Análisis de Game of Thrones: Episode One – Iron From Ice

Hacer un videojuego de una serie de televisión de gran éxito basada en una colección de libros muy popular es, por definición, un ejercicio de oportunismo. Eso no tiene que ser forzosamente malo: el oportunismo bien llevado no es nada fácil y requiere una serie de habilidades que conviertan un producto de merchandising, una espadita de goma, en una obra paralela y de algún modo complementaria a su fuente que valga la pena consumir. Esto es algo que dominan en Telltale, y con The Walking Dead demostraron que habían dado con la tecla, una en concreto que les permite adaptarse a manierismos de la fuente e incluso compartir personajes o contextos narrativos sin convertirse en un teatrillo de marionetas con los mismos protagonistas haciendo lo mismo que en el original.

Con Game of Thrones – A Telltale Game Series tienen algo muy gordo entre manos: lo derechos de la serie (no de los libros, como con TWD), acceso a sus actores más conocidos y la posibilidad de satisfacer la sed de miles de seguidores desamparados y deprimidos entre temporada y temporada. Telltale no necesita más que un minuto para situar al jugador en el punto geográfico y temporal exacto de la historia, y de paso lanzar una declaración de intenciones (“vamos a exprimir esta licencia como si nuestra vida dependiera de ello”) arrancando su historia en paralelo al más impactante y brutal momento televisivo del año 2013: la Boda Roja.

Los guionistas de este Game of Thrones han demostrado, sobre todo, una gran inteligencia. Saben que las novelas de George R.R. Martin son una materia prima magnífica y que la serie ha depurado la historia a base de continuos despliegues de excelencia en la construcción del guion y de aplicar matices muy ricos a cada diálogo. Saben que la HBO no escatima gastos en la escritura y que es complicado competir con gente tan buena en lo suyo, así que han optado por utilizar algunas pautas predefinidas y cocinar una fórmula que, si bien no garantiza el éxito, sí previene el desastre. O casi.

Y es que la historia de la Casa Forrester recuerda, dividida como está en tres personajes distintos, a ciertos segmentos de la serie a lo largo de sus primeras dos temporadas. Gared Tuttle, un fiel escudero de los Forrester —una casa del Norte siempre al servicio de los Stark— con aspiraciones de caballero, recuerda mucho al bastardo Jon Snow; Ethan Forrester, un niño en el trono de Ironrath, como lo estuvo Bran en Invernalia, en plena crisis diplomática; y Mira Forrester, hermana de Ethan y criada de Magaery Tyrell en Poniente, en una situación parecida a la que estuvo Sansa Stark: viviendo en casa del enemigo, bajo la mirada suspicaz de Cersei Lannister, con la complicidad de Margaery y la comprensión discreta de Tyrion.

Cada una de las tres líneas argumentales de Gared y los hermanos Forrester parecen asentadas en circunstancias que ya se vivieron en la serie, como si Telltale tuviese miedo de ir demasiado lejos en lo creativo. El complejo de merchandising siempre parece presente, y chirría especialmente cuando en los diálogos se nombra sin venir muy a cuento a personajes conocidos como Brienne de Tarth o Jamie Lannister. Es como el que repite varias veces los títulos académicos que tiene o la gente influyente a la que conoce: detrás de eso siempre hay un niño inseguro y temeroso de parecer imbécil. Algo parecido sucede con la intervención de personajes que tenemos muy familiarizados de la serie: sus apariciones son algo forzadas y de una sutil incoherencia, como si el privilegio de tener a Peter Dinklage o Lena Headey poniendo su voz en el juego fuese más importante que la cohesión narrativa y la verosimilitud de algunas actitudes.

Esto también tiene un reverso positivo, claro: en el momento en que Ramsay o Cersei se presentan en el juego, al espectador de la serie le sobreviene una descarga de emociones. Todos conocemos al personaje de Lena Headey desde antes de aparecer en pantalla, y todos sabemos cómo piensa o incluso qué planea nada más oír sus primeras frases. Esto otorga a la adaptación un tono ominoso y oscuro que también acompaña a la serie después de recibir las primeras bofetadas sentimentales del puño y letra de R.R. Martin. Su mundo es uno plagado de injusticia, de crueldad, de héroes que mueren humillados y villanos que reinan; una manifestación de rebeldía cínica y pesimista contra la siempre algo hipócrita y santurrona fantasía medieval de caballeros nobles y maldad derrotada, donde el honor no significa nada, la maldad es relativa y la violencia sí soluciona problemas.

Por lo demás, Telltale no se ha apartado de sus gráficos poco sofisticados (esta vez con cierto toque de acuarela para distanciarse del cómic y aproximarse a la pintura) y sus mecánicas son las de siempre: acción y exploración leve intercaladas entre grandes bloques de diálogo donde en esta ocasión parece importar más nuestra capacidad de manipulación y persuasión, y no tanto la toma de decisiones. Al fin y al cabo poco podríamos cambiar d algo que lleva escrito catorce años.

Game of Thrones – A Telltale Game Series es un complemento, un añadido que no cambia ni una sola coma de lo que conocemos de la serie ni tampoco se atreve a contar algo del todo nuevo ambientado en el mismo universo, como sí hacía The Walking Dead. Los pavoneos de flamante licenciatario se mezclan con cierto servilismo de cortijo, y paradójicamente le colocan grilletes creativos a una historia bien escrita y expuesta, satisfactoria por su estructura variada y por darnos una dosis de Juego de Tronos en medio de la sequía previa a la quinta temporada, pero exenta de frescura y relevancia alguna. Metadona con sifón. [7]