Los juegos más esperados de 2019

Bienvenidos a otro año. Red Dead Redemption II es un juego retro y en la primera página del nuevo calendario hay ya apuntados unos cuantos títulos de peso. Lo mismo en la siguiente y en la otra. Mucho se tendría que torcer la cosa para que 2019 no arranque con un trimestre para enmarcar. A partir de entonces, como es normal, emoción y misterio. También, probablemente, rumores y filtraciones sobre nuevos cacharros en la antesala de la nueva generación. En cualquier caso, y a falta de ver a cuántos se lleva por delante San Retrasito, aquí van un puñado de juegos que deberían alegrarnos el año. El único juego que espero de 2019 es Sekiro. ¡Bueno, hasta aquí! Muchas gracias por leerme. … Me comunican por el pinganillo que tengo que escribir algo más. Vale. Evidentemente, Sekiro: Shadows Die Twice no es el único juego que espero con ganas de este 2019 que recién empieza, pero desde luego hay algo en lo nuevo de FromSoftware que me provoca un interés enorme: puede ser que capitanea el proyecto Hidetaka Miyazaki, que de un tiempo a esta parte se ha ganado a pulso su puesto como uno de los creativos más influyentes del videojuego actual; puede ser que se perciba en él ese algo de los Souls que parece irrepetible (tanto, que Dark Souls III es básicamente una repetición; ¡y menuda repetición!) y que, sin embargo, ya se llevó en otra dirección en Bloodborne; puede ser que justo el mayor énfasis en la velocidad y la precisión del Souls lovecraftiano aquí se mezcle con un diseño de niveles que parece intentar cosas suficientemente distintas como para que esta vez no hablemos de un Souls de samuráis sino de otra cosa. No lo sé: el caso es que tener Sekiro ya en el primer trimestre del año es algo que me hace pensar en un 2019 difícil de echar a perder. ¿Qué más podría hacer falta? El 2019 va a ser mi año. No es que me queje del 2018, los últimos doce meses nos han traído multitud de indies interesantes y suficientes juegos de puzles relajantes como para sobrevivir en un bunker los próximos 30 años. Pero si por algo ha destacado para mi este periodo ha sido por el lanzamiento de títulos españoles de sobrada calidad y contundencia que ni siquiera en mis mejores sueños habría seleccionado de haber tenido que hacer una lista similar a ésta el año anterior. Red String Club, GRIS, Solo y Do Not Feed the Monkeys han sido sorpresas sobresalientes durante unos meses que esperaba vacíos. Es por eso que tengo tantas ganas de que suenen las campanadas y el nuevo año comience. Porque si he disfrutado tanto de este 2018, en el que no tenía a penas marcas en mi calendario, 2019, entre los lanzamientos confirmados y las sorpresas (que llegarán, no hay duda) va a tenerme, seguro contenta. ¿El problema? No sé para cuándo tengo que esperar esas alegrías. El juego al que más ganas le tengo este año es una combinación de todo lo que me gusta. Un simulador de granja adorable ambientado en un pueblo lleno de personajes interesantes que se mezcla con un RPG en el que en el que tendremos que «capturarlos a todos» y un minijuego de ritmo. Hablo, por supuesto, de Ooblets la propuesta que Rebeca Cordingley y Ben Wasser han estado desarrollando durante los últimos tres años y que será publicada por Double Fine. Quizás pueda parecer arriesgado esperar con tantas ganas un juego de un equipo novel —Glumberland, se llama— formado por dos desarrolladores sin apenas experiencia. Sin embargo, gracias a una comunicación que ya desearían muchos grandes estudios, los seguidores hemos sido partícipes de las grandes decisiones de desarrollo y hemos podido conocer el porqué (y en ocasiones incluso el cómo) de muchos de los cambios introducidos en el juego. El último de ellos, hace tan solo unos meses, fue el cambiar los combates entre animalitos (los ooblets que dan título al juego) por batallas bailongas en donde todo resulta una fiesta. ¿El motivo? Según el equipo el espíritu colorido y cálido del juego no casa demasiado bien con esa violencia que, por muy desensibilizados que estemos, sigue siendo tal. Este viraje hacia lo cute, que también está haciendo Pokémon en orden a conectar con los que disfrutan con el lado más amable del título, demuestra que Cordingley y Wasser, no solo están al día en cuanto a las tendencias sino que, lejos de trabajar en automático, se encuentran constantemente revisionando sus ideas y reescribiendo conceptos. Trabajando para que el título sea temática, artística y narrativamente coherente. El máximo competidor de Ooblets durante el 2019 —y otro de mis juegos más esperados, por supuesto— será precisamente la nueva entrega de una de las series que le sirven de inspiración. El nuevo título de Animal Crossing le dará vidilla nintendera a una plataforma, la Switch, a la que se ajusta como un guante. Sabemos muy poco de las novedades que traerá este nuevo título de la franquicia. Los tráilers, centrados en el humor que ya utilizaron para promocionar la versión de móviles, no han enseñado siquiera una mísera captura que nos informe sobre cómo se verán el pueblo y sus vecinos siete años después de New Leaf. Sin embargo, dado que nuestro odiado y amado (no precisamente a partes iguales) Tom Nook hacía referencia a Pocket Camp durante su aparición en el Nintendo Direct, no parece una locura apuntar a algún tipo de conexión con el juego móvil, así como la posibilidad de llevar a nuestro personaje a descubrir el mundo en una caravana. Quiero que el 2019 sea mi año. Y el de Nintendo. Y el de Switch. El año en el que, gracias a Animal Crossing entre otros, los amantes de los simuladores no tengamos que esconder esta preferencia por el género. El año de los juegos bonitos y las mecánicas amables. Un año en el que todos jugamos juntos. Para repasar los próximos lanzamientos que más me apetecen solo tengo que recordar los juegos que eché de menos en 2018: los de Platinum Games y los de Nintendo. No tengo muy claro, sinceramente, cómo podría repetirse lo del primer año de Switch. Con Metroid Prime 4 prefiero no hacerme ilusiones, me da que el nuevo Yoshi aspira solo a cumplir y ningún Animal Crossing me ha enganchado hasta ahora. Luigi’s Mansion 3 es el que más me llama de los que están oficialmente anunciados, pero son otros los que de verdad me gustaría ver más pronto que tarde: algo de Retro Studios —si tiene que ser ese Star Fox Grand Prix, que sea— y, sobre todo, el Pikmin 4 que nos debe Miyamoto. Bayonetta 3, la intersección de los dos conjuntos, es el juego que más espero de 2019. Debería ser también el tuyo, en mi humilde opinión. Entiendo que serán meses, los doce siguientes, importantes para Platinum Games. Lo apuntaba el bueno de Atsushi Inaba, la semana pasada, cuando prometía «varios anuncios» que se sumarán a Granblue Fantasy ReLink y a Babylon’s Fall, aquel con Square Enix que soy incapaz de imaginarme como algo muy distinto a un Souls. Este 2018 ha sido un año en el que las expectativas han cobrado una importancia enorme, no por ser correspondidas o no, sino porque se ha reflexionado sobre ellas más que nunca en nuestra industria. Hemos hablado de expectativas con lanzamientos como Red Dead Redemption 2 o God of War, dos títulos que partían de posiciones francamente distintas, pero sobre todo hemos analizado la gestión de la expectativa con la debacle de la BlizzCon más polémica desde que la convención dio sus primeros pasos. El anuncio de Diablo Immortal para móviles cuando gran parte de los asistentes presenciales y virtuales esperaban Diablo IV aparecerá en los anales de la historia como uno de los movimientos más torpes de una compañía en la larga lista de torpezas corporativas comunicándose con sus comunidades. La expectativa es un rasgo imposible de separar de esta industria, como también lo es la novedad o el expansionismo; demonios, si hasta tenemos una palabra anglosajona como «hype» que se ha integrado en el vocabulario universal del videojuego. Aunque las expectativas son importantes, queda demostrado, a título personal he notado que se me van reduciendo año a año. Y no es porque esté escarmentando con decepciones o porque ya no me ilusionen los videojuegos: creo que la brutal afluencia de lanzamientos en los últimos años hace que uno se vuelva más selectivo y cauto, más exigente y más refinado a la hora de establecer expectativas, teniendo en cuenta solamente juegos del más alto nivel que sean capaces de convertirse en lo mejor del año. O todo lo contrario. Por eso mi juego más esperado del año es Days Gone. Lo digo en serio: es imposible que Days Gone me decepcione. Su aproximación casi ingenua al sandbox de zombis tiene un ambición que parece de otra época, como sus creadores hubiesen ignorado los últimos quince años de cultura pop o se hubiesen vuelto inmunes a la mayor plaga zombi de la dos últimas décadas: el hartazgo de los propios zombis. También llega ridículamente tarde a cubrir la vacante que The Walking Dead nunca ha sabido cubrir en los videojuegos: es evidente que la serie de televisión solo se puede trasladar al medio como un sandbox, con sus fortalezas, sus facciones, sus vehículos, sus refugios, sus misiones de rescate o de invasión; el juego prácticamente se hacía solo y nadie quiso hacerlo. Ahora que la serie de la AMC ya no le importa a nadie, parece un momento apropiado para darle una adaptación no oficial que, siguiendo con la reflexión sobre las expectativas, por lo menos no moleste mucho a nadie. Con el remake de Resident Evil 2 sí tengo un poco más de miedo, y no me refiero a los sustos que, si todo va bien, me voy a llevar jugándolo: la saga de terror de Capcom hace mucho que se ha vuelto imprevisible, y no lo digo como algo negativo. Creo que no soy el único al que le sorprendió la calidad, la solidez de ideas y la firmeza en el pulso artístico de Resident Evil 7, y ahora mismo me siento inclinado a pensar que Resident Evil 2 puede servir para afianzar ese buen estado de salud de la franquicia. Todo lo que se ha visto es lo suficientemente distinto y a la vez fiel al Resident Evil 2 original que cuesta no entusiasmarse. En RE7 Capcom dio con un equilibrio delicado y muy valioso que si consigue replicar en RE2R y en futuras secuelas o remakes puede terminar de rubricar el renacer, ya consolidado, de una IP que tiene una deuda con sus seguidores desde hace algunos años. La expectativa también es ahora mismo el dominio en el que habita Cyberpunk 2077, un juego que lleva anunciado más de cinco años y que, solo con su periplo promocional de teasers, tráilers y gameplays, ya ha vivido una suerte de prólogo de historia de amores y desamores, impresiones exageradas y decepciones relativas. A mí personalmente no me rompió los esquemas la media hora de gameplay publicada tanto como parecían haber experimentado quienes asistieron a su exhibición a puerta cerrada en el E3, pero sí que al menos me ha tranquilizado en multitud de facetas importantes para mí. Por ejemplo una parte que me parece esencial en este juego es la política, y en ese sentido ya han avisado en CD Projekt Red de que será una experiencia altamente politizada y plagada de comentarios sobre un buen montón de asuntos relacionados con el capitalismo, la privatización, la lucha de clases, la explotación, los lobbies y la mismísima democracia, así que nos espera como mínimo un juego valiente y leal a sus fuentes. Otro tema era la estética, que en este caso no se ha basado en el retrofuturismo de Cyberpunk 2020 sino en una evolución tecnológica necesariamente más pulcra y actual en 2077, pero igualmente mantiene esa necesaria suciedad y sordidez de cableados colgando por las calles y metales polvorientos que su título prácticamente exige. Me la estoy jugando mencionándolo para 2019 porque igual no sale hasta dentro de dos años, pero qué cojones, saltémonos las reglas, hagamos el punk.