Desde Los Angeles: El Monigote, el Futbolista y el Deportivo

Tras recoger las acreditaciones, Pep me contaba que este podría ser el último E3 de Los Angeles, que el verano que viene el centro de convenciones va a estar en obras y los videojuegos iban a pringar. El E3 siempre llega rodeado de cierto fatalismo, ya sea porque se cierra al público general, porque tal compañía dejará de asistir, o porque el propio evento desaparece según me han dicho que le han dicho. A mí me da igual si ocurre cualquiera de esas cosas, porque desde el principio he tenido claro que esta iba a ser la primera y la última vez que asisto.

Aquí se me conoce mejor como el tío ese que me suena remotamente, el que escribe un artículo sobre narrativa de ciento al viento. Pero en realidad me estrené en Anait escribiendo, precisamente, sobre un evento paralelo al E3. [Nota: Estamos maquetando de nuevo esa serie de artículos de 2008; pronto lo publicaremos en un formato más legible.] No es que sea mi medio natural, pero espero que eso me ayude a retratar lo que viene a ser una feria grotesca y artificiosa a ojos de un profano. Porque no hay otra forma de decirlo: el E3 da bastante asco. Es un monumento a la frivolidad y espíritu manipulador del marketing, una fiesta rave de relaciones públicas y vendemotos, un despilfarro arrogante en nombre de la horterada. Y todo ello con el fin de engatusar a un público paradójicamente ansioso por arrojarse al abismo de la falsedad y vitorear a su CEO favorito como si fuese el bajo de los Sex Pistols. 

El formato del evento mediático con ruido y colorines es algo que ha empezado a hacer el cine hace poco, como consecuencia directa del auge de las supercorporaciones y las franquicias en descontrol. Ya ahí se hace raro que se centre la atención en oficinistas glorificados como Kevin Feige, o que se fiche a cineastas independientes en plan futbolistas para terminar anulados por las directrices del estudio. Con los videojuegos, en cambio, estas aberraciones se aceptan como norma. Como mucho sirven de abono para el cachondeo, pero en no pocos casos se celebran. Y esto es realmente incómodo.

Con Bethesda haciendo de teloneros, Microsoft inauguró el E3 2015 descolgando un deportivo azul del techo. Después salió por ahí Henry Ford III, que viene a importar tanto en la dinastía Ford como Froilán de Todos los Santos en la de los Borbones. Lo ponen ahí por efectismo. Igual que Pelé hablando de no se sabe qué previo al vídeo de FIFA 16. En este caso al menos el tío es una figura histórica, pero no en el contexto para el cual se le está utilizando. Diría que esta tontería del personaje invitado es el siguiente peldaño hacia abajo en la escalera de la insustancialidad, justo por debajo del ejecutivo trajeado y la cinemática CGI. Y sin embargo, hay quien lo disfruta.

Supongo que porque lo bonito de todo esto es vivirlo con ganas. Y porque aunque me a mí me interese tanto como el hueso de las aceitunas, existen muchos fans de Forza Motorsport.

Pero quiero creer que incluso ese público preferiría a un desarrollador de Turn 10 llegando en un Ford GT al escenario para explicar que sí, que han probado el coche, y que su objetivo ha sido reproducir su comportamiento en el videojuego con la mayor verosimilitud posible. Haciendo eso, el golpe de efecto sigue presente, pero dotándolo de un significado que justifique la emoción. Se trataría de poner el marketing al servicio del contenido, y no lo que se viene haciendo, que es justo al revés.

Creo que en el fondo todo el mundo es consciente de la farsa, pero prefieren optar por la indulgencia para no cargarse la diversión. Lo de si la prensa debe ir a un evento de estos a divertirse o no ya lo dejamos para otro día, así como la pregunta de cuántos periodistas había realmente entre el público. Hace tiempo que quedó claro que cualquier cambio de etiqueta va a llegar únicamente del lado de las compañías, y por frustrante que resulte, de ellas depende que estos shows partan de una honestidad mayor.

Y aunque parezca increíble, quizá sea posible llegar a eso algún día.

La noche del lunes, la opinión mayoritaria dentro y fuera de Los Angeles fue que Sony había devuelto la esperanza. No por colocar una fecha fría delante del logo de The Last Guardian, sino por el modo en el que aquel niño se enfrentaba a un precipicio a lomos de su sucedáneo de grifo y dragón. Tampoco porque Harrison Ford hubiese vuelto a echarse unas partidas con Nathan Drake, sino porque Drake se detuvo impotente durante unos segundos en los que le falló el DualShock a Neil Druckmann, para después emular al Tintín de Spielberg desafiando las leyes de la física con su jeep. Por eso y por el cliffhanger al final del trailer de Firewatch, por el planeta E3 de No Man’s Sky y los dinosaurios con engranajes de Horizon: Zero Dawn. No es que los demás no tuviesen momentos de estos, simplemente Sony tuvo más y caló en la memoria.

Aunque la mejor presentación del E3 no fue para PlayStation, sino la sorpresa de Unravel durante la conferencia de EA, con monigote lanudo incluido en las manos de un tembloroso Martin Shalin. Lo de este señor es la antítesis del deportivo en el techo, es a lo que debería aspirar este medio, ya que enfatiza la humanidad por encima de la farándula. El monigote de Unravel ni siquiera es particularmente bonito, pero la tosquedad de su diseño y el nerviosismo de su creador clamaron sinceridad y espontaneidad. Clamaron ilusión. Pero auténtica y compartida, no fabricada a golpe de luces de neón.

Que a una industria del entretenimiento le cueste tanto transmitir un sentimiento tan necesario para el buen funcionamiento de sus productos es desconcertante. Pero al menos nos queda el consuelo de que cuando lo consiguen, lo consiguen de verdad. Hoy fue un monigote de lana, mañana tal vez algo aún mejor. Entretanto habrá la consecuente ración de peleles trajeados, música atronadora, focos reflectores y promesas vacías. Pero mientras existan excepciones, existirá la ilusión.