El pack de los indies humildes: un vistazo a los juegos

Tenemos que estar de acuerdo en una cosa: el Humble Indie Bundle es una maravilla: pagando lo que uno buenamente pueda o quiera, nos llevamos cinco juegos entre los que hay maravillas impepinables como World of Goo o Aquaria. Pero sabemos que no todo el mundo está dispuesto a pagar antes de saber de qué va el asunto. Es por ello que hemos decidido echar un pequeño vistazo a los cinco juegos que incluye el pack (World of Goo, Gish, Lugaru HD, Aquaria y Penumbra Overture) para que a) aquellos que no supieran nada de ellos tengan un poco de información y b) los indecisos se terminen de decidir y compren, sin más preámbulos, este fantástico pack. Es también importante recordar dos cosas. La primera: el dinero que paguemos no irá en su totalidad a los desarrolladores, sino que (si nosotros así lo elegimos) también servirá para ayudar a la Electronic Frontier Foundation, una organización sin ánimo de lucro que trabaja para preservar la libertad de expresión en el contexto digital, y a Child’s Play, fundación caritativa que ayuda a que los niños hospitalizados tengan juguetes. Y lo segundo: que sólo quedan cinco días para ayudar a la causa, por lo que os recomendamos que vayáis a su web lo antes posible. Y sin más dilación, que comience la ronda.

World of Goo

Desde los albores de la humanidad, el hombre ha soñado con usar sus propias manos para crear imponentes construcciones que desafiaran al poder de la naturaleza y los elementos. Desde el principio de los tiempos, las civilizaciones que han ido brotando en ambos hemisferios han hecho perdurar un ancestral hábito que aún hoy invade la cotidianeidad de nuestras atestadas calles: hacer pelotillas de mocos y pegarlas donde se tercie. World of Goo se arma con estas dos conductas atávicas del sapiens sapiens para brindarnos uno de los juegos de puzles físicos más adictivos y bien diseñados de la historia con permiso de Portal. La premisa es sencillísima: utilizar una serie de peloticas negras para formar estructuras y hacer llegar a las peloticas sobrantes a una tubería que las lleve al siguiente nivel. Algunos verán aquí una metáfora del sistema capitalista moderno en el que los supervivientes y los ricos lo son gracias al sacrificio de otros cuantos millones que, para más inri, también son en su mayoría de color negro. Yo, sin embargo, como pobre jebi ignorante y básicamente peludo que soy, sólo veo en World of Goo una maldita obra maestra del juego indie de la que no fui capaz de despegarme en una semana hasta que conseguí crear ese puente imposible entre dos precipicios separados por un lago amplísimo, o pude superar mi rquítico récord de altura en el modo sandbox. Añadidle a esto unos efectos de sonido la mar de característicos y una brillante banda sonora con canciones que combinan títulos como Regurgitation Pumping Station o Rain Rain Windy Windy, y si aún no estás convencido de comprarlo pagando un precio justo, sinceramente, háztelo mirar.

Gish

Debe de ser muy jodido ser una bola de alquitrán, pero más jodido aún es que encima te roben la novia; eso es justo lo que le pasa a Gish, el homónimo protagonista de este juego. Muchos echamos de menos los plataformas en dos dimensiones, y siempre resulta un alivio ver que al menos los desarrolladores independientes siguen explorando el género. En este caso, el diseño vertical de niveles juega con el hecho de que seamos una masa de alquitrán para hacernos descender en lugar de ascender; el subsuelo tiene preso a nuestra novia y tenemos que salvarla. Es un juego de dominio y desarrollo lentos; muy lentos, incluso. Merece la pena darle una vuelta, y dos, y tres, y así hasta que consigamos dominar a Gish, cosa no del todo fácil: entre la complejidad del salto (que se basa en las físicas, otro de los puntos fuertes del juego, y que no es la cosa más rápida y amigable jamás programada) y la considerable dificultad de los niveles, muy bien diseñados para que nos rompamos la cabeza con sus puzzles, no me extrañaría que más de uno lo diera por imposible y dejara al pobre Gish de lado. Es comprensible. Lo cierto es que jugar con una mano en los cursores y otra en la A, S, D y la barra espaciadora (que sirven para sacar unos pinchos con los que engancharnos a las paredes, convertirnos en líquido, solidificarnos y saltar, respectivamente) resulta cansado incluso físicamente, pero a pesar del crudo aspecto (ni la música ni los menús, ni la tipografía siquiera, resultan demasiado apetecibles) lo cierto es que al final Gish es un juego más que digno, que no inventa la rueda ni mucho menos pero que sí da una visión un poco menos trillada de lo habitual sobre los juegos de plataformas, el subsuelo metropolitano y los héroes formados por alquitrán.

Lugaru HD

Es curioso ver cómo los juegos indie suelen ser pequeños estudios sobre jugabilidad, casi reflexiones jugables; en el caso de Lugaru, la reflexión tendría que ver con el sistema de combate. Optimizado para funcionar a plena potencia incluso en máquinas muy antiguas (en teoría debería poder ser jugado con todas las características al máximo con un procesador de 700 MHz, y en la web de sus creadores aseguran que con 300 MHz basta para jugarlo decentemente), Luganu desde luego no entra por los ojos: los gráficos, construidos en base a un motor de factura propia, no son ni punteros ni agradables, por mucho motion blur y otros efectillos que metan. Aun con todo, el experimento jugable es interesante si logramos superar las negativas primeras impresiones que causa el juego: con el ratón movemos el punto de vista, podemos saltar y agacharnos, y con un clic atacamos; combinando estos elementos, desarrollamos el combate de forma fluida. Y antes he dicho interesante porque, desgraciadamente, el sistema de combate no resulta del todo exitoso: comprendemos la idea, entendemos la intención, pero no es todo lo intuitivo y vibrante que los desarrolladores pretenden. El sistema de cámara, que nos permite, eso sí, muchas libertades, resulta un contra a la hora de saber qué carajo pasa en la pantalla, y muchos combates acaban siendo una especie de piedra, papel y tijera en los que atacamos, esquivamos y contraatacamos sin saber muy bien por qué: acaba resultando más provechoso confiarnos a la suerte que a la habilidad. Hay unos cuantos bugs bastante terribles, además, que nos obligan a cerrar el juego y volver a abrirlo porque la pantalla se vuelve loca. Como ya digo, interesante probarlo (porque además tiene cosillas, como la inteligencia artificial de los enemigos, que sorprenden gratamente), pero no está a la altura del resto del pack. La edición que incluye este pack tiene texturas en alta definición, anteriormente sólo obtenibles vía descarga. Para los más fanáticos del juego, en la web oficial hay una buena ración de contenido extra creado por usuarios.

Penumbra Overture

Nunca he pasado tanto miedo con un videojuego como con el primer Alone in the Dark. No fue por sus buenos gráficos, que lo eran, ni su angustiosa ambientación, que también; era la sensación de sentirme indefenso ante cualquier amenaza. Y aún peor: saber que esa amenaza se abalanzaría sobre mí al doblar la próxima esquina. Con Penumbra: Overture volvieron las mismas sensaciones, el mismo cosquilleo en la nuca, ese pulsar el botón de guardado compulsivamente cada veinte segundos, ese “ay ay ay”. Y es que, sin ser un survival horror, ni un FPS al uso, ni una aventura gráfica a lo point’n’click, Penumbra recoge lo mejor de cada género, lo agita en su baticao lovecraftiana y nos regala una producción indie con un acabado técnico que ya lo quisieran muchos títulos mainstream. Su brillante sistema de control basado en gestos con el ratón, sus puzles de físicas, su guión repleto de simpáticas piezas literarias y la inteligencia artificial de los enemigos (y digo bien: inteligencia artificial) lo convierten en una auténtica joyita del acojone virtual, los ataques de ansiedad y las pausas de cinco minutos para que los nervios no acaben traspasándote la piel. Una putada interactiva, un juego tan inmersivo, malintencionado y aterrador que en su edición para coleccionistas debería incluir un frasco de tranquimazin y un par de calzoncillos limpios.

Aquaria

De un preciosismo nada molesto, Aquaria sorprende por mezclar elementos de muchos otros juegos (la exploración de los Castlevania, las habilidades musicales de los Zelda, pequeños elementos de disparo a lo shmup) y crear otro totalmente coherente y con entidad propia. Venir ahora a venderos la calidad de Aquaria parece inútil: ya en 2007 se llevó el IGF Award al mejor juego independiente, el premio al juego del año, al juego de aventura del año y el premio al mejor apartado audiovisual en los Game Tunnel GOTY Awards y el premio al mejor debut en los Game Developer’s Choice Awards de 2008; no será por condecoraciones. Y lo cierto es que los merece: con un ritmo mucho más calmo de lo habitual y una capacidad de mantenerte pegado a la pantalla, en completa hipnosis, durante horas, no estamos ante un juego que nos vaya a poner frenéticos desde el primer momento, desde luego. Aquaria se basa en la exploración; una exploración calmada, salpicada de enemigos pero sin tener necesariamente acción, de la que vamos extrayendo lo que nos requiere la historia: el pasado de Naija, la protagonista, y su mundo, nuevas canciones (cuyo canto nos proporciona habilidades, como un escudo o la posibilidad de mover objetos), nuevas recetas (para cocinar ítems), etc. La jugabilidad parece diseñada siguiendo el mismo principio: resultar agradable, sencilla, pero al mismo tiempo tener la suficiente profundidad como para no resultar excesivamente simplista. El control a base de ratón (aunque puede ser sustituido por teclado o mando) es bastante clave: con una sola mano controlamos todo, desde el movimiento de Naija hasta la cocina de ítems. Resumir Aquaria en trescientas palabras es complicado: es un juego maravilloso, eso por descontado, y ahora es un momento fantástico para hacerse con él. Una pequeña joya ya no del juego indie, sino del videojuego en general, que nadie debería dejar escapar.