2023 Recap

El 2023 de... Víctor Martínez

Este año he jugado a muchos juegos; más de los que puedo procesar, seguramente. He jugado a juegos

cortos
largos buenos
malos raros bonitos
feos caros baratos nuevos
antiguos grandotes pequeñitos
inclasificables totalmente normales

un poco de todo, en fin; he seguido con mucho interés los lanzamientos del año, desde los más comentados hasta los que no han conseguido caer bajo la luz de los focos, y he conseguido incluso sacar tiempo para unos cuantos mods, juegos de jam e incluso traducciones de clásicos que no llegaron a salir en Occidente. Un año muy completo. Me ha dado tiempo incluso de rejugar; ha sido el caso de Dark Souls II, de Super Metroid, de Wario Land 3, que me han dado algunos momentos realmente formidables en estos últimos doce meses, tantos años después de sus lanzamientos y de que los jugara por primera vez. (Jugad a Wario Land 3, por favor: es una obra maestra.) Ha sido un año fantástico para jugar con otra gente: para comentar partidas, para leer discusiones, para seguir directos, para grabar podcasts; he pasado una parte importante del año más bien triste por no tener a Marta Trivi todas las semanas en nuestro programa, pero en el fondo soy de natural positivo y creo que algunos Reload recientes han quedado bastante bien, sin ir más lejos el de los mejores juegos del año.

Pero también en 2023 ha cambiado de manera muy brusca mi manera de relacionarme con las redes sociales, por ejemplo, algo en lo que creo que no estoy solo. La sobreexposición, en las dos direcciones, me ha empezado a producir un rechazo que antes no me producía. Ha sido estupendo compartir el año con todo el mundo, con amigos y extraños, con conocidos y randoms, pero lo que con más cariño recuerdo de mi 2023 es lo más intensamente doméstico y privado: lo más normal, vulgar y absolutamente aburrido del mundo, y sin duda lo que más cálidamente me viene a la cabeza cuando pienso en este año.

Es lo que ha ocurrido, por poner un ejemplo, con Picross S9. Ya sabéis de qué va Picross: de colorear un casillero siguiendo las pistas que dan los números de los lados del tablero para formar dibujitos. Es un pasatiempo tan sencillo que funciona también en papel, y de hecho si os fijáis en los kioskos quizá encontréis cuadernillos con estos nonogramas (que así se llama el pasatiempo) con algún nombre genérico como «puzzle japonés». También es un juego delicioso en consola, y la veteranísima serie Picross es la prueba viviente de ello: Jupiter, el estudio que los desarrolla, lleva desde mediados de los noventa sacando un par o tres al año, y ni tan mal. Este año he jugado a Picross con toda la calma del mundo, sin comentarlo con casi nadie. Las únicas conclusiones a las que me he obligado a llegar han sido las mínimas necesarias para mantener conversaciones con mi compañero Óscar, un auténtico dios de Picross, pero nada más; es el Picross que más me he tomado como un pasatiempo, como una forma de matar ratos aquí y allá cuando no tengo ganas de pensar en mucho más, y la sensación ha sido formidable. Mi caso es más grave por mi oficio, evidentemente, pero hoy en día casi todo el mundo se obliga a «formarse una opinión» que después pueda empaquetar y colocar en los infinitos medios que nos ofrece internet para tal efecto, desde los más públicos y por ello sucios, como los cuartos de baño (Twitter, TikTok), hasta los más recogidos y pequeños aunque no familiares ni privados, que puede ser Discord o Telegram o WhatsApp o, si tienes cien años, Facebook. Estos días me ha estado saliendo en TikTok un matrimonio encantador que tiene todo un ritual para resolver a pachas el Wordle de cada día; es paradójico sentir el calor de lo íntimo al ver ese momento íntimo convertido en público por su hija, que es la que graba, edita y publica los vídeos en TikTok (con muy buen gusto, por otro lado), pero por algún lado hay que empezar.

Lo que con más cariño recuerdo de mi 2023 es lo más intensamente doméstico y privado: lo más normal, vulgar y absolutamente aburrido del mundo

2023 también ha sido el año en el que mi hijo ha empezado a jugar a videojuegos de manera más autónoma. Jugar con él, compartiendo pantalla o mando o simplemente estando a su lado y viendo cómo cacharrea, a su ritmo y sin interferencias, es una experiencia realmente iluminadora. Yo sé cómo tengo que jugar, cómo se supone que tengo que jugar, qué se supone que tengo que hacer, a qué velocidad, con qué objetivos, para qué, cuándo, dónde, con qué mando y en qué plataformas; mi hijo no tiene ninguna de esas cadenas, y ver cómo juega me anima a olvidar cómo juego yo, o por lo menos a intentarlo, para aprender a ver las cosas de nuevas maneras, sin que mis manías y lo que creo que sé se ponga por medio. Me encantan sus partidas a Super Mario Bros. Wonder, en las que el diseño de niveles demuestra que hay oportunidades de juego en cada rincón, aunque vayamos con tanta prisa o con la vista tan puesta en vaya usted a saber qué que no sabemos verlas; me gustan sus estrategias estrambóticas en Pikmin 4, porque aunque él y yo jugamos de maneras absolutamente distintas al final los resultados —tardando más o menos, de formas más limpias o menos— son los mismos; me emociona ver cómo se enfrenta a los desafíos opcionales en Kirby y la tierra olvidada o Kirby’s Return to Dreamland (que salió en Switch este año, por cierto; ni me acordaba), que le interesan lo suficiente como para intentarlo pero no tanto como para arruinarse el juego a sí mismo por la pura cabezonería de tener que hacer sí o sí el 100% en cada nivel antes de pasar al siguiente. ¡Tengo tanto que aprender de él!

Quiero pensar que hay algo valioso en estas formas de jugar, la puramente íntima y la más inocente y menos condicionada por los estímulos del mundo exterior, sobre todo en un momento en el que el vivir para afuera a veces pesa más de lo que resulta cómodo. Igual es solo que ahora me mareo en curvas que antes no me afectaban tanto. Como fuere, insisto, en 2023 he sentido que es importante encontrar una manera propia de jugar, una manera propia de ser, que no necesite de nadie ni de nada —ni aprobación ni confrontación— para existir y tener sentido. No sé. En esas estamos. ¿Habéis visto el arbolito que hice arriba con las palabras? Venga.


¿Cuáles son los mejores juegos de 2023? ¿Qué temas han dominado la actualidad durante el año? ¿Qué nos conviene repasar antes de arrancar 2024? Durante los últimos días de 2023, el equipo de AnaitGames y sus olaboradoras y colaboradores exploran los temas, juegos y noticias más relevantes del año.

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  1. JT'Salas

    Probablemente sea mi texto favorito de 2023. Afrontaremos 2024 con ganas, sin duda.

  2. eltercero

    Qué bonito leer cómo juega tu hijo, Víctor <3 a mi me ha pasado con mis sobrinos y el Mario Wonder, he desaprendido mucho con ellos.

  3. Eztiagu

    ¡Que texto más cálido y reconfortante!

  4. jmtuscggb

    La ausencia de Marta ha ‘traídome’ algo de frío cuando leo Anait o escucho la Recarga Activa o el Reload, pero ostia puta (gran grupo de punk/oi) lo que me calienta el corazoncito cuando tú y/o Pep habláis de vuestros hijos y de como enfrentan los juegos y de como se os cae la baba al verlos. Creo que es lo mejor que me ha traído el mundo de los videojuegos. Un abrazo y todas las felicitaciones habituales para el equipo y la gente que os sigue.

  5. orwellKILL

    ni apruebo ni confronto

    comparto

    Editado por última vez 3 enero 2024 | 07:51