E3 2015: Catarsis visual

Cuando Indiana Jones fue arrastrado por un camión en Egipto, hace ya más de treinta años, la verdadera proeza fue plasmarlo en pantalla. Hizo falta cavar una zanja para que el doble de Harrison Ford se desplazase entre las ruedas sin peligro, el conductor tuvo que avanzar en línea recta a velocidad moderada, con un segundo vehículo filmando la acción a cámara rápida por el bien de la adrenalina. Lo que derivó de esto fue un momento de esos que marcan un nuevo estándar, una acrobacia que no se había repetido desde los tiempos del mejor John Ford con La Diligencia, y un referente para el cine de acción de las décadas posteriores que costaría mucho reemplazar. Ayer, mientras veía a Nathan Drake arrastrándose por el barro, unido por una cuerda a otro camión en retirada, flanqueado por una estampida de motoristas hostiles, pensé que por primera vez alguien había rendido homenaje a Steven Spielberg con la misma audacia que Indiana se lo rindió a John Ford. Sólo que en esta ocasión no estaba ocurriendo en una película, sino en un videojuego. Los que cuestionan a Naughty Dog por la linealidad de sus niveles no son conscientes del enorme mérito que acarrean. La serie Uncharted, con sus dos últimos juegos a la cabeza, incluye algunas de las mejores escenas de acción jamás creadas en el convulso periodo desde cuando Indy colgó el sombrero y hasta que Mad Max renovó el carnet de conducir. No son simples conceptos primarios, como explosiones estruendosas y saltos temerarios. En Naughty Dog trabaja gente que lo mismo merece ser llamada diseñador de videojuegos que cineasta, capaces de orquestar una persecución de diez minutos en un crescendo constante que no aburre ni cuando no te dejan coger el mando. Sus juegos fluyen de forma orgánica como un gigantesco plano secuencia, con la cámara describiendo vistas cenitales o contrapicados, pasando de un plano general a uno medio, ubicándose encima del hombro del personaje o pasando a ras del suelo según la acción lo requiera. Todo ocurre sin que el jugador se entere, pero no por verse abrumado entre balazos, sino porque la composición está siempre al servicio de sus necesidades. Los Uncharted requieren ser juegos tan frenéticos como claros, y en la claridad está la belleza. En las tres ocasiones que vi la demo de Uncharted 4, dos de ellas en versión extendida, traté de buscar las costuras de un bordado demasiado perfecto para ser cierto. Pero por más que lo intentase, no lograba encontrarlas. Naughty Dog es absolutamente brillante cuando se trata de introducir al público en su juego, huyendo de esos paréntesis invasivos tan evidentes durante la presentación de Rise of the Tomb Raider. Un atasco obliga a Drake a buscar otro camino mientras conduce su Jeep, un desvío estratégicamente situado anima a girar hacia la derecha, la irrupción brusca de un enemigo te urge a buscar una salida que asoma de forma perfectamente sincronizada. El juego se vale de un diseño excelente para vender la obviedad como instinto, y la intencionalidad como improvisación. En el fragmento que cerró la conferencia de Sony el lunes, se volvió a insinuar una mayor libertad a la hora de afrontar los niveles, pero a costa de una ejecución visual menos férrea donde la perspectiva y el sabor a videojuego empiezan a hacerse notar al de un tiempo. En realidad está por ver cómo de diferente puede ser esa carrera por las calles en manos de diferentes usuarios, pero ya fuese por las ganas de ofrecer una experiencia cambiante o cualquier otro motivo, lo primero que eché en falta fue parte del dinamismo habitual en las grandes set-pieces de Uncharted. La cámara, tan importante a la hora de enfatizar la emoción, se contiene a si misma mientras Nate y Sully permanecen juntos. Pero todo esto cambia radicalmente en cuanto se separan. Al poco de empezar a ver la continuación a puerta cerrada de la persecución de Uncharted 4, resultó obvio por qué habían decidido mantenerla en secreto al menos unos días. Tratar de describir con palabras lo que sucede en la secuencia es tan difícil como absurdo, porque uno ha de experimentarla por su cuenta para después decidir si seguir respirando o atender al juego un par de minutos más. Valga decir que al cabo de un rato me llevé la mano a la cara, incapaz de creer los extremos a los que estaba llegando el tinglado en el que habían metido a Drake, para un día después ver a un periodista que asistía a un pase diferente reaccionar exactamente de la misma manera. Mirándolo fríamente, la mayor parte de lo que cualquier Uncharted requiere del jugador es buena puntería, por lo que la forma en la que el juego reta esa puntería es lo importante. Aquí es donde la acción vertiginosa propia de la saga brilla con especial fuerza, ya que no es lo mismo disparar contra un tipo desde el cobijo de un saco de harina, que deslizándose por un lodazal, zarandeado de derecha a izquierda, mientras varios todoterrenos amenazan con atropellarte, por no mencionar a los dos maromos a punto de echársete encima unos metros más allá. Es un cruce de experiencia interactiva y sed de espectáculo, donde uno se lo pasa tan bien jugando como observando la vorágine cinética que ocurre a su alrededor. Y nadie sabe mantener ese delicado equilibrio mejor que Naughty Dog. Con casos como Mass Effect y Gears of War, me duele ver la continuación artificial de trilogías icónicas de la pasada generación que sus autores cerraron deliberadamente. Después de descubrir el potencial de Uncharted 4, no tendría nada que objetar a que Neil Druckmann y Bruce Straley extendiesen la saga incluso un capítulo más. Si este es el nivel que cabe esperar de cada uno, Nathan Drake bien podría ser nuestro James Bond personal. Porque cada nuevo Uncharted son al menos diez horas de diversión en estado puro. Y visto lo visto, también diez años menos que esperar entre los George Miller y Gareth Evans puntuales hasta que llegue alguien con el talento necesario para redefinir el significado de la catarsis visual.