Análisis de Senran Kagura Burst

Recuerdo un comentario de un lector de AnaitGames que me sorprendió en su momento y me sigue sorprendiendo hoy, cada vez que lo leo, cada vez que lo recuerdo. Decía así:

No estáis pillando la movida (bien gorda)
Son chicas de instituto ninja con peras enormes, es claramente una visión distópica de ser ninja, casi como ver el peor de los casos; Ser una mujer joven y además dotada de mucho pecho, lo que le resta movilidad. Es la lucha de unas pobres almas para superar su GRAN barrera física para lograr su sueño de ser las Hokages del insti.
Es como «Pulseras Rojas» pero en japonés.

Era en referencia al lanzamiento en la eShop europea de Senran Kagura Burst; en ese momento sólo tenía los vídeos y las opiniones de terceros para intentar poner las ideas en orden e intentar descifrar una ironía que se me escapó, quiero pensar, en su momento.

Llamaba Chris Rooke en la edición británica de la revista oficial de Nintendo al boicot del juego en tiendas, hace no mucho. Por si pudiera hacer falta aclararlo: que sea oficial debería ser significativo del peso que un boicot de este tipo puede llegar a tener, porque una publicación de este tipo no suele pedir a sus lectores que lleven a cabo acciones que dañen tan directamente a la compañía, aun siendo Senran Kagura Burst un juego tan minoritario. Escribía Rooke que Burst «es uno de los peores tipos de juego que existen. Es insultante para la inteligencia de los jugadores, daña la reputación de la industria y aliena y hiere a la mujer (dentro y fuera de la comunidad e industria del videojuego)». Pedía a sus lectores que no leyeran artículos sobre el juego (como este: perdón, Rooke), que no lo buscaran en YouTube y que, finalmente, no lo compraran.

Difícilmente se puede defender algo como Senran Kagura Burst. Sobre el papel, es un hack and slash relativamente sencillo en el que tenemos que ir superando una serie de misiones, bien divididas en niveles totalmente asépticos a los que llegamos a través de un menú principal, eliminando cualquier tipo de mecánica que se aleje del combate y reposando todo el peso, pues, en los enfrentamientos; aunque muchos niveles tienen asociado un personaje y se nos obliga a hacer la primera partida con ese y no otro, una vez terminamos una misión podemos repetirla con quien queramos, para conseguir, idealmente, la calificación máxima (A o una estrella, en función de si elegimos jugar normal o activar un modo extremo que aumenta la dificultad). Hay seis personajes y a efectos prácticos este Senran Kagura son dos juegos (el original y Burst, la secuela), así que hay material de sobra para tener nuevos retos durante un buen montón de horas.

El esqueleto es ese. El esqueleto no está del todo mal, de hecho: aunque los bajones de imágenes por segundos son espantosos y el combate le agota a uno no mucho después de agotarse él mismo (no es un momento que tarde en llegar: es todo repetir ataques ligeros y combos aéreos, fáciles de activar y fáciles de mantener, con la opción, apenas útil, de combinar esto con ataques fuertes y alguna técnica especial), es divertido probar las distintas misiones, especialmente las que tienen retos añadidos (las que ponen límite de tiempo, o las que nos piden eliminar a cierto número de enemigos lo más rápido que podamos), con los distintos personajes. Cada una de las chicas que protagonizan Senran Kagura se controla de una manera, y todas tienen algo peculiar: un tipo de ataque fuerte, una manera de hacer el dash con el que esquivamos o una habilidad especial única, con su correspondiente animación cuando la activamos. También está la erótica del combo, digamos: en la primera partida nos hará gracia encadenar 300 golpes, y en la segunda nos picará un poco haber llegado a 600 y ver que quizá podríamos haber hecho más, y poco a poco hacer que ese número crezca todo lo que sea posible se convierte en un reto añadido. A nadie le amarga un combo de 1.500 golpes.

Es apropiado hablar de erótica del combo porque es algo, la erótica, con lo que Senran Kagura Burst lidia constantemente, y casi siempre de manera desastrosa. Los personajes principales del juego son unas ninjas (se puede leer shinobi o se puede leer niña, porque realmente son menores de edad) que entrenan en un instituto dedicado a preservar en la sombra el legado de los mercenarios centenarios japoneses. Hay un grupo rival, también femenino, y hay unos profesores, casualmente hombres, y en adelante todo es un desastre: cada misión viene precedida y coronada por una serie de secuencias en las que las chicas, todas ellas estereotípicas hasta la arcada, hablan, se enfrentan a sus rivales o son puestas a prueba por sus maestros. Aunque no hay ni un diálogo inteligente, también podemos dedicar nuestro tiempo entre misiones a charlar con nuestras compañeras en el instituto; desde ese punto de reunión elegimos las misiones, pero también podemos visitar el vestuario y elegir los modelos que queremos que lleven las chicas.

La ropa tiene un papel perturbadoramente principal en el juego. Las animaciones con las que entramos en las misiones o activamos los poderes especiales se cuidan de dejar al descubierto la ropa interior y de poner de relieve, pun intended, la movilidad de los pechos de las protagonistas, a los que se hace referencia de las maneras más bobaliconas en más de una conversación. A medida que recibimos daños, el juego nos sorprende con escenas en las que la ropa de nuestros personajes se va rompiendo, dejando más y más al descubierto el bikini que llevan debajo de los uniformes y que, claro, podemos también elegir en el vestuario. Si queremos acelerar el proceso, podemos activar al principio de cada misión el modo difícil, que directamente pone a las chicas a pelear en bikini.

Todo esto es gracioso una vez, es gracioso dos veces, es incómodo a la tercera y se vuelve ofensivo en adelante. Es la típica excentricidad japonesa que anula un juego; puedo aceptar y puedo creer que todo esto se llegue a usar con un fin, que sirva para lanzar algún mensaje, por muy patillero y torpe que sea, por mucho que haya diez millones de maneras mejores; podría llegar a pasar por el aro y creer que el tema de los pechos enormes es una barrera y que el juego habla de eso, pero no. No es un juego que deje a la mujer en demasiado buen lugar: no es una celebración de lo femenino, ni una historia de mujeres con personajes bien escritos que casualmente tienen las tetas gigantes. Es un hack and slash del montón que se pierde entre pechos enormes, que convierte lo erótico en grotesco; no tengo nada en contra del erotismo, pero Senran Kagura Burst no tiene nada de erótico: nos convierte en cómplices de un voyeurismo enfermizo y sin gusto, nos saca de nuestro papel de jugadores y nos convierte en cómplices de un crimen cotidiano y aquí ni siquiera un poco maquillado. Hay micromachismos peligrosos por cómo consiguen hacer que parezca que no molestan, que no hacen nada; no es el caso de Senran Kagura Burst, antónimo definitivo de cualquier cosa sutil: la manera desquiciada en que gestiona su erotismo, en que se dirige claramente a un tipo de usuario, es difícilmente atractiva, y por momentos ni siquiera parece perdonable. [3]