Cinco momentos en Red Dead Redemption

Red Dead Redemption es un gran juego: de eso no me cabe duda ni a mí, ni a Pep, ni a nadie. A pesar de sus fallos, consigue ser al oeste lo que GTA IV fue al trapicheo: un transmisor perfecto de sensaciones, y al mismo tiempo un juego muy competente que mejora muchos de los aspectos en los que flaqueaba la cuarta parte del simulador de matar putas más famoso del mundo. Pero si hay algo que hace que Red Dead Redemption sea grande, ese algo es que no nos anima a saltarnos viajes, a teletransportarnos ni a usar medios de transporte automáticos: la conexión con nuestro caballo, mil veces superior a la impersonal relación que mantenemos con los coches de usar y tirar del resto de sandbox, hace que el viaje de un sitio a otro sea un auténtico placer y que siempre queramos más, más viajes, más aventuras. En Rockstar han vuelto a demostrar su maestría creando videojuegos y han dotado al mundo de Red Dead Redemption de una vida excepcional, y un simple viaje de un pueblo a otro se puede convertir en una aventura gracias a los sucesos aleatorios que tienen lugar cada dos por tres. Este artículo es una pequeña guía, un pequeño tentempié para hacer apetito que pueden usar a discreción tanto los que aún no tengan el juego y quieran indagar un poco más en él como para aquellos que ya estén acompañando a John Marston en su epopeya del oeste. Es imposible encerrar todo Red Dead Redemption en un simple texto; aquí tratamos de capturar un poco de su esencia en cinco momentos de esos que pueden ocurrirle a cualquier honrado vaquero que camine por los salvajes caminos que nos propone el juego. Disfrutad del viaje.

El sheriff

En una de mis relajantes rondas por los pueblos, buscando malhechores y delincuentes, me encontré con un carro volcado y con sus caballos muertos. Al lado, un sheriff me pedía, desesperado, que le ayudara a capturar de nuevo a los dos malandrines que pensaban que estaban mejor como fugitivos; me calé el sombrero y me puse manos a la obra. El sheriff me pidió que, por favor y si era posible, se los devolviera vivos. La seca y árida región de Cholla Springs no es rival para mi caballo, que trota al viento hasta ponerme al lado del primer villano; mi lazo hace el resto, y lo dejo atado mientras me ocupo del otro. Aunque le ha dado tiempo a avanzar un poco, no consigue huir de mi hábil lazada y su suerte no varía de la de su compañero: lo ato y le llevo junto al sheriff, y luego voy a por el que había dejado atado, que sigue el mismo camino. El sheriff me agradece las capturas y me recompensa con un puñado de dólares, que agradezco mucho. (El juego me está empequeñeciendo la cartera últimamente.) Para mi sorpresa, el único motivo por el que el sheriff quería a los dos fugitivos con vida era para terminar el trabajo él mismo: desenfunda su revolver, les pega un par de tiros y se marcha corriendo y gritando. Yo subo a mi caballo y me voy.

La plañidera

Mientras cabalgaba plácidamente por The Hanging Rock en busca de gente a la que prestar mis servicios, algo me inquietó: un hombre yacía muerto en el suelo, y una mujer estaba sentada a su lado. Me acerqué con un recelo totalmente comprensible (podían ser una pareja de asaltantes poniendo en práctica el truco del muerto y la viuda), y cuando estuve al lado de ellos vi que la mujer bebía desconsolada, llorando a gritos, de una botella. Lamentándose por la muerte de su marido, se había dado al alcoholismo más abyecto y lamentable; tanto fue así, que siguió bebiendo y bebiendo ante mi mirada atónita, hasta que cayó desmayada. Me acerqué a comprobar si estaba muerta; en efecto, la había diñado. Registré su cadáver, me llevé su dinero y seguí mi camino: había gente ahí fuera que me necesitaba.

El desamparado

Justo cuando acababa de cazar y empezar a domesticar a un semental asombroso, poderosísimo, decidí que me merecía un descanso y puse rumbo a mi habitación en el saloon de Armadillo. Por supuesto, el camino me reservaba una sorpresa: a un lado, en una zona muy solitaria, un hombre lloraba y me pedía ayuda. «¡No se lo pediría si no me hiciera falta», gritaba, «por favor, lléveme hasta el pueblo!» Un vaquero de mi honor y fama no podía hacer otra cosa que acercarse y ofrecerle mi inestimable ayuda. Cuál fue mi sorpresa cuando el muy desgraciado sacó su cuerda, me la pasó por el cuello y me tiró del caballo; retorciéndome en el suelo, no pude hacer otra cosa que ver cómo se llevaba a mi espléndida montura. Quien la hace la paga, y por eso mi reacción es totalmente justificada: mientras veía cómo se alejaba, desenfundé mi rifle Winchester, calculé cuatro disparos en su espalda y le derribé a tiros. Corrí hacia mi caballo, no sin antes saquear el cadáver del canalla. Cuatro dólares. Volví a casa.

La pelea imprevista

En cierta misión secundaria, un hombre te pide que convenzas a su mujer para que vuelva con él. Ella, que no es precisamente un ángel, se niega, y entonces tienes que atarla y llevársela o amenazarla para que te obedezca. Yo, con mi santo tacto, decidí meterle un puñetazo en la cara para que entrara en vereda. Luego, con los puños alzados de una forma realmente amenazadora, la dirigí al saloon, de vuelta con su marido. Lo que yo no sabía era que al entrar al saloon con los puños en alto los parroquianos iban a sentirse tan, tan amenazados; resultado: una furiosa pelea yo versus diez borrachos furiosos, que al principio se conformaban con los puños pero que no tardaron demasiado en sacar sus revólveres y ponerme la camisa como un colador. Traté de huir, traté de esconderme, pero al final me perseguían los borrachos, la ley y medio salvaje oeste, por lo que no pude hacer otra cosa que morir tiroteado entre los cactus. El trágico destino del vaquero.

El hombre puma

Una de las cosas involuntariamente grandes de Red Dead Redemption son los bugs, en especial uno (o una serie de ellos) que cambia los modelos de los personajes del juego, haciendo que, por ejemplo, un perro armado con un rifle nos ayude a cruzar los muros de un fuerte o que podamos cabalgar a una mujer, una mujer rápida como el viento. Pero si hay uno que me gusta especialmente, ese es el hombre puma: un desquiciado señor que corre a toda velocidad, usando sólo sus rodillas, mientras nos ataca y mueve la cabeza de una forma realmente graciosa. Ved el vídeo, comprad el juego y rezad por presenciar estos divertidísimos fallos en persona.