Chess 2, la pesadilla de Kaspárov

Ayer seguro que visteis entre las novedades de Steam un juego llamado Chess 2: The Sequel. Al primer vistazo suena extraño que algo tan rematadamente trillado como un juego de ajedrez aparezca como novedad en el catálogo de la plataforma, pero con un poco de atención es fácil darse cuenta de que el título esconde un concepto bastante radical y sorprendente: Chess 2 no es la segunda parte de un videojuego llamado Chess, es una secuela del mismísimo ajedrez de toda la vida. ¡BAM!

La idea tiene un origen claro: el manual imprimible que publicó David Sirlin hace cuatro años, una serie de reglas aplicables a cualquier tablero de ajedrez físico de siempre con sus 32 piezas divididas en dos colores.

¿Y qué se puede alterar de uno de los juegos de estrategia más antiguos de la historia de la civilización occidental? ¿No existe el peligro de romperlo por algún sitio? Personalmente hace unos años de me di cuenta de que el Parchís tenía locas acepciones en sus reglas, variantes absurdas según las costumbres de una zona, y que es posible que esto sucediese también con otros clásicos de tablero. Chess 2 empieza introduciendo posibilidades estimulantes como que un jugador gane la partida si su rey consigue cruzar la línea que divide el tablero por la mitad sin haber recibido ni un solo jaque (aunque la victoria por jaque mate sigue ahí y no lo sustituye), ofreciendo la posibilidad de ganar a lo loco; pero no tarda en alcanzar un nuevo nivel de atrevimiento aplicando rasgos de juego de rol a las partidas: por cada peón enemigo eliminado ganamos unas piedras (hasta un máximo de seis) que podemos usar para defendernos de ataques posteriores. Si apostamos más piedras que el oponente, nuestra pieza morirá de todos modos porque las reglas del ajedrez siguen intactas, pero la pieza atacante que ha perdido la apuesta también será retirada del tablero.

Pero cuando sus diseñadores demuestran que son unos auténticos flipados es con la novedad más llamativa: en lugar de un ejército (la combinación de piezas de siempre), podemos elegir entre seis distintos que poseen varias modificaciones en algunas de sus piezas. Desde la habilidad de alfiles, caballos y torres de copiar el movimiento de las otras dos si están en casillas adyacentes, hasta una reina loca capaz de teletransportarse a cualquier recuadro excepto la última fila y que tiene la limitación de no poder atacar al rey, pasando por piezas que pueden eliminar a figuras de su propio equipo.

Las capas de estrategia del ajedrez de siempre se multiplican hasta lo mareante, y aunque cada uno de los seis ejércitos está equilibrado de forma interna respecto a los demás para favorecer al perfil del jugador (agresivo, defensivo, móvil…), da la sensación de que junto al resto de reglas, clásicas y nuevas, las variables se disparan y el juego se convierte en algo demasiado caótico como para garantizar un balance todo lo meticuloso que debería.

El lado bueno, imagino, es que Chess 2 es mucho más activo que el ajedrez, más imprevisible, más rápido, menos dado a las tablas y con un frenetismo que en el ajedrez real solo se da partir de la mitad de la partida. Es un poco engañoso porque el mérito no es de las mecánicas que introduce el juego, sino de eliminar la posibilidad de memorizar todas las circunstancias posibles y elegir la opción adecuada, de convertir en inviable la principal habilidad del jugador experimentado: jugar en su cabeza una partida paralela, varios movimientos más avanzada que la que reposa sobre la mesa. Conseguir eso en Chess 2 es una utopía, un disparate.

Chess 2 no es ajedrez, aunque se juegue con las mismas piezas, y sus ramalazos de juego de rol junto a sus mutaciones básicas del reglamento, lo convierten en una actividad tan anárquica y enloquecida que nos pone a todos al mismo nivel, desde el gran maestro hasta al niño enganchado a Pokémon Y. Al comunismo por el desconcierto. Esa parte quizá sí que le gustaría un poco más a Kaspárov.

En cualquier caso, los interesados en este experimento lúdico harían muy bien en probar la versión que acaba de salir en Steam o la que lleva en Ouya desde enero. No solo por cosas como jugar contra la máquina o hacerlo online (por defecto viene en un aceptable diseño 3D, pero podemos cambiar a una cómoda vista cenital 2D cuando queramos) o por su interfaz bastante clara, sino por algo tan obvio que quizá le pase a uno por alto: que en todo momento nos recuerden las reglas.