Mes Mini #27: Super Mario Bros. 3

El despliegue promocional fue gigantesco, pero la mayor virtud de Nintendo en aquellos días era la astucia, y lo demostró utilizando a su favor el escaso rigor de los sistemas de distribución de aquella época. Tal como explicaban en USGamer, a finales de los ochenta los videojuegos pertenecían de lleno a la categoría de juguetes, así que las fechas de lanzamiento no estaban marcadas a fuego en los calendarios de las tiendas y los juegos llegaban cuando al transportista le venía bien. En esa tesitura, comprar un cartucho de Super Marios Bros. 3 se convirtió en una aventura nada sencilla para cientos de miles de niños y sus sufridores padres. Una especie de gamificación circunstancial que parecía otorgar un valor aún mayor del que tenía a un juego que bajó de los cielos en plena fiebre nintendera.

Ese fulgor publicitario tan de la Nintendo dominante y ese sentido del espectáculo tenía también su reflejo en el propio juego. La primera imagen de Super Mario Bros. 3 es un telón rojo alzándose tras el que aparecen Mario y Luigi para hacer una especie de coreografiado salto cómico y el título se descuelga frente a nosotros. El final de los niveles es una especie de zona descolorida y oscura, como el límite de un decorado. Los bloques de colores estaban atornillados a un fondo y proyectaban su propia sombra y hasta algunas plataformas muy altas parecían colgar por dos brazos metálicos de un bastidor fuera de cámara. Los indicios eran evidentes, pero no fue hasta el verano de 2015 (nada menos que 27 condenados añazos después del lanzamiento japonés) que Shigeru Miyamoto confirmó por fin la teoría en una sesión de preguntas y respuestas para Nintendo: Super Mario Bros. 3 era en realidad una obra de teatro, una representación, una impostura elaborada.

El relato tras aquel montaje maravilloso nos situaba una cantidad indeterminada de años después del primer Super Marios Bros., o eso se desprende del hecho de que Bowser fuese ahora padre de siete hijos. Tantas prisas y tanta profusión en el ímpetu reproductivo del maligno reptil tenía su justificación en que los siete Koopa Kids eran los siete lugartenientes de su renovado ejército para llevar a cabo su plan maestro de invadir el Reino Champiñón y convertir a los reyes en animales utilizando un hechizo. Entre el tema de los siete hijos y el uso de la magia negra podríamos estar hablando de la primera incursión del videojuego en la imaginería del satanismo y la brujería, pero por prudencia nos quedamos con la visión amable del lore.

Pero donde Super Mario Bros. 3 nos enamoró a muchos fue en la manera en que supo no estropear una fórmula original (la del primer Super Mario) tan perfecta que a día de hoy todavía es el gran referente incontestable de su género y la medida de todas las cosas, sino simplemente expandirla en todas direcciones. Escenarios más grande, con más posibilidades para la exploración y con la introducción de multitud de ítems nuevos como la hoja (que nos otorgaba el ataque con la cola de mapache y la posibilidad de volar), el disfraz de rana para facilitar las fases acuáticas, la caja de música para dormir a los enemigos o el loquísimo silbato que nos transportaba al Mundo 9, una especie de hub secreto desde el que podíamos dirigirnos a cualquier otro mundo a través de las tuberías.

Y esa era otra novedad rompedora que amplificaba varias unidades de medida la complejidad de Super Mario: la existencia de mundos compuestos por niveles que se unían por caminos, algunos bloqueados por rocas que podíamos desmigajar con otro ítem como era el martillo (quizá un guiño a Jumpman, esa especie de prototipo de Mario que escalaba andamios en Donkey Kong), la creación de un inventario de tarjetas que le daba un pequeño toque estratégico permitiéndonos decidir cuándo utilizar algunos de los ítems recogidos al terminar cada fase. Todos los añadidos significaban una aportación positiva, todo funcionaba a la perfección porque la esencia original de aquella obra de arte que fue Super Mario Bros. Su virtud era el decoro exhaustivo de un crecimiento tremendamente calculado.

Quizá Mario jamás estuvo en peligro de muerte cuando caía al vacío (posiblemente una de esas trampillas con colchón) en aquella actuación de la que nosotros éramos espectadores, pero estábamos asistiendo, sin saberlo, a la mentira más bonita de nuestras cortas vidas.

Aprovechando el lanzamiento de NES Mini, repasamos sus treinta juegos dando pinceladas de sus desarrollos, su repercusión y lo que podemos aprender de ellos hoy. Un nuevo artículo cada día, de lunes a domingo.