Mes Mini #24: Super C

Contra es uno de esos juegos que parecen imposibles de mejorar. Y sin embargo ha habido juegos mucho mejores en ese género raro al que solemos llamar run and gun; Metal Slug, por ejemplo, en 1996, todavía mi favorito; Gunstar Heroes, unos años antes, un run and gun barroco y perfecto de Treasure, que luego harían el combo de shmups barrocos y perfectos Radiant Silvergun/Ikaruga; conviene también hablar de Super C, la secuela de Contra, que remató con buen gusto todo lo que ya en el original parecía perfectamente resuelto.

Eran otros tiempos. Antes todo esto era campo, como se suele decir, y los juegos tenían más espacio para sorprender. Super C lo consigue sin apenas esfuerzo: el material original se respeta hasta límites quizá inimaginables hoy en día, con un arsenal idéntico y una profundidad estratégica heredada directamente del primero. Coge la Spread Gun y corre, podría decirse: todavía lejos de las sutilezas del scoring de otros similares, Super C se conforma con afianzar su posición como juego de tiros definitivo.

De alguna forma, no hay tanta distancia entre Castlevania y Contra. Entre uno y otro hay un año de diferencia; uno apuesta por el cuerpo a cuerpo y el otro se decanta por los disparos, pero vienen de lugares parecidos: los dos recuerdan un poco a Ghost ’n Goblins, algo razonable teniendo en cuenta el éxito que tuvo el juego de Capcom. Konami cogió las constantes oleadas de enemigos, los niveles con varias alturas y los power ups frágiles y muy valiosos y lo empaquetó mezclado con dos géneros pop (o pulp) para abrirse dos caminos distintos: el terror llevó a Castlevania y el cine de acción llevó a Contra. De nuevo con licencias: la mutabilidad de los videojuegos antiguos hace que Contra pueda ser también Gryzor o Probotector (y Super C pueda ser Probotector II) sin que apenas se note el cambio. El caso Probotector es especialmente vistoso: al parecer, el mercado alemán era demasiado sensible para los dos hombretones hipermusculados que protagonizan Contra, y Konami adaptó su juego a Europa reemplazando a los seres humanos por robots. Así, Bill y Lance (la pareja protagonista, que avisaba de la mejor manera de disfrutar del juego: a dobles) se transformaron en dos robots que luchaban contra otros robots y contra una amenaza alienígena; de esa manera, Konami consiguió esquivar al Bundesprüfstelle für jugendgefährdende Medien, el organismo alemán que, entre otras cosas, evita que los niños sean expuestos a contenido violento. Los alemanes adoran la violencia; la famosa censura se aplicó porque Contra era, y es, un juego para niños; irónicamente, la última película de Rambo es una coproducción entre Estados Unidos y Alemania.

Hablo de mutabilidad pero en realidad la transformación en robots es una lástima; por suerte, el nombre de Contra es hoy mucho más reconocible que Probotector, una curiosidad de la localización y poco más. Lo digo porque me resulta imposible pensar en Contra o Super C sin recordar un artículo de Kill Screen en el que se habla de las conexiones entre el juego de Konami y los contras del mundo real: las guerrillas que, con ayuda de la CIA, lucharon contra el Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua. Los alienígenas del juego, explica Matt Morey en Kill Screen, representan a los sandinistas; en la ficción de Contra el jefe final, Red Falcon, llegó a la Tierra aproximadamente en 1950, al mismo tiempo que la paranoia anticomunista empezó a invadir Estados Unidos. Me permito el lujo de robar las palabras de Morey:

La disonancia entre el título y el contenido abiertamente norteamericano del juego ofrece una crítica muy afilada: los contras que luchaban en la guerra trabajaban para fanáticos estadounidenses que luchaban en una guerra diferente. Parodia la imagen que Ronald Reagan tenía de sí mismo en la lucha contra el comunismo en la Guerra Fría. O parodia la falta de autoconciencia que hay que tener para declarar una guerra injusta. Contra ofrece una opinión clara sobre el escándalo real de los contras, más precisamente la irresponsabilidad de la retórica de la Guerra Fría a la hora de tomar decisiones serias. Es más apropiada dado el pasado de Reagan como actor; llevar la Doctrina Reagan a sus extremos lógicos convirtiéndola en una película convenientemente fantástica y estúpida es una manera ingeniosa de colar [su crítica].

Morey es consciente de que «el manual de instrucciones», de donde extrae las pinceladas argumentales que sirven de esqueleto a su artículo, «podría haber sido orquestado por un traductor listo que reinterpretó un juego inocente, inspirado por el cine popular norteamericano, [convirtiéndolo en] una broma personal sobre la naturaleza inmoral de esas películas», pero lo cierto es que la referencia está también dentro del juego: la última canción de la banda sonora, la que suena cuando se termina Contra, se titula (también en NES) Sandinista.

¿De qué estaba hablando? Ah, Super C: es increíble a dobles y en NES es una pasada. ¿Necesitamos más?

Aprovechando el lanzamiento de NES Mini, repasamos sus treinta juegos dando pinceladas de sus desarrollos, su repercusión y lo que podemos aprender de ellos hoy. Un nuevo artículo cada día, de lunes a domingo.