2018: Redemption (V): The Missing, Darkwood

Como de costumbre, dedicamos los últimos primeros días del año a repasar aquellos juegos que, por motivos de la más variada naturaleza, hemos jugado pero sobre los que no hemos llegado a escribir. Algunos son increíbles, otros no te los puedes creer; algunos son oro puro, otros son puro horror. De todos hemos intentado sacar unas cuantas palabras interesantes, y ahora es cosa vuestra decidir si lo hemos logrado o no. Al grano, que hemos venido a redimirnos. 

The Missing: J.J. Macfield and the Island of Memories | por Marta Trivi

Una figura extendida dentro del fantástico es la de usar la mutilación del cuerpo —en representaciones tanto realistas como teatrales— con la intención de literalizar diferentes metáforas. Por normal general, si los cortes o abrasiones están realizados por un tercero el resultado es la pérdida de poder del protagonista (que normalmente es mujer). Sin embargo, si es el personaje principal el que se perfora o desmiembra voluntariamente, entonces esta agresión resulta una alegórica mutación que lo hace mucho más fuerte. The Missing, el último juego de Swery, gira mecánicamente alrededor de ambas ideas mientras que, temáticamente, resulta un alegato a favor de la integración. The Missing comienza, como no, con una desaparición. J.J. se despierta en medio del bosque para descubrir que su acompañante, Emily se ha desvanecido del lugar en el que ambas acampaban sin dejar rastro. La agonizante búsqueda, que también funciona como viaje de (re)descubrimiento, la llevará por paisajes peligrosos y macabros, con ciertos componentes surrealistas, en el que su cuerpo y su dolor serán sus únicas armas. Al igual que Little Nightmares o Inside, el título es un juego de exploración en el que cada área resulta un enorme puzle que tendremos que resolver para avanzar. Escalofriante e inmersivo, también comparte con los juegos de Playdead el hecho de ser bastante gráfico. La diferencia en The Missing es que este contenido desagradable y explícito no se relaciona solo con la historia, sino que está íntimamente ligado a las mecánicas. Perder un brazo, romperse el cuello o quedar reducida a una masa sanguinolienta es en ocasiones esencial no solo para avanzar sino para descubrir todos los coleccionables que el juego pone a nuestra disposición. Porque más que a otros juegos, The Missing recuerda a la obra más sórdida de Ryu Murakami y a los referentes más violentos del cine japonés. Salvo con una excepción muy notable (la del tren) todos los puzles en The Missing están excelentemente diseñados y son en extremo satisfactorios del resolver. La faceta de plataformas, sin embargo, resulta bastante torpe por la elección de introducir físicas realistas en el personaje, lo que resta al jugador parte del control y la precisión deseados. En Switch, The Missing avanza en algunos tramos a trompicones y las animaciones (como la de bajar o subir escaleras) pueden llegar a ser irritantes aunque, en el fondo, no nos importe. El sufrimientos de J.J., que en los primeros minutos parece ajeno y gratuito, acaba siendo catártico para el jugador, que pasa de percibirlos como horribles a sentirlos como sacrificios cercanos que hacemos (o creemos hacer) por continuar, irónicamente, con vida.

La historia de J.J. es cercana porque sus gritos de agonía hacen que sea imposible evadirse de su dolor y es lo importante de su historia, la seriedad del mensaje, lo que hacen que toda esta casquería no sea gratuita. Tengo sentimientos encontrados con respecto a la nueva propuesta de Swery y es por eso que no puedo hacer otra cosa que recomendarla. En un universo —el de la ficción— en el que el cuerpo de la mujer es un vehículo para el placer pero también para expresar mediante su destrucción las frustraciones, los miedos y las inquietudes de los hombres (de esto sabe mucho Lars von Trier), encontrarse con una obra que nos obliga a pensar en el ser antes que en la carne, que nos obliga a mirar las consecuencias de nuestros fallos y decisiones y que contabiliza todas y cada una de las veces que nos hemos roto, supone un shock en el jugador. Pero lo importante no es eso. Es la reconstrucción. El levantarse, el no ceder. El elegir siempre recoger todas las piezas y continuar adelante.

Darkwood | por pinjed

Llegué a Darkwood en 2014, cuando apareció en el programa Early Access, y en aquellos días aún duraba la resaca de un Hotline Miami que estaba preparando su segunda venida y que había logrado, desde lo indie, volver a dignificar la perspectiva cenital como un ángulo tan válido como otro para explicar historias adultas y en cierto modo subversivas, llenas de violencia, droga y locura. Era imposible no mencionar la lisérgica obra de Dennaton al hablar de este juego de terror de los polacos de Acid Wizard Studio, más un tema de forma que de mensaje. Han pasado cuatro años desde aquella primera impresión, y aunque sus creadores terminaron el juego en verano de 2017, no ha sido hasta ahora que he encontrado el momento para volver a sumergirme en su propuesta. Curiosamente, no sé si por el paso del tiempo y el hecho de que las tendencias estéticas indies están más asentadas y diversificadas que antaño, ya no viene Hotline Miami a la mente cuando uno juega a este relato de horror oscuro y malsano. El ritmo irregular, el desplazamiento pausado, las interacciones con objetos y entorno —algo más enrevesadas de lo necesario y emparentadas con mecánicas de aventura gráfica clásica—, y por supuesto la historia y la ambientación poco tienen que ver con aquel maquinal bombeo tecno con cabezas reventadas bajo luces rosas de neón. La estructura continua y no dividida por fases, la exploración como pilar principal y en especial unos eventos escriptados que no secuestran la interactividad como en una cinemática. Darkwood posee una personalidad fuertemente eslava, no solo por la influencia evidente de Tarkovsky o los hermanos Strugatsky al situarnos en un bosque que podría compararse con la Zona, un lugar aislado del resto del mundo, neblinoso y oscuro, en el que cosas inimaginables han sobrevivido a la enfermedad y acechan entre las sombras; sino también por cómo la ficción de Stanislaw Lem sobrevuela algunos pasajes y la mitología eslava se hace también hueco introduciendo enigmáticos personajes que parecen salidos de alguna fábula a base de animales antropomórficos y que en Darkwood marcan los distintos caminos que puede elegir el jugador para avanzar en la historia.

Diría que Darkwood tiene muchos defectos, pero compensa sin ninguna duda con sus virtudes: su matriz de control es antipática y lastra la fluidez de las acciones, pero el juego hace un esfuerzo muy meritorio con demostrar que la posición de la cámara no es óbice para la inmersión, la tensión, el sobresalto, la persecución, la sordidez y otros elementos habituales en el terror. Su relato también contribuye con una narración extremadamente oscura e infestada de personajes que ponen los pelos de punta, pero se desprende la sensación de que el guion nunca termina de liberar todo su potencial, y que ese bosque oscuro pero sobre todo extraño y a veces grotesco oculta entre sus ramas algo del todo memorable que nunca llega a salir de su escondite.