Gamelab 2012: Phil Fish y la luz al final de FEZ

Supongo que Phil Fish contaba con que nadie le presentara o le agradeciera su paso por el Gamelab justo antes de comenzar su charla. No hay séquito para él: ha venido solo, sin traductores ni acompañantes una distribuidora, y en un rato tiene que coger el avión de vuelta. Sin embargo, espera tranquilamente y en silencio, como los buenos profesores, a que el público termine de comentar la jugada anterior.

No ha preparado diapositivas, pero su MacBook hace que la pantalla en el escenario vaya cambiando de color; le envía uno de esos píxeles gigantes y mágicos que nos enamoraron en FEZ y que refleja la preocupación por la estética de la que hablaba el autor en Indie Game: The Movie. Su primer juego dice tanto sobre la personalidad de Phil Fish y su filosofía de diseño que le ha robado el discurso: tal y como nos había comentado la noche anterior, al terminar la gala de entrega de premios, su conferencia no será sobre ‘Malas interfaces’, sino sobre lo sucedido desde que el trabajo de cinco años se publicó en Xbox Live. Un post-mortem, una versión extendida de esa parte del documental, realmente interesante.

«¿Habéis visto alguna vez esos triatletas que, a un metro de la meta, se quedan sin fuerzas? El cuerpo simplemente se les apaga y se cagan encima». Fish gesticula de forma exagerada y ciertamente graciosa al decir que así estaba él durante el tramo final del desarrollo de FEZ, que cada vez se le hacía más difícil pedir más tiempo a Microsoft y cada vez tenía menos claro si todavía existía interés por el juego. Se lo recordó la difusión de aquellos vídeos con escenas «estáticas» rotando; quiso centrar la promoción en la ambientación más que en las mecánicas, «presentando su alma sin enseñar puzzles».

Y entonces llegó el momento. «Es… es como parir a tu hijo y mandarlo a la escuela al mismo tiempo». Después de controlar hasta el más mínimo detalle durante tantísimo tiempo, se le hacía extraño pensar que está a disposición de todo el mundo, que cada jugador puede jugarlo de un modo distinto e interpretar cosas diferentes. Su voz suena a ligera decepción cuando dice que «no es Minecraft, pero está vendiendo bastante bien». La verdad, a mí ese 100.000 también me parece bajo. No pone excusas, y reconoce que «trabajar con Microsoft fue algo bueno durante la mayor parte del tiempo» —agradece especialmente que entendieran el proyecto, que por ello le dieran total libertad, y que aceptaran su propuesta de dejar el precio en 800 MS Points—, pero también tiene claro que ahora habría hecho algunas cosas de otro modo: «Aunque nos seguimos sintiendo afortunados, firmamos el contrato hace cuatro años, cuando todo era muy diferente. ¡No había ni iPad! Xbox Live era el sitio donde queríamos estar entonces, más que ahora».

El follón del parche ha sido la guinda. «Es una mierda. Hay que invertir mucho tiempo y dinero en la certificación, que encima no sirvió para nada». Tanto los bugs de la primera versión como los problemas con las partidas guardadas tras la actualización, aclara, afectaron a menos de un 1% de los jugadores, pero metió miedo a muchos más.

Phil no puede entender que hagan pagar 40.000 dólares para publicar un parche o un kit de desarrollo cueste otros 10.000 —«¡Es una puta Xbox!»— y bromea, advirtiendo que tiene que hacer un esfuerzo para medir sus palabras, cuando concluye que «ese modelo de negocio no es el ideal. Ojalá lo cambien para la siguiente generación. Xbox Live ya no es líder en ese mercado; es Steam, porque trabajar en esa plataforma es mejor, más fácil y gratis. Puedes expandir tu juego cuando quieras. En Xbox Live no puedes publicar add-ons… a no ser que seas Minecraft.» La mirada sospechosa, como la de aquel perro en Los Simpson, suaviza la colleja.

Es agradable ver que no ha venido a la defensiva ni está demasiado preocupado por aquella cosa rara de limpiar el nombre de uno. Sigue hablando con naturalidad y sentido del humor cuando le toca comentar su participación —«positiva al fin y al cabo, como el propio documental»— en Indie Game: The Movie y admite que no le hizo especial gracia tener una cámara pegada en la PAX, «durante la peor puta semana de mi vida». Tampoco esperaba tanto protagonismo porque, cuando aceptó participar en el proyecto, tenía que ser una cinta con testimonios de 20 desarrolladores.

Algunos de aquellos colegas le habían advertido «sobre la depresión postparto», pero él lo había pasado tan mal durante el desarrollo que quería llegar como fuera a esa luz al final del túnel. Efectivamente, esquivó la depresión al terminar FEZ, pero volvió como un bumerán cuando al empezar con lo que vendrá: «Durante un tiempo, las ideas no salían. Es jodido pasar de no tener vida social a recordar que los días tienen 24 horas. Es de locos, tienes que aprender a vivir otra vez. Qué le vamos a hacer; no tengo otras habilidades, así que voy a seguir haciendo juegos. Durante un tiempo pensé en diseñar muebles, en tocar materiales y hacer cosas que no desaparezcan el día que lo haga Xbox Live… Pero no, definitivamente quiero seguir haciendo juegos.»

La cosa va mejor, parece, tras seis meses de relativa tranquilidad. Incluso está aprendiendo a dar más importancia a los piropos y a los correos que le agradecen el haber hecho FEZ que a los tweets del estilo —léase con la típica voz de mongolo, porque así lo dijo él— «hey, you suck».

Cuando llega el turno de preguntas, cae primero la obvia: ¿FEZ para Steam o qué? Un «tal vez» alargado para que suene a sí da a entender que la exclusividad con Microsoft, lo suponíamos, es tan temporal como la de Braid o Limbo.

Pillo a continuación el micro para pedirle el nombre de tres juegos modernos tan destacables como el trío formado por Mario, Zelda y Tetris al que tanto le debe FEZ. Se lo piensa muy poco: «REZ, Katamary Damacy e ICO. Son originales y eternos, demuestran como pocos lo que se puede lograr en este medio.» Nada mal, para un tipo que presuntamente odia los títulos japoneses.

Vuelven las bromas cuando le preguntan por las partes de personalidad presentes en su juego y por la forma en que le llegan las ideas. «En FEZ están todas mis partes buenas; lo demás es este desgraciado que tenéis delante. Lo de las ideas es curioso, porque muchas veces aparecían de golpe, sin más. Un pensamiento completo, una estructura de diseño entera. ¿Dónde coño estaba hace un segundo? ¡¿En el estómago?!». Sospecha, de hecho, que estaba diseñando niveles en sueños; ahora, por primera vez en muchos años, vuelve a recordar lo que el subconsciente le susurra mientras duerme.

Pero ese nivel de obsesión al que llegó con los rompecabezas y las plataformas desde cuatro lados, asegura, no es una barrera para las nuevas ideas. «Ahora mismo estoy trabajando en un par de juegos junto con unos amigos» y lo difícil no es imaginar puntos de partida, sino decidirse por uno y saber gestionar la ambición.

Es cierto que no concedía entrevistas, pero esperó a que no quedara ni una mano levantada para dar por terminada su charla: «Closing comment: Fuck the haters». Me temo que ya no quedaban de esos en el auditorio, que hasta los más reticentes se han pasado con nosotros al philfishismo. Nos habíamos divertido escuchando a un tipo sincero y abierto ((La noche anterior, ya digo, había confiado en nosotros lo bastante como para apuntar bien con ciertos insultos. Ahora, cuando me acerco para felicitarle y hacerle saber que por momentos me había recordado al Schafer del ArtFutura 2009, está abrazándose con un buen grupo de desconocidos.)), al que le sienta de lujo ser lo opuesto a tantas cosas. No hay poses, ni máscaras, ni secretos. No creo que vaya de guay, sino que, como buen canadiense, lo es. Y, como siempre digo, quiero a más gente así haciendo juegos. Otro abrazo y mucha suerte, Phil.