Análisis de Forza Horizon 4

¡Qué gusto da jugar a Forza Horizon 4! La fórmula a la que llegó Playground Games hace ya seis años, que convierte el rigor y la verosimilitud de los Forza Motorsport en un sandbox (en varios sentidos: en el de mundo abierto y no lineal, pero también en el de campo de pruebas, en el de espacio de experimentación y juego libre) centrado en el disfrute de la conducción más que en la buena conducción per se; más preocupado por permitirte experimentar las muchas posibilidades de un vehículo muy potente fuera de los circuitos rigurosos y realistas de la serie principal, fuera incluso de las carreteras, por el monte o entre los árboles o en los desiertos de Estados Unidos, Francia, Italia, Australia o, ahora, el Reino Unido. Da mucho gusto jugar a todos los Forza Horizon; en ese sentido, esta cuarta entrega no es distinta.

Lo que sí es distinta es la tolerancia que uno desarrolla a la fórmula de Forza Horizon, como pasa con los fármacos. En la espectacular (otra cosa que no cambia) introducción de Forza Horizon 4, en la que se nos presenta el festival y algunas de las novedades del juego —la más explícita, los cambios estacionales—, después de conducir un poco se puede leer en pantalla: «A Playground Games event». Es un uso bastante libre de la palabra «evento»: si es por lo impredecible, pocas cosas menos impredecibles se me ocurren que el lanzamiento de los Forza, tan puntuales que es posible predecir incluso cuándo dejarán de estar a la venta (hasta ahora, los Horizon siempre se han retirado de las tiendas cuatro años después de su lanzamiento, cuando las no pocas licencias que hay en cada entrega van expirando).

Dejando a un lado la semántica (porque si lo de «evento» es por la importancia, yo ahí ya no me meto: para mí es un juego importante), Forza Horizon 4 sigue siendo un juego robusto a pesar de que empieza a presentar señales de desgaste. Las bases de lo nuevo de Playground son básicamente las mismas que las de la tercera entrega: divididas en distintas categorías (campo a través, tierra, urbana) se nos plantean distintas pruebas que, a medida que son superadas, dan acceso a otras nuevas, y así hasta que vas consiguiendo hacerte un renombre en cada disciplina y te invitan a distintas exhibiciones y se te abren nuevas formas de jugar. Las carreras más tradicionales, independientemente del tipo de circuito sobre el que se desarrollen, se combinan con pruebas menos ortodoxas: saltos de gran riesgo, búsqueda de vehículos abandonados o carteles de varios tipos, marcas de velocidad…

Es una estructura que funciona bien precisamente porque es muy poco exigente, en el sentido de que te da todas las facilidades posibles para jugar a tu ritmo y a tu manera. Puedes dedicarte a una disciplina y agotarla antes de pasar a la siguiente, o ir picoteando; puedes dejar las exhibiciones para el final o hacerlas a medida que están disponibles, o puedes incluso ignorar las pruebas regladas y dar vueltas por el mapa mientras haces el cabra, miras las vistas o haces fotos. Puedes probar distintos coches o te puedes quedar con el mismo (casi) todo el rato. Puedes jugar con todas las ayudas o puedes ir desactivándolas para aumentar las recompensas que recibes al final de cada carrera; esta opción, tristemente desaparecida en Forza Motorsport 7, ayuda a definir la personalidad de Horizon 4, que acaba centrándose más en la forma de conducir y, de paso, te anima a explotar las posibilidades de cada vehículo y cada trazado sin seguir de manera estricta las guías, que por otro lado son muy útiles para quienes busquen aprender o quieran una experiencia más relajada.

Al ser más desenfadado que los Forza «principales» (entiendo que los Motorsport son la serie de la que nacen estos Horizon, pero esa naturaleza secundaria que suelen tener los spin-offs no se percibe aquí como un handicap; las dos ramas de Forza tienen, en mi opinión, el mismo valor), ciertas tendencias que son más censurables cuando la simulación está por delante aquí se ven de otra forma: encaja mejor aquí conducir de manera agresiva, cerrando el paso a los rivales o «intercambiando pintura», como lo llama el juego, para mantener la posición, que en los Motorsport. De forma muy natural vas aprendiendo a recortar distancias de maneras creativas y arriesgadas; de forma suave y orgánica le pierdes el miedo a cierto tipo de maniobras a medida que el juego te va sugiriendo que aumentes la dificultad de los Drivatars, las inteligencias artificiales que manejan el resto de vehículos, basados en las formas de conducir de otros jugadores reales, vas dejando de estar en primera posición durante la mayor parte de la carrera y tienes que esforzarte más activamente para, en las mejores ocasiones, conseguir el primer puesto por los pelos en la última curva.

Mi corazón lo tiene claro: pienso en esa carrera en la que subí a lo alto de un monte con mi Lancia 037 Stradale negro y En la gruta del rey de la montaña de Edvard Grieg sonando de fondo, sincronizándose a la perfección con la llegada a la cima y el descenso a toda velocidad por el camino de tierra (encharcada y resbaladiza: era primavera), recortando posiciones en la bajada frenética mientras intentaba que el coche no se despeñara en una de esas maniobras arriesgadísimas que tantos puntos me estaban dando (¡adelantamiento!, ¡derrape!, ¡adelantamiento!, ¡catapulta!); pienso en esa carrera y me resulta imposible resistirme a Forza Horizon 4, porque para los que disfrutamos de este tipo de cosas es, efectivamente, un evento: es importante.

Pero mi razón no lo tiene tan claro. El salto en ambición es menos claro en esta cuarta entrega; se perciben menos las novedades, e incluso la gran novedad del paso de las estaciones acaba siendo menos importante de lo que parecía. Sí es interesante como manera de articular la «campaña», las primeras tres o cuatro horas de juego, en las que pasas por cada estación completando pruebas antes de tener nivel suficiente para entrar en la parte de live service de Forza Horizon 4, con distintas pruebas semanales que van rotando y en las que compites con y contra otra gente online mientras sigues terminando las pruebas para un jugador, o mientras participas en las pruebas diarias o estacionales del Forzathon. 

Hay muchas maneras de jugar, en solitario o en compañía de otros, en definitiva; ninguna de ellas se sale demasiado, sin embargo, de lo que ya había en Forza Horizon 3, una familiaridad que en ocasiones —cuando lo pienso con la cabeza, en vez de sentirlo con las tripas— puede parecer dificultad para sacar adelante ideas más novedosas, o desidia. Fragmentar todo en distintos niveles que se pueden ir subiendo de manera individual es una idea que, a la larga, parece querer dar una sensación de jaleo, de movimiento, que en realidad es artificial: hay tanto jaleo y tanto movimiento como en Forza Horizon 3, pero hay un seguimiento intensivo de cada cosa. ¡Y hay emotes! Mientras mi avatar mira a cámara sin mover ni un pelo y suena el Canon de Pachelbel, los otros dos personajes que ocupan el podio hacen el dab y el floss: cada elemento de los que hay en pantalla se mueve en una dirección distinta.

Mi corazón me dice: si hacen esto, ¡esto!, en un momento que a veces, sí, puede parecer bajo (por conformismo más que por falta de talento, porque de eso hay de sobra en Playground Games), ¿qué no harán cuando se tomen un descanso y tengan tiempo de inventar cosas nuevas? Al mismo tiempo, mi razón me obliga a fijarme en que el cuidadísimo lenguaje inclusivo con el que Microsoft ha intentado que Forza Horizon 4 sea exactamente igual de bueno para todo el mundo no está particularmente bien traducido, y que ese descuido va más allá y se llega a traducir Mixer, la plataforma de streaming de juegos de Xbox (a la que se puede acceder desde el menú de pausa y que tiene, sí, también su propio nivel que se puede ir subiendo, con sus recompensas y demás), como «mixto». 

Una de cal y una de arena. Al final, me estoy dejando llevar por el corazón y pienso seguir disfrutando de Forza Horizon 4 durante un buen tiempo, porque entre todas esas decisiones cuestionables (todas superficiales, por fortuna, aunque tan visibles, tan presentes) hay un arcade de conducción robusto como ningún otro: Playground Games sigue liderando el género y nos ha dado otro juego que es una golosina para quienes disfrutamos de las velocidades de vértigo y la competición más macarra y desenfadada, aunque cada vez me es más difícil saber si lo que siento es pasión, como hace unos años, o síndrome de Estocolmo. [8]