Análisis de Yakuza 0

No sé muy bien qué esperaba de Yakuza 0, precuela de la legendaria serie de Toshihiro Nagoshi. Sé que ha sobrepasado todas mis expectativas; encerrado en este drama inmobiliario sobre organizaciones subterráneas que se disputan el control sobre un pedazo de terreno en apariencia inútil hay un JRPG, un beat ‘em up, una visual novel, una colección de minijuegos; hay una colección de cuentos sobre distintos rincones de la vida cotidiana del Japón de finales de los ochenta, y sobre un par de tipos, Kazuma Kiryu y Goro Majima, que hacen todo lo posible por hacerse un hueco en un mundo en el que siempre parecen estar fuera de sitio. Hay una historia llena de traiciones y giros y sorpresas, de esas en las que las alianzas suelen ser imposibles y siempre hay alguien que parece estar varias casillas por delante del resto de personajes. Es un juego caótico y hermoso en el que los puñetazos llevan al dinero y el dinero lleva a los puñetazos.

Hay algo irresistible en la manera en que la seriedad y el cierto rigor histórico (los asuntos económicos que se discuten en el juego coinciden con los del Japón de finales de los 80 en que se ambienta Yakuza 0, por ejemplo) se mezclan sin pudor con el choteo y la sidequest humorística; quiero decir que tiene mérito incrustar, por azar o por diseño, una misión secundaria en la que Kiryu tiene que hacer de productor improvisado en un programa de crítica culinaria en medio de una trifulca familiar en la que está en juego el honor, cuando no la vida, de un miembro importante de su clan. O un minijuego de karaoke justo antes de un violento encuentro con un jefe yakuza que busca venganza.

Yakuza 0 cuenta las historias cruzadas de Kazuma Kiryu y Goro Majima, dos ex yakuzas que mantienen viva su relación con el crimen organizado de maneras muy distintas. Kiryu, traicionado por los suyos, huye de la mafia mientras intenta probar su inocencia y así restituir el honor de Kazama Shintaro, su mentor; el asesinato que no cometió dificulta la compra de un pequeño terreno desocupado de Kamurocho que es, descubrimos, la última pieza para un ambicioso proyecto de construcción que será muy beneficioso para quien lo lleve a cabo. Majima, por su parte, desea volver: aunque gestiona uno de los cabarets más importantes de Sotenbori, sabe que su lugar está en la yakuza y está dispuesto a cualquier cosa para ser aceptado otra vez después de haber sido expulsado años atrás.

La manera en que Yakuza 0 transmite su historia es clara: pegando puñetazos se gana dinero y con el dinero se amplían las posibilidades de los puñetazos, y esos dos elementos principales sirven de hilo conductor para el resto de intrigas, principales o secundarias, de los protagonistas. El juego y la historia parecen entidades independientes, y en cierto modo lo son; cada mecánica tiene su momento, aunque en el fondo todas reman en una misma dirección.

Lo principal son los combates, de una manera que recuerda, ya digo, a un JRPG más o menos tradicional. Caminando por las calles de Kamurocho y Sotenbori los protagonistas se cruzan con grupos de matones de todo tipo que intentan frenar sus avances; como en los JRPG, no es hasta que se entra en contacto con los enemigos que el combate comienza. Ahí los ataques físicos, las magias y las pociones se sustituyen por (permíteme que insista) puñetazos, ataques especiales y complementos vitamínicos, pero la dinámica es parecida: elegir qué tipo de ataque hacer con cada enemigo es tan importante como aprovechar el escenario, una suerte de piedra, papel o tijera que, aunque flexible y algo desaprovechado, sabe mantener el tipo y ofrecer desafíos interesantes cuando se lo propone.

Cada uno de los dos personajes tiene varios estilos de lucha diferentes, más o menos efectivos en función del tipo de enemigo al que se enfrentan. Los dos tienen un estilo equilibrado con un set de movimientos fácil de predecir. A mayores, Kiryu tiene un estilo ligero, que permite lanzar golpes rápidos y esquivar con facilidad, y otro pesado, que compensa su lentitud con una potencia mucho mayor y la posibilidad de usar objetos del suelo sin dejar de soltar guantazos; Majima, por su parte, se queda con los estilos más extravagantes: un break dance letal que, bien usado, es ideal para contener a grupos grandes, y otro con el que nunca falta una cachiporra entre sus manos. En ningún caso es un sistema de combate particularmente complejo ni profundo, pero tampoco es necesario: deja clara la relación de los personajes con la violencia y el dinero y, como el resto de mecánicas, no se interpone más de lo necesario entre quien juega y el drama mafioso.