Cuando abro la puerta de casa, la nieve me recibe en el exterior. Pequeños copos flotan en el aire y todo presenta un hermoso aspecto invernal. Todo menos yo, porque mi vestido veraniego destaca en mitad de ese paisaje helado. Tampoco el peinado se corresponde con la realidad. En estos meses, mi melena ha crecido a la vez que el clima ha cambiado. Por lo demás, la aldea sigue como la había dejado. Con más hierbajos y cucarachas, aunque igual de apacible. A pesar de ello, al regresar me siento como una intrusa. Los vecinos piensan lo mismo, porque, en cuanto nos cruzamos, se encargan de indicar que ese avatar y yo somos a estas alturas un elemento extraño.
En mitad de una crisis sanitaria global sin precedentes, la posibilidad de escapar a una isla desierta en la que disfrutar del espejismo de una rutina fue un oasis de paz para muchos jugadores. Por eso, Animal Crossing: New Horizons se convirtió en el gran hito de la pandemia. Yo misma encontré en él un refugio que me ayudó a hacer frente a una situación complicada gracias a la realización de tareas diarias, a sus diálogos amables y a una estética cuqui. Pero en algún punto ese happy place pasó a convertirse en una presión constante y, así, acabé abandonando mi pequeño paraíso.
La verdad es que no sé cómo esa fantasía de estabilidad acabó por romperse, la cuestión es que en algún punto de finales de agosto las visitas se espaciaron hasta desaparecer. Sé que no soy la única a la que le ha ocurrido, pues las redes están llenas de comentarios de personas que han acabado dejando el juego porque ya no son capaces de disfrutar con él. Para dar con la clave del desencanto generalizado he decidido aprovechar las vacaciones de Navidad para regresar y así, al menos, tener una vuelta a casa, aunque haya sido virtual.
Esclavos de la rutina
Los beneficios de la rutina a nivel psicológico han sido más que probados por diversos estudios, que demuestran su importancia en la salud mental. Es lógico que, en un momento de incertidumbre y cuarentena, tener unas pequeñas metas que alcanzar en el día a día fueran un bálsamo. No exigían demasiado esfuerzo y nos permitían sentir que, de alguna forma, seguíamos teniendo el control de nuestra vida, incluso aunque estuviésemos encerrados en casa. Esa sensación mundana era agradable y atractiva, porque el Plan de Asentamiento de Tom Nook estaba repleto de continuas novedades que hacían que cada semana fuera diferente.
El problema es cuando esta invitación a volver a un mundo cálido se convierte en una carga. Si el miedo a no estar al día es el principal aliciente para regresar, la diversión desaparece y New Horizons, como bien explica Jonathan León en Vida Extra, acaba pareciendo un trabajo. Es curioso, ya que en realidad nadie nos está presionando. Desde el propio juego nos dan la opción de hacer lo que queramos, sin obligaciones de ampliar la casa, pagar los puentes o conseguir cinco estrellas. Podemos invertir el dinero y el tiempo como se nos antoje. Entonces… ¿por qué sentimos tanta presión para ser productivos?
Productivo. Creo que en esa palabra está la clave. En cómo gestionamos nuestro tiempo libre —con todas las implicaciones capitalistas que este concepto tiene— y en los sentimientos que ello desencadena. Necesitamos ser productivos también en los videojuegos. Por mucho que hayamos recurrido a Animal Crossing como vía de escape, en demasiadas ocasiones la culpabilidad se sobrepone al entretenimiento. Supongo que en parte es mi caso, aunque no siempre ha sido así. Al principio, jugar era una forma de autocuidado. Paseaba con libertad en este entorno virtual cuando no podía hacerlo por mi barrio. Pedir deseos a las estrellas en las noches de verano me ayudaba a conciliar el sueño o, al menos, a soportar el calor. Interactuar con el resto de personajes me permitía sentir que formaba parte de algo. En esa pequeña isla, era feliz.
En el momento en el que comenzó la nueva normalidad (es decir, la vuelta al trabajo y a un intento de vida previa que en realidad era imposible), la burbuja de ilusión se vino abajo. No es solo que me pillase una mudanza de por medio o que adaptarme a una sucesión de cambios se me hiciera bola, es que ahora sentía de nuevo que debía ser productiva todo el rato. Antes podía escudarme en lo excepcional de la situación para disfrutar sin remordimientos del tiempo de juego, de mis ratos de descanso. Después, gestionar los momentos de trabajo y de ocio parecía una tarea imposible.
Es curioso, porque nunca me ha afectado especialmente ver las creaciones de otros jugadores, me servían de inspiración. Tampoco me agobiaba tener que modificar el terreno tan rápido como mi entorno, ya que disfrutaba de agitar árboles, hablar con los insulanos o pescar a mi ritmo. Sin embargo, la presión de tener que quedar en la vida real se trasladó al juego en cuanto un grupo de amigues empezó a compartir su afición vía WhatsApp. Mientras que la opinión de personas ajenas a mi círculo no me afectaba, la manera de jugar de quienes eran más cercanos sí que tuvo una influencia directa. Por supuesto, no es culpa suya. Cada une tiene su propio ritmo de juego. Soy yo la que se vio sobrepasada por la situación. Tras este cúmulo de cosas, necesitaba desconectar.
El problema es que, cuanto más me alejaba del juego, más me costaba volver a él. De vez en cuando tenía remordimientos y pensaba en mis vecinos, pero, en el momento en el que tenía la consola en mis manos, era incapaz de abrir la partida. Es probable que en parte se deba a la relación malsana que establecimos con New Horizons, pues se convirtió en una necesidad, en un generador de dopamina. Completar las tareas diarias, recibir nuevas Millas Nook, atrapar una nueva especie para el Museo… Esas pequeñas victorias fueron el motor de muchas personas durante un momento difícil, por lo que romper a posteriori con ese tipo de interacciones era complicado.
A su vez, lo que siempre se había vendido —y entendido— como una experiencia más meditativa y un slice of life, había fomentado en esta última entrega las mecánicas que invitaban a jugar de forma más competitiva y social, en parte influenciado por la existencia de Pocket Camp, la versión para móviles de la franquicia. La continua presencia de eventos suponía una presión extra que desencadenaba el conocido miedo a perdernos algo. Este fenómeno nos lleva a estar hiperconectados y a sentir ansiedad ante la sola posibilidad de no formar parte de un momento relevante, ya sea una reunión de amigos por Zoom o la última aparición de Ladino.
Por supuesto, aunque se ha popularizado el concepto en este campo, no tiene que ver sólo con los videojuegos, ya que también ocurre con el amplio catálogo de estrenos en plataformas de streamings o con situaciones de índole social. De hecho, este problema tiene sus raíces en el miedo a alejarse del grupo. Nace de nuestro deseo de comprender lo que ocurre a nuestro alrededor y, de alguna manera, sentir que formamos parte del mainstream. En lo personal, los lazos afectivos son los que más me han mantenido alejada de Animal Crossing. No era tanto el miedo a perderme algo interesante como a volver y que los vecinos rechazasen mi presencia o, incluso, miedo a que mis amigues se sintiesen decepcionades al visitar mi isla. A todas estas inseguridades tuve que hacer frente a mediados de diciembre, cuando reuní las fuerzas necesarias para regresar al lugar que con tanto esmero había construido.
Volviendo a casa
Me había despertado con algo de malestar y no tenía demasiadas ganas de moverme de la cama. Como era sábado, me obligué a descansar un poco más y, entonces, pensé en lo que hubiese disfrutado en otro momento de la lluvia contra la ventana, el calor de una manta y un paseo por mi islita. Era el contexto adecuado para darle otra oportunidad a New Horizons, por lo que así lo hice. Al principio, sentía una angustia existencial ante la idea de estar de vuelta. Tras comprar ropa de invierno y saludar a Pili y Mili, la ansiedad se fue calmando. Una vez hablé con todos los vecinos y recogí unos cuantos hierbajos descubrí que… Todo iba bien. No solo eso, sino que me sentía cómoda y tenía ganas de retomar el juego.
Unos meses atrás, pasar tiempo allí habría sido un recordatorio constante de lo que habían cambiado las cosas. Como explica Jess Joho en Mashable, la falta de energía para mantener el contacto con los habitantes de la isla se traducía en miedo a que ocurriese lo mismo con sus relaciones en la vida real. Yo también lo sentía de esta manera, aunque en mi caso era más un temor por no ser capaz de estar a la altura de las expectativas (¡aunque me las hubiese puesto yo misma!). Por tanto, la culpa de esta apatía no se la achaco al juego, sino al vínculo que establecí con él.
A raíz de estos pensamientos y del artículo de Deborah López analizando su forma de relacionarse con los videojuegos, he querido reflexionar sobre los motivos que me han llevado a alejarme del que era mi lanzamiento más esperado de 2020. También es cierto que, además de lo mencionado, desde marzo no disfruto igual del ocio en general. Me cuesta concentrarme, me distraigo con facilidad, estoy siempre cansada. Los efectos secundarios de la pandemia. Además, en el momento en el que los videojuegos también son parte activa de mi profesión, mi manera de interactuar con ellos ha cambiado. Es decir, que son muchos cambios en poco tiempo que todavía debo digerir.
En cuanto a New Horizons, no me dolía tanto perder el dinero que costó como la oportunidad de disfrutar de una saga a la que guardo un gran cariño. Entonces caí en la cuenta de que, incluso cuando ya no jugase, seguía consumiendo gameplays, fanarts y los contenidos que se compartían en redes. El universo creado por la franquicia me seguía interesando, por lo que supongo que, en realidad, solo debía de hacer frente a esa resistencia interna y darle otra oportunidad a su mundo amable, sin perdedores, en el que el trabajo diario aparece como la libertad.
Me alegra haberlo hecho, porque, en un año en el que no ha habido cenas de Navidad o reencuentros con seres queridos, volver a un sitio familiar que se siente como lo que es, un hogar, ha sido otra forma de disfrutar de las vacaciones y de comprobar que mis vecinos, en realidad, no me odian. Esas presiones habían sido siempre internas, por lo que supongo que necesitaba alejarme lo suficiente como para poder comprender qué es lo que me había interesado en un primer momento de Animal Crossing. De esta manera he conseguido volver a disfrutar del tiempo invertido en mi isla, entendido puramente como ocio, y no como una obligación.
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Todavía no lo he leído, pero enfoques como este son los que hacen que merezca la pena cada euro invertido en este proyecto. ¡Gracias!
Yo, como esforzado habitante del tercer mundo, me quedo perplejo ante artículos como este.
Me provocan una mezcla de empatía ante la fragilidad de ciertos seres y una furia irracional.
Es como leer un cuento de Bradbury.
O tal vez estos artículos estén escritos con una ironía que a mi, como bruto subdesarrollado que soy, se me escapa completamente.
En todo caso acepto que no lo pillo y quiero mi pin xD
Fue un bálsamo también para mí en su día porque, particularmente, esos meses (marzo/abril) fueron especialmente amargos y dolorosos por el fallecimiento por COVID-19 de alguien muy muy cercano. ¿Qué pasa? Que no he querido volver por eso mismo, temo que me recuerde demasiado a los peores días de mi vida. Es un juego que ya está muy marcado por eso mismo.
También puede ser que la gente lo haya abandonado porque es un juego semivacío y con menos contenido que en sus anteriores entregas.
Es lo que pasa cuando en vez de publicar un juego por completo lo sacan por fascículos.
@ballan
Es que es esto xd
El juego está super falto de contenido, y ya se vio en las comparaciones que salieron entre el New Horizons y el free to play de móvil xd
@ballan @Ein
+1 a ambos, yo otro que tal. Lo empecé con muchas ganas, pero cuanto más jugaba más echaba de menos según que cosas del New Leaf, hasta que llegué a un punto de acabar dejándolo de lado para desempolvar la 3DS y volver a mi antiguo pueblo.
Coleccionismo a parte, pocos motivos te da para seguir jugandolo más allá del mes, y eso que te pone toda las trabas del mundo para hacerse todo lo lento posible para retenerte.
Creo que a Animal Crossing hay que entrar cuando a uno le llega el momento. En la pandemia mi novio se enganchó muchísimo y yo era un simple espectador que no le terminaba de ver la gracia. Y hace tres meses, creo que por el evento de Halloween, me decidí a entrar y continuar lo que él había dejado. Me propuse el reto de conseguir 5 estrellas en la isla a base de crear espacios que echaba de menos por la pandemia (un estudio de Yoga, una discoteca, un gimnasio al aire libre…). Disfruté mucho intentando conseguir todo estoy, finalmente, conseguí las 5 estrellas y el día 31 de diciembre me tomé las uvas con Nook y compañía y dejé de jugar (no sin antes hacerme la selfie con el neón de New Year).
Quién sabe si volveré a jugar, pero para mi también este juego se ha convertido en una especie de hogar al que acabas volviendo, quizás para recordar qué te llevó a trabajar en cada parte de la isla. Llamémosle nostalgia.
Si es que lo mejor es jugar los juegos con calma y cuando te lo pide el cuerpo. El FOMO nos esta arruinando los videojocs. Buen articulo BTW.
Yo soy otro que encontró al juego vacío de contenido. Las primeras horas me gustaba mucho, poco a poco fue perdiendo encanto y cuando vi lo que tenía que trabajar (sin comillas) para hacer modificaciones en la isla dije hasta aquí hemos llegado.
Entiendo que no soy el tipo de jugador para esto, porque la rutina de la isla no me aportaba ya nada como para seguir jugando, ni siquiera ocasionalmente. Y sentía que en efecto estaba pensado para arrastrar al jugador a estar ahí muchas muchas horas para seguir «avanzando».
Yo llevo sin dejar de jugar ni un solo día desde que lo pille el 7 de abril. Ni un solo dia. Creo que el único otro juego al que le he echado tanto tiempo seguido es Bayonetta.
Y si, puede que falten cosas que hacer. Pero en mi caso, si no paso un rato de relax en mi pueblo con mis vecinos, siento que falta algo en mi dia. Y no es una sensación cómoda.
Se que llegara el día en el que inevitablemente empiece a dejar de entrar cada dia. Pero por ahora, aun no ha llegado ese dia.
Un artículo genial! Yo tampoco jugaba desde el verano y he vuelto estas últimas semanas (o estoy intentando volver). Pienso diferente a la gente que dice que al juego le falta contenido, y precisamente yo lo acabe dejando porque las mínimas exigencias productivistas que te imponen me agobiaban (como los puntos nook), en este sentido echaba un poquito de menos la aún mayor simpleza de las entregas anteriores.