«tiene el miedo muchos ojos,
y ve las cosas debajo de tierra»
—El Quijote
«Shield escondió las estrellas con halógeno y las llamas se reflejaban en el cielo nocturno todas las noches. No existía el silencio. El ruido nunca paraba. La refinería exhalaba un suspiro eterno.»
Esta es la voz de Kai, que regresa a casa después de cinco años vagando por el limbo estadounidense, huyendo de los fantasmas del sur. En su viaje de vuelta, intenta ajustar sus memorias a la realidad que encontrará cuando llegue a su hogar en Norco, Louisiana. En el trayecto nos acompaña su flujo de conciencia, una espiral de recuerdos, reencuentros y previsiones entorno a los que gravita el desastre, que es personal, pero también humano y ambiental.
Es claro que el eterno retorno al hogar, aparte de ser un tema universal en la ficción, tiene aquí un tinte autobiográfico y, por tanto, melancólico. Con esta introducción se prevé ya una narrativa que transitará espacios liminales, una historia de vagabundear entre lugares físicos o mentales, un ecosistema compuesto por localizaciones decadentes a las que alguna vez llamamos casa. Y sin embargo, Norco es mucho más que eso. Sí, es un point-and-click de personajes habitando espacios descompuestos, pero sus pertinentes lecturas políticas y sociales están regidas por la actualidad: el desastre natural, la tiranía y abuso de las mega-corporaciones y la búsqueda incansable de pertenencia.
Mucha de la poética visual y narrativa de Norco está relacionada con la huella humana que deforma el paisaje. Uno de los personajes enumera la extraña sensación de irrealidad en una tarde con imágenes surrealistamente catastróficas: el abrevadero estaba negro esa tarde, el humo estaba girado, el cielo era una inversión de otro cielo. Estas metáforas nos hablan de un entorno no-natural precipitado por Shield Oil (nombre que bromea con no esconder a su homónimo real). Ante el desastre que viene, Norco presenta varias actitudes en sus personajes: la fe, la esperanza, el terror, la capitalización del desastre y su estilización. Pero sobre todo, la melancolía de amar y llamar casa a un espacio traumático.
Precisamente cuando Kai llega al hogar de su infancia y se materializan todos los miedos que venía rumiando durante el viaje, aparece la pérdida en forma de inundaciones. Podríamos considerar Norco como una obra de eco-ficción, un cuento sobre un lugar donde el fin del mundo ya ha llegado, pero su oscuro futurismo no es en vano ni se regocija en la fantasía, nos trae culpables. Cuando habla del futuro, Kai imagina que la cuarta inundación seguirá a un huracán y será una calamidad: «(…) dejará la región entera sumergida porque los diques de contención se romperán. Habrá un apagón enorme que durará semanas. La mayor parte de la estructura de alcantarillado quedará dañada sin reparación posible. El gobierno federal, enfrentado, no hará nada para asistir a la región, que quedará en bancarrota».
Dentro de su humor ácido y ligeramente triste hay una presentación sobre un futuro que no queremos, para comprobar que ante el desastre puede haber lucha y reivindicación. En este espacio yermo hay multitud de personajes que prosperan y buscan su propia retribución, que no son ajenos a las causas de su ruina. Estos apuntes colorean el mundo de Norco de diferentes aproximaciones a un problema, sino que también conllevan una lectura política: «Los inversores más listos recuperaron la experiencia del desastre. Nueva Orleans se convirtió en una distopia plástica, un mercado de la crisis». Norco quiere evidenciar la desaparición de la narrativa capitalista de que con el crecimiento industrial el futuro sería mejor y en su lugar deja un crisol de emociones y de previsiones, sin querer decidirse a juzgar cuál de ellas es la adecuada.
Orbitando el centro narrativo de la devastación y la inacción política, hay otros comentarios sobre la permanencia, la tecnología, las relaciones humanas. En este futuro imaginado hay, sobretodo, una búsqueda incansable de cualquier instancia que pueda convertirse en fe. Hay fes que solo buscan reemplazar los huecos cavados por el desastre, otras que quieren capitalizarlo (en esto hay un grupo de personajes masculinos que han montado un culto basado en la realidad aumentada que tiene una lectura alineada con la Alt-Right y los incels).
Este mundo construido a base del delicado pixel art de Yutsi, su creador, y la música ambiental lo-fi de Gewgawly I podría habernos dado un juego sobre un lugar llamado Norco, un espacio ficticio transmutado en una experiencia del más puro sci-fi distópico, con nombres de mega corporaciones que aluden claramente a las reales y entornos que quizás hayamos visto alguna vez antes en otras ficciones del género Southern Gothic. Sin embargo, va más allá: Norco resuena porque todas tenemos una casa a la que volver. Norco existe porque existe el miedo.
«Es raro porque Norco está destruido. Mis padres aún no tienen electricidad, mi familia entera allí no tiene electricidad, ni tampoco sus vecinos… Y mientras tanto yo estoy trabajando en un videojuego sobre este lugar y intentando promocionarlo en Twitter y que la gente lo añada a su lista de deseados. Y simplemente ser parte de eso, que es ineludible porque he firmado un contrato con un publisher, se siente asqueroso.»
Esta es la voz de Yutsi en una entrevista para Antigravity Magazine, un puente entre lo real y lo ficticio. De alguna manera, después de leer las entrevistas a Geography of Robots, siento el Norco-juego más real que su homónimo, una colonia que se fundó con el nombre de Sellers, (el apellido de un terrateniente y esclavista que se estableció en Louisiana), pero que cambió su nombre a New Orleans Refining Company (NORCO) cuando llegó una gran petrolera a poner una refinería.
La ficcionalización de Norco en un juego conlleva mensajes implícitos sobre imaginar realidades alternativas frente al dolor: hacer esto es colectivizar el problema y evidenciar que no es exclusivamente local. Norco se convierte en una casa propia de todas las que jugamos al juego, y que resuena con nuestras propias realidades locales en un momento en que la cobertura del desastre ecológico ocupa nuestras pantallas y nos inmoviliza. Experiencias como Norco, que llegan al mismo punto diagonalmente, son necesarias para darnos un espacio para pensar sin comentario.
Wallace Stevens dijo que «la realidad es un cliché del que escapamos gracias a la metáfora». Las eco-ficciones apuntan a precisamente lo contrario: presentar realidades dolorosas a través de la metáfora. Norco no habla de la utopía, pero sí sueña con ella mientras nos presenta lo que queda de la vida en un paraje por donde vaga el desastre.
Solo los usuarios registrados pueden comentar - Inicia sesión con tu perfil.
Menudo gusto poder leer a Clara Doña en Anait, diosito.
Estupendo artículo. Gracias por él y por los enlaces.
Norco es uno de los mejores juegos del año pasado y sin duda el mejor escrito junto a Citizen Sleeper. Es curioso que dos juegos tan distintos en cuanto a estilo, ambientación y género hablen en realidad sobre los mismos temas.
Enhorabuena.
Muy buen artículo, disfrutable e interesante sin haber jugado a Norco.
Gracias por el texto, no sabía que NORCO estaba inspirado en una población real.