieza con un déjà vu: después de un tramo inicial muy guiado que te pone en situación argumental y mecánicamente, un generoso pasillo con dos o tres interacciones clave (algún enemigo de muy bajo nivel, puntos de recolección de los que extraer algún ítem) deja paso, cuando las paredes naturales de piedra van perdiéndose a los lados de la pantalla como si fueran un telón que se abre, a un mundo inmenso y que se expande en todas direcciones. En Xenoblade Chronicles X, la anterior entrega para Wii U, Monolith lanzaba un guiño al otro lado de la pantalla con una línea de diálogo, «Te prometo que te va a encantar esto», que iba dirigida tanto a tu avatar como a ti: querías un mapa gigantesco, y aquí lo tienes. Xenoblade Chronicles 2 omite este subrayado: solo te explica que estás en un lugar enorme y vivo. Tanto, que el mismo suelo que pisas es un ser vivo, uno de los Titanes que flotan en el océano infinito de nubes; si has jugado al original de Wii es posible que te suene de algo. Su tamaño es tal que sobre ellos se han erigido civilizaciones enteras. Si tienes eso en mente, ese monstruo que te saca cincuenta cabezas no es tan grande.

Pero antes de eso ya has tenido tiempo de explorar un pueblo, hablar con la gente, conocer un poco mejor a varios personajes, visitar una mazmorra, toquetear algún menú, abrir cofres. Cuando digo que «empieza con un déjà vu» quiero decir que el déjà vu sucede cuando llevas jugando una hora y pico.

Todo en Xenoblade Chronicles 2 tiene esa otra escala que ha caracterizado, a veces hasta los límites de lo cómico, a la serie de Tetsuya Takahashi y familia. Es evidente en la escala del mundo, pero también en el ritmo al que se van desbloqueando opciones y descubriendo nuevas tácticas y posibilidades del sistema de combate, que vuelve a ser la estrella de la función. Aquí somos Rex, un buceador de las nubes que acepta un encargo muy jugoso sin pararse a preguntar para quién trabaja o cuál es el objetivo: el dinero le irá muy bien para enviarlo a casa y echar una mano, así que el joven sigue al grupo que le ha encargado la misión y acaban encontrando una espada y el cuerpo de una chica. Cuando Rex deja de ser necesario, los individuos con los que iba acaban con su vida y se llevan el cuerpo; quiere la fortuna que Pyra, la Blade a la que buscaban esos terroristas, consiga revivir a Rex, que se convierte en su Piloto y consigue detener a Torna, el grupo de villanos.

Cada Blade viene a ser un arma, con sus distintas habilidades y sus ataques especiales que se pueden combinar de distintas formas y tienen efectos concretos sobre el enemigo: algunos los empujan, otros los desequilibran o los dejan indefensos. Pero también tienen otras funciones: habilidades de campo que se pueden usar para abrir cofres o puertas y abrir nuevos caminos que requieren competencias de cierto nivel. Usando chips y núcleos, dos de los (muchos) objetos que se van recogiendo durante el juego, se mejora su ataque y se dota a los Blades de diferentes poderes y resistencias; gestionar todo esto correctamente es clave para tener un equipo competente y enfrentarse a los combates con posibilidades de éxito.

Merece la pena, en fin, dedicarle un tiempo a comprender el funcionamiento de los varios sistemas que se mezclan en el combate, incluso si el envoltorio no resulta tan atractivo. A veces el juego tiene parte de culpa: muy japonés, Xenoblade Chronicles 2 es de esos juegos en los que un combate en el que te has esforzado y que has superado con relativa facilidad termina en una escena de vídeo en la que tus personajes están sudando la gota gorda, acorralados y a punto de sucumbir ante el enemigo; uno de esos en los que un diálogo que te anticipa a los villanos más temibles y poderosos del mundo da paso a un combate contra personajes de uno o dos niveles menos que tu equipo. Cosas del rol japonés, imagino. La mayor expresividad de los rostros choca un poco con lo rígido de las animaciones, copiadas y pegadas en muchas ocasiones y que a menudo parecen casi un guiño al movimiento de los sprites de los JRPG noventeros; el doblaje, bastante mejorable y lleno de silencios incómodos y problemas de sincronización labial, tampoco ayuda a que las escenas de vídeo estén a la altura de los diálogos de los que van de la mano.

Supongo que si hablamos de envoltorio es conveniente tocar los gráficos. La inmensidad de Xenoblade Chronicles 2 tiene un precio, sobre todo cuando Switch está fuera de su base: la resolución es bastante baja y el rendimiento del juego se resiente en algunos escenarios, amén de en los momentos más sobrecargados e hiperbólicos de los combates. Jugando en la televisión se nota menos, pero en el modo portátil se nota que la consola hace unos cuantos esfuerzos para mostrar en pantalla los escenarios en los que se desarrolla la aventura; los más ambiciosos, al menos, que contrastan bastante con algunos interiores vacíos y casi esquemáticos y los modelos y detalles menos afortunados, los que hay que aprender a mirar con buenos ojos: son un gusto adquirido, imagino. Nada de esto supone un gran problema (por el tono y el estilo, los pasajes menos vistosos importan menos que en otros casos), pero sí una pequeña lástima: a veces da la sensación de que el juego es más bonito de lo que estamos viendo, como si hubiera otro Xenoblade Chronicles 2 esperando en algún sitio.

Personalmente, sin embargo, la mayoría de tropiezos se me han ido al fondo del cerebro rápido en cuanto una escapada memorable en busca de tal o cual material o la llegada a una nueva región, alguna muy creativa y sorprendente, han ocupado mi atención. Sé que será el caso de la mayoría de personas que han seguido con atención el desarrollo de Xenoblade Chronicles 2. Es un juego con muchas cartas bajo la manga; no todas son ases, pero desde luego sabe sorprender de muchas maneras distintas, la mayoría para su beneficio. Casi haciendo malabarismos, se nos presentan situaciones vergonzantes mezcladas con otras de una ternura sincera; el equilibrio entre los combates más furiosos y exigentes y los momentos calmados y que se prestan más a la exploración, tanto del terreno salvaje como de los pueblos y sus distintas culturas, es formidable a veces y algo incómodo otras. Los encuentros recurrentes, las bromas internas, la manera en que el mundo crece contigo; ahí están las mejores partes de Xenoblade Chronicles 2, las más disfrutables y las que acaban quedando marcadas en la memoria. Es más clásico y menos rompedor que Xenoblade Chronicles X y sus sorpresas son de otro tipo (más de una se ha visto en tráilers; ¡qué suerte tienes si has decidido no ver más de la cuenta!), pero también sabe llevarte de una manera más natural hacia su terreno; no descarta las misiones secundarias más infames, que a mí me aguaron un poco la primera parte, sino que las refina y las dosifica mejor; es evidente que el objetivo de Monolith Soft sigue siendo «crear una obra maestra dentro del género de los JRPG», y se nota en la ambición y el alcance de su trabajo. Tan anticuado y rígido como es en muchos momentos, Xenoblade Chronicles 2 también consigue ofrecer algunas sensaciones formidables y muy contemporáneas, partiendo de lo clásico para buscarle nuevas posibilidades. Se nota una dedicación y un gusto por lo que hacen que no siempre consigue transpirar tan claramente. Hablando del primer Xenoblade Chronicles, Takahashi explicaba que «contiene todos esos elementos que, como desarrolladores, tuvimos que descartar en otros juegos por varios motivos»; hay algo de eso en esta segunda o tercera parte: toda clase de ideas, recuerdos, influencias y referencias trabajando juntas, mezclándose y chocándose y dándose la mano. Hay que alejarse y acercarse para ver la imagen completa; cuesta, pero cuando lo consigues es arrebatadora. [8]