Lonely Mountains: Downhill está en mejor forma que nunca en Eldfjall Island

Hace más o menos una semana que se publicó el primer contenido descargable de Lonely Mountains: Downhill, el formidable arcade de bicicletas del estudio alemán Megagon Industries. Si no lo conoces, todo lo que tienes que saber sobre este juego es que fue una de las grandes sorpresas de 2019 y que deberías ir a por él cuanto antes: las sensaciones que provoca son mucho más poderosas de lo que sus gráficos low poly o su apariencia humilde podrían dar a entender, y las logra a base de pura inteligencia, a golpe de buen diseño de niveles y de gameplay sólido y bien pulido.

Si lo conoces, quizá te interese saber que Eldfjall Island, el nuevo escenario que se ha añadido al juego vía DLC, es Lonely Mountains en su máxima expresión: cuatro nuevas rutas (coronadas por un espectacular descenso volcánico) en las que a la buena mano en el diseño de niveles en sentido estricto se suma un plus de confianza y espectacularidad casi cinematográfica, de puro manejo de las cámaras, las luces y las sombras, con las que se da forma a recorridos memorables, atractivos y fascinantes, tanto para el ojo como para el mando.

Lo básico sigue ahí: Eldfjall Island es, como el resto de localizaciones del juego, un escenario formado a base de capas, en el que el camino o los caminos propuestos, algunos más evidentes que otros, son solo el principio. La búsqueda de atajos o formas de explotar las peculiaridades de cada bici (la mayor suspensión, por ejemplo, que te permite asumir caídas más pronunciadas, o el mejor manejo, con el que puedes permitirte velocidades punta más elevadas y maniobras más arriesgadas) sigue siendo la columna principal sobre la que se erige el diseño de niveles de la isla Eldfjall, pero alegra ver que la parte más visual u ornamental de este diseño se ve reforzada en esta expansión gracias a un uso más potente y dramático de los tiros de cámara o de los fenómenos naturales. En las localizaciones originales tocaba convencer de que la fórmula funcionaba y de que la idea que Megagon Industries tenía en la cabeza podía materializarse de una manera óptima; la idea era, y es, transmitir los puntos fuertes de Lonely Mountains de forma efectiva y clara. Con ese primer objetivo ya más que cumplido, y explorado de todas las maneras que permiten las cuatro localizaciones originales, Eldfjall Island usa planos más juguetones, más radicales, mucho más arriesgados y fuertes; la propia orografía de la isla hace que sea posible meter la cámara por sitios más angostos y enrevesados, y jugar de una forma más pronunciada con la anticipación: cuándo llegarás a los saltos y puentes naturales que se ven a lo lejos, te preguntas, o por qué hay tantas gaviotas sobrevolando justo este punto del mapa.

Es también más ambicioso gráficamente, con nuevos efectos de iluminación que quizá no pongan a prueba a ninguna máquina (incluso en Switch el rendimiento es bueno, aunque los desenfoques que forman el efecto tilt shift no estén activos en el modo portátil: es casi otro juego así, por cierto) pero que sí le dan a Eldfjall Island un toque muy propio. Sigue pareciéndome un juego extraordinariamente agradable a la vista: la elegancia con la que coinciden en un mismo los varios diseños (de niveles, visual, de sonido…) que dan forma al juego es en este DLC más evidente que nunca; mejor dicho, que un año después del lanzamiento original salga una nueva localización que no solo no resulta redundante o superficial sino que ahonda más y mejor en exactamente todo aquello que hizo que Lonely Mountains fuera un juego tan especial me reafirma en mi convencimiento de que Megagon Industries no dieron con la tecla por casualidad. Hay mucho talento en este juego, y la expansión lo demuestra y lo confirma.

A mayores, se han añadido una serie de novedades, estas comunes para todo el mundo (no hace falta comprar el DLC para tenerlas; la última actualización gratuita basta), no tan especiales o impactantes pero también interesantes. La de mayor peso seguramente sean los descensos diarios, un modo daily que propone escenarios comunes para toda la comunidad que, dentro de esas 24 horas, tiene que competir para estar tan alto como sea posible en los marcadores. Una posición buena es una recompensa en sí misma, pero también hay ropa, bicis o mochilas (una nueva pieza con la que personalizar a tu avatar) que se consiguen cuando participas en varias carreras o consigues una puntuación determinada.

Me esperaba algo más de este modo de juego, la verdad sea dicha, pero es un divertimento interesante. Las rutas que se proponen son las que ya conocíamos, pero se añaden distintos obstáculos que bloquean caminos principales, por ejemplo, forzándote a pensar de manera creativa y buscar atajos; esto es algo que ya hace sin necesidad de ponerte barreras el juego normal, así que aquí solo se hace explícito o físico lo que en los modos estándar se hace con un punto más de elegancia, pero el desafío de hacer de una vez, sin checkpoints ni caídas, descensos siempre impredecibles en busca del mejor tiempo siempre es estimulante. No tengo claro que vaya a abrirle los ojos a nadie (las virtudes de Lonely Mountains, ya digo, son evidentes para cualquiera que le dedique un par de horas, quizá menos; no hacen falta muletas para que su idea eche a andar) pero he visto peores formas de predicar al converso. Si pueden mantenerlo activo no solo a base de recompensas sino proponiendo variaciones interesantes de los circuitos que ya existen, puede ser una buena forma de racionarse Lonely Mountains para que no pierda sabor a lo largo del tiempo.

Como fuere, insisto en que nunca es mal momento ni para llegar a Lonely Mountains: Downhill ni para volver a él, y tanto el DLC de Eldfjall Island (seis euros muy bien invertidos, debo decir) como las novedades que se han añadido vía actualización gratuita son buenas excusas para coger de nuevo la bici y salir a buscar senderos. A mí me ha servido de excusa para volver a escribir sobre un juego que me apasiona, y de verdad os digo que ojalá no sea la última vez que tenga la oportunidad: ojalá tengamos Lonely Mountains para rato, porque bien merece la atención.