Monográfico Pentiment #1

Hartos de mirar sin ver: Tassing como palimpsesto

Aunque fijar la Historia sea un privilegio, controlar las historias del pueblo sería como frenar un río con las manos. Transmitirlas y, con ellas, transformar el mundo no parece tanto un poder como una maldición ineludible.

El arte es una ilusión, una historia. No obstante, en su forma más sublime, estas imágenes iluminan el camino hacia la verdad.

Para mí, es más importante que mis clientes estén satisfechos. No me pagan por contarles la verdad.

Sí, pero este libro de horas perdurará más que nosotros, si Dios quiere. ¿Qué comunicará a las generaciones futuras, a quienes lo vean tras el paso de los siglos? Algunos buscarán un significado más profundo dentro de tus líneas y tu pintura. ¿Qué encontrarán?

Mucho antes de escudriñar cada recoveco del monasterio de Kiersau, ese sólido anacronismo que se niega a dejar atrás el pasado hasta que las llamas están demasiado cerca; de recorrer mil veces el camino que une el predio del clero con la villa de Tassing o de perdernos por sus encrucijadas, donde afloran, como raíces aéreas del árbol del tiempo, vestigios de tiempos pretéritos; de conocer por nombre y apellidos a cada artesano o campesina que, día tras día, se gana el pan con el sudor de su frente como Dios manda; de explorar las tribulaciones de un Andreas Maler al que aún no conocemos como avatar; antes incluso de ver los créditos iniciales, en la oscura soledad de un escritorio anónimo, nuestra primera toma de contacto mecánica con Pentiment es borrar la página de un códice manuscrito. No es infrecuente, en el transcurso de este juego de rol eminentemente textual, que se nos reclame de súbito una interacción manual, a menudo repetitiva y desprovista de encanto: partir leña, cardar lana, cortar galletas. La desconexión resulta aún mayor en esta primera interacción, donde ni siquiera vemos las manos de nuestro querido artista de Núremberg aprendiendo labores que no le son propias, pero quiero pensar que, en el aislamiento de esta escena en apariencia intrascendente, brota la semilla de un tema troncal en la experiencia: la transmisión y la reescritura de las narraciones. De las historias y de la Historia.

El propio título nos pone sobre la pista: en las artes plásticas, se llama pentimento a la alteración de un elemento de la composición por parte del propio autor, disimulado bajo una nueva capa de significado. Ocultos durante tiempo incalculable, los cambios solo se revelan bajo escrutinios futuros, que tratan de reconstruir la historia de las dudas y tropiezos de aquellas antiguas manos. Se trata de una forma de reescritura que enturbia, pero no puede negar, el pasado sobre el que se apoya, igual que esa página de pergamino borrada para que una nueva pluma cuente una nueva historia sobre las marcas —vagas, pero indelebles— de la anterior: un palimpsesto. Pentiment es, en efecto, una historia llena de arrepentimientos, tanto de aquellos que quedan plasmados para siempre en un soporte perdurable como de esos otros que se desprenden del cuerpo del tiempo, con la esperanza de mezclarse con el resto de montañas de polvo de aquello que no se recuerda. Sobre todos esos estratos de triunfos y derrotas, de eventos inolvidables y olvidados —o enmarañados, o solo malinterpretados—, se yergue una Tassing que no será igual en mi partida que en la tuya, a pesar de que en todas ellas caímos presa del mismo engaño: que nadie había puesto sus manos en el pergamino antes y que, si escribíamos despacio y con buena letra, podríamos contar la historia verdadera.

Pentiment busca empoderarnos por medio del conocimiento para hacernos sentir que podemos reescribir la historia oficial. Por eso nos pone en la piel de Andreas Maler, humanista y hombre de mundo, que transita con libertad las fronteras entre estamentos merced a su saber e ingenio, pero este autorretrato de experta pincelada no puede disimular del todo sus flaquezas. Demorando el final de su viaje iniciático, desde el anacrónico scriptorium del monasterio de Kiersau, Andreas pinta lentamente en el libro de horas que ha de convertirlo en maestro, rehuyendo un futuro que no desea y pintando un presente idílico, pero ficticio; será necesario que la verdad atraviese esta parálisis como una exhalación para que el artista comprenda la importancia de perseguirla, convirtiéndose así en detective improvisado para exculpar a su mentor de un crimen que no ha cometido. Su investigación irrita y trastoca la bella estampa de Tassing, pues para encajar las mil pruebas dispersas que encuentra necesita desenterrar hechos ignorados u ocultos tras esa pulcra superficie, y con intrépido descaro va plasmando la historia de sus descubrimientos frente a nuestros ojos: no es casual que la tipografía de un personaje se vuelva más refinada tras sorprender a Andreas con sus conocimientos, o que una religiosa pierda sus hermosos caracteres góticos cuando se nos dice que es analfabeta. Igual que con el libro de horas, seleccionamos los hechos que creemos relevantes —y verdaderos— para componer el auténtico relato, pues las costumbres del videojuego nos invitan a pensar que tenemos todas las herramientas para hacerlo.

Tan testarudo es nuestro bagaje videolúdico que tardamos en identificar una extraña fricción: no podemos averiguarlo todo porque no podemos estar en todas partes. Más desconcertante aún: nada nos dice dónde debemos estar. Las historias colectivas siempre desbordan el relato hegemónico, así que sentimos que todas son importantes, pero irremediablemente nos perderemos unas u otras, porque las horas corren y esta miríada de personas tienen que sembrar sus campos, alimentar a sus animales, cuidar a sus familias, comer y dormir para volver a empezar; no nos van a esperar eternamente para que extraigamos de ellas lo que buscamos, si es que hay algo que extraer allá donde vamos. Llega el día del juicio y, con el conocimiento que tenemos disponible, hemos de contar una historia. Y sin duda la construimos con certezas, pero entre ellas se revelan las lagunas, porque la narración es necesariamente parcial, situada, humana; sabemos que no es completa, que nos falla algo, que podemos llevar a la muerte a una persona inocente con tal de salvar a otra; somos conscientes de todo esto, pero alguna historia hemos de contar. ¿Cómo no arrepentirse, comprendiendo ya tarde que transformaremos la realidad?

En un cruel ejercicio de misericordia, el avance del tiempo de Pentiment nos pone frente a las consecuencias de nuestras acciones pasadas y nos da la posibilidad de enmendar nuestros errores, pero siempre a través de una nueva tragedia. Primero, para hacer justicia a aquella verdad malograda, el maestro Andreas debe añadir a sus cargas el repaso mortificante de la estampa que pintó años atrás, pero sus nuevas investigaciones hablan menos del crimen y más de la compleja urdimbre de las vidas de Tassing. Cuanto más sabemos, más crece nuestra impotencia, pues vemos con mayor claridad cómo fracasamos en el pasado y vemos inevitable que vuelva a suceder. Hagamos lo que hagamos, sobreviene el fragor de la desgracia, pero quizá nunca estuvo en nuestra mano impedirla. Quizá era necesario que llegara el fuego para quemar esta página de la historia, no para olvidarla, sino porque ese pasado ya no puede corregirse. Abolido el paradigma del libro de horas y su autor torturado, Magdalene Drückeryn tiene que pintar un mural que hable de todos nosotros. Explorará aún más profundo y llegará mucho más lejos, pero eso todavía no lo sabe.

Tardamos en identificar una extraña fricción: no podemos averiguarlo todo porque no podemos estar en todas partes

La hija del impresor comparte con el artista el trabajo de relatar una historia verdadera, pero ahí se acaban los parecidos. Mientras que Andreas era un erudito investido de cierta autoridad —incluso arrogancia— que le permitía tratar con todas las clases, Magdalene parte de una posición mucho menos privilegiada: es joven, es mujer y la tarea que recae sobre ella incomoda a quienes quieren olvidar un pasado doloroso. A cambio, es inteligente, decidida y hábil, no contempla lo canónico con reverencia y posee la mirada limpia de quien empieza desde cero. Magdalene pinta su mural con pigmentos de los estratos más profundos de la historia, donde nadie se había dignado o atrevido a observar: leyendas indecentes contadas por desharrapados, pedazos de viejas culturas abandonados en lóbregos túneles, la cotidianidad del convento que jamás verán los hombres, ruinas abrasadas que aún proyectan sombras sobre el pueblo. Todos estos fragmentos tienen algo de cierto, así que fijarlos o no en el mural responde a una pregunta diferente: ¿cuál de estos aspectos será más útil para que el pueblo se narre —es decir, se conozca— a sí mismo? Entonces surgen, de los escombros removidos, fantasmas incapaces de disiparse hasta que no cuenten su verdad: que Tassing se ha reescrito sobre sí misma innumerables veces sin saberlo, interpretando el mismo relato con diferentes palabras para dar un sentido a cada época, para vivir, creer o matar. Algunas historias fueron tergiversadas, o destruidas para no ser jamás recordadas; otras persiguieron la verdad hasta las últimas consecuencias; y casi todas tomaron cuanto creían cierto y simplemente avanzaron. La gran pregunta, y ahora lo entiende Magdalene, es escoger qué hacer con esa verdad sabiendo que dará forma al futuro.

Lo que Pentiment plantea va mucho más allá del mero relativismo, pues no por nada pone sobre la mesa la palabra «verdad» con tal contundencia. Asumir el palimpsesto es presentar una verdad poliédrica y afilada, que constituye y amenaza a un tiempo nuestra forma de vida, que no trae por sí misma un significado sino que la utilizamos para dar y darnos sentido. Es una obra decididamente plural en su subjetividad, que manifiesta lo inevitable de cometer errores por muy bien que intentemos hacer las cosas y a convivir con ellos, pues de ellos se componen las historias, y la Historia, de los seres humanos. Esa, y no otra, es la medida de todas las cosas. Alguien un día mirará más allá de nuestra pulcra letra y vislumbrará los tropiezos y dolores difuminados sobre los que se depositó la tinta; quizá no pueda saber por qué camino tortuoso llegamos a escribir esas palabras, pero sin duda sabrá que lo recorrimos.

Monográfico: Pentiment

ÍNDICE

Hartos de mirar sin ver: Tassing como palimpsesto
Mateo Trapiello

Leve polvillo de violetas
Clara Doña

Andreas Maler y el minotauro
Irene Matencio

El peso de la historia, o por qué desmantelar el érase una vez
Alberto Corona

La intrincada senda de Pentiment
Juan Salas

Spoilercast: Pentiment
Un episodio especial de Choquejuergas

Crítico cultural con experiencia en música y videojuegos, interesado por el estudio de la narrativa y la semiótica. Fumito Ueda, Yoko Taro, Jak and Daxter y la saga Souls.

  1. Gordobellavista

    Maravilloso que hayáis elegido este juego para monográfico, me lo voy a fumar a caladas hondas conforme desbloqueéis.
    Es que, primero que es de esos juegos que parte de la gracia es la conversación de luego. Y segundo que a mí con estos siempre se me escapan detalles que luego se los escuchas a gente que sabe y mola muchísimo conocerlos. Disfrutas por segunda vez.

    Y está guapo lo de que estén visibles ya los artículos pero bloqueados. No sé si es novedad o lo hacíais antes.

    (perdona, Mateo, por ocuparte esto, pero es que quería comentar lo que es el monográfico en general antes incluso de empezar la degustación)

    1. Clara Doña

      @gordobellavista qué bien leer esto. Es totalmente un juego bastante interpretativo, creo que el monográfico da cuenta de ello.

      Y esto se ha hecho en otros monográficos, ¡pero gracias por estar desde el principio!

      1. Juan Salas

        @sohofollie
        Justo lo leí anoche y pensé en responder lo mismo, que se hizo en otros monográficos pero al estar el de Pentiment en portada se ve más claro. Quizá antes no todo el mundo iba a la página del monográfico, yo mismo veía los artículos según salían y una vez concluido ya visitaba la recopilación.

        Y totalmente de acuerdo con lo que mola y aporta la conversación posterior a la partida de cada una.

        A ver qué tal el textito de hoy :3

      2. HomoLudens

        @juan-salas
        Yo sí he visto en otras ocasiones esa página «con el contenido bloqueado» (genial como implementáis esto), pero estoy viendo que en este artículo no hay ningún link que redirija a la susodicha, igual sería interesante añadirlo.
        Corregidme si me equivoco, eh, pero es que en ningún texto de los que pone «monográfico» (al inicio sobre el título del artículo, y al final, junto al índice) te conduce a esa página. Lo único que te lleva a algo parecido pero no a eso es la etiqueta #monográfico-pentiment, y a ver, no mola tanto.

        Me encanta el currazo que os pegáis con estas cosas, seguid haciendo cosas molonas. Por favor y gracias.

        P.D. Disculpa que no comente nada sobre el artículo, Mateo, pero todavía no he jugado a Pentiment y este monográfico quedará en mis lecturas pendientes.

        Editado por última vez 12 noviembre 2024 | 14:56
      3. Juan Salas

        @homoludens
        La única forma por el momento parece que está en la cabecera de la web, al entrar en la página principal hay un enlace que te lleva aquí:
        https://www.anaitgames.com/monografico/pentiment

      4. HomoLudens

        Sí, sí, si lo había visto ya (¡como pa no!), pero gracias igualmente, Juan. Mi comentario era más bien por sugerir la idea de meter ese enlace concreto en cada artículo del monográfico también.

  2. ArticoDelNorte

    Pentiment fue una de las mayores sorpresas que he jugado en los últimos años a pesar que me costó bastante conectar con dicho hasta haber pasado el primer acto, en el que empiezas a entender cómo funciona el juego y cómo quiere que lo juegues, que es a tu manera eligiendo el relato que quieres averiguar o crear, ya que como bien has estado apuntando en todo el artículo, al final somos nosotros en el papel de Andreas o Magdalane, dentro de su contexto (Un escritor arrogante extranjero y una pintora autóctona y joven), los que debemos intentar comprender conjuntamente qué ha pasado en este pueblo.

    Todo dentro de una cotidianidad en la que ves a personas como tú las verías en tu pueblo, humildes y sin pretensiones, gente corriente. Y creo que ese aspecto es el que le da gran parte de la magia. No hay una gran historia épica o fantástica, sino el relato de un pueblo que ha sufrido y que lucha para seguir el día a día buscando el bien común, aunque no siempre sea agrado de todo.

    Muy buen artículo y con ganas de seguir leyendos los demás!