Las pesadillas de Bloodborne: The Old Hunters

Bloodborne no es un juego gracioso, pero sí tiene un sentido del humor muy especial; una parte importante de su encanto está ahí. Hace unos meses escribía que el último juego de From Software tiene «suficiente confianza como para, en ciertos puntos, hablar al jugador [experimentado] y dejarle ver un sentido del humor muy de diseñador japonés de videojuegos». 

The Old Hunters, el DLC de Bloodborne, empieza así: después de cumplir los requisitos para acceder a las nuevas zonas (ya lo habréis leído por ahí: matar a la Vicaria Amelia, recibir un objeto y dejar que la Amygdala del Distrito de la Catedral nos enganche y nos transporte a la Pesadilla del Cazador, donde empieza todo), llegamos a un sitio que resulta familiar. Yo no lo pillé al principio, pero pronto te das cuenta: estás en una versión pesadillesca y deformada del tramo previo a la Gran Catedral, una zona rediseñada para ser hogar de los cazadores «borrachos de sangre», nos dicen, condenados a combatir a las mismas bestias una y otra vez.

Quizá sea otro guiño al jugador. Quizá quieran introducirnos en esta nueva pesadilla desandando terreno conocido; por mi parte, me sirvió para reafirmarme en mi opinión de que Bloodborne es el juego mejor construido de todo el año. El hecho de haberme enfrentado a estas novedades en medio de un New Game + ha tenido bastante que ver; a pesar de que mi personaje tenía un nivel muy alto (muy por encima del que se recomienda antes de entrar en las nuevas zonas), los muchos cazadores que aquí se convierten en nuestros primeros enemigos habituales me sorprendieron con armas que no conocía y a las que no me supe anticipar; estar en medio de una batalla que era solo en parte la mía es una primera idea muy potente en un DLC que tiene bastantes buenas ideas, más que suficientes para que volver a Bloodborne merezca la pena.

Un poco más adelante, el juego tiende dos trampas. La primera es un ítem (una de las nuevas armas, se descubre después) que está aparentemente solo en una pequeña zona a la que se llega dejándose caer por una cornisa. Cuando llegas, sin embargo, un cazador comienza a atacarte; estaba camuflado entre unas rocas, esperando a que llegara un pobre incauto atraído por el objeto. El DLC tiene momentos como este aquí y allá; es un vicio (el esconder enemigos de manera más o menos injusta) que no eché de menos en mis primeras partidas pero del que me aprendí a reír en las Mazmorras del Cáliz; en la Pesadilla del Cazador no se tarda mucho en que los perros te muerdan las pantorrillas y las bolas de fuego se te abalancen sin demasiado tiempo para reaccionar. La otra trampa es una explanada, más allá del río de sangre, que huele a jefe a varias leguas; en su lugar, dos enemigos temibles salen a recibirte cuando haces de tripas corazón y te decides a perder unas cuantas almas. El jefe, el primero de la expansión, llega poco después.

The Old Hunters está cómodo en ese medio camino entre cumplir las expectativas del jugador avanzado (el único que debería acercarse al DLC: otro pinchazo de Miyazaki en nuestros brazos tiene que ver con lo pronto que se puede acceder a la nueva zona) y subvertirlas para, en fin, ser sorprendente, después de todo. Precisamente en esa explanada recordé una de esas sensaciones que pueden ser un gusto adquirido de la comunidad de fans de Miyazaki y From Software: me veía jodido. No hay otra forma de plantearlo: en base a lo que me había costado llegar hasta ahí, no tenía muy claro poder avanzar mucho más con el nivel que tenía entonces. Por eso decidí ignorar el DLC por un momento y continuar con mi New Game +; cuando cargué la partida para ponerme con The Old Hunters ya tuve que avanzar un poco para matar a la Vicaria Amelia, así que decidí avanzar más. 

Una semana después, Bloodborne ha seguido sorprendiéndome como el primer día. Recordar buena parte del juego estándar antes de ponerme con la expansión me ha ayudado a recordar lo bien diseñado que está el juego; he probado armas que tenía algo desatendidas, he aprendido a utilizar en condiciones algunas de las nuevas (soy un jugador solitario y todas me parecen bien, pero sé que hay jugadores de PvP que no ven con tan buenos ojos algunos añadidos); las he pasado canutas con algunos jefes por tercera vez, he hecho cosas que me había dejado en anteriores partidas, he vuelto a pensar, con meses de por medio y tiempo para templar la cabeza, en todo lo que hace bien Bloodborne. No es poco; tengo esperanzas de ver aplicados en Dark Souls III algunos de los avances que ha hecho From Software con este juego, no necesariamente los más sensibles (los relativos a la agilidad y al combate, principalmente) sino los estéticos, por ejemplo: Bloodborne usa la cámara, por ejemplo, de una forma tan consciente, tan brillante, que casi es imposible no quedarse con la boca abierta cuando el juego, casi sin que nosotros queramos, nos planta frente a sus vistas más espléndidas, o sus peligros más terroríficos.

Cualquier excusa es buena, en fin, para volver a Bloodborne. Dudo mucho que The Old Hunters haga que los que no consiguieron dejarse seducir por la pesadilla de Miyazaki en su día cambien de opinión por una expansión así, pero para el resto es una oportunidad de oro para volver a meterse en el fango hasta las rodillas: siguiendo la estela del juego sobre el que crece, esta ampliación propone un buen puñado de giros muy inteligentes dentro del imaginario de Bloodborne, desde las nuevas armas (como en el original, piezas únicas que exigen cierta práctica para conocer sus movimientos, sus fuertes y sus debilidades, más personales que las de los Souls y sin duda uno de los puntos más interesantes del juego) hasta los nuevos jefes, tan difíciles como uno podría esperar de la traca final de un juego así. Bloodborne es uno de esos sueños que uno recuerda para siempre.