La vuelta a Super Nintendo en cinco juegos

Lo comentamos ya en el podcast, aunque muy por encima: Super Nintendo ha cumplido 20 años desde su lanzamiento en Europa. Para honrar su memoria, hemos recopilado cinco juegos que nos marcaron de algún modo cuando éramos jóvenes e inocentes jugadores de SNES; la lista, es evidente, ni es definitiva ni definitoria: la cantidad de juegos que nos vinieron a los labios mientras hablábamos sobre este artículo en la redacción fue enorme, y no parecía ir a parar nunca, así que nos ceñimos al único criterio que al final merece la pena: la pura experiencia personal. Detrás de estos juegos hay historia personal, como la hubo, seguro, en muchos otros de los que jugasteis vosotros. Os animamos a compartir vuestras experiencias en los comentarios, por supuesto, y ahora vamos a lo que importa: nuestro viaje sentimental por Super Nintendo, con el inimitable vídeo promocional del Cerebro de la Bestia como bonus track. Me echan una mano impagable @alber y @sabin. Super Mario World (1992)   Cuando mis padres me regalaron una Super Nintendo no sabían qué estaban haciendo: no sabían que iban a cambiar mi vida irremediablemente (miradme hoy, tantos años después, consumido por los videojuegos), pero menos sabían que iban a cambiar también las suyas. No recuerdo exactamente cómo fue, pero puedo imaginarme que el impacto al ver en movimiento ese Super Mario World que venía con la consola fue enorme; quiero imaginar a mis padres mirándome jugar, embobados, y quiero imaginármelos así para que lo que pasó luego tenga más sentido.   La grandeza de Super Mario World es la grandeza de la serie Super Mario en general. El enorme mapa, lleno de secretos, me mantuvo, a mí y a tantos, pegados al mando hasta que ya lo habíamos hecho todo, y todavía entonces nos daba la sensación de que todavía podía haber más, esa sensación de que todo puede ocurrir en el juego, de que el mundo que hay dentro de la pantalla se crea a sí mismo fuera del control de sus programadores y artistas; esa sensación en la que tanto influye la ilusión del jugador como la capacidad del juego para mostrarse infinito. Quizá la que más recuerdo, sin embargo, es mi primera partida. Recuerdo fascinarme con cada interruptor de colores, con cada ruta secreta, con cada hijo de Bowser al que derrotaba; desde luego recuerdo que el combate final me pareció el techo de la épica, y los créditos el del arte. (Me siguen pareciendo increíbles a día de hoy, confieso.)   Recuerdo también algo raro: sábados y domingo por la mañana, mi hora dulce de jugar a la consola, cuando continuaba mi partida casi nunca estaba en el mismo mundo en el que me había quedado. No recordaba ciertos niveles, algunas cosas me resultaban extrañas; una noche, me desperté a una hora intempestiva y fui al salón, atraído por el sonido inconfundible de Super Mario World. Ahí estaban mis padres, jugando a las tres de la mañana, enganchados como malas bestias, desconocedores, claro, de la posibilidad de guardar en otro slot en lugar de avanzar en mi partida.   En esa época, es evidente, no jugaba a varias novedades cada semana, ni tenía una biblioteca de juegos problemáticamente extensa; tenía un juego nuevo en diciembre y, si la cosa se daba bien, otro en junio. Jugué por este motivo a mis juegos de Super Nintendo muchas veces, pero Super Mario World fue el único al que volví una y otra vez desde que me compraron la consola hasta que Nintendo 64 vino a sustituirla. Una vez al año, generalmente durante el verano, suelo recuperarla para echar unas partidas; Super Mario World, evidentemente, es mi primera y a veces única opción. Super Star Wars (1992) Hace veinte años ni se nos pasaba por la cabeza ver a Han Solo haciendo el Tony Manero / es más, hace veinte años Han Solo siempre disparaba primero. Hace veinte años, a base de mucho insistir y de ser un niño muy pero que muy pesado, conseguí que mis padres accedieran a cambiar la Mega Drive que me habían comprado el año anterior por una Super Nintendo. ¿Por qué tenía esa necesidad de cambiar de bando? Pues, me consta, que por lo mismo que muchos otros: por las fotos del juego de Dragon Ball Z (el primero, esa birria) que habían publicado en la Hobby, y que yo había gastado de tanto mirar. El cerebro de la bestia me llegó en un pack que podría hacer saltar la Estrella de la Muerte en pedazos: Super Mario World + Super Star Wars. Este último, el juego que nos ocupa, fue lanzado en 1992 para la 16 bits de Nintendo y era un plataformas lleno de acción de gatillo fácil que repasaba los acontecimientos del episodio IV, la Guerra de las Galaxias de toda la vida. Básicamente, el objetivo único del juego era avanzar destruyéndolo todo lo que se nos ponía por delante. Creo que la grandeza de aquel título creado por el desaparecido estudio Sculptured Software (bajo la supervisión de LucasArts, claro) era su capacidad de exprimir al máximo la película para ofrecernos un buen montón de niveles, y todo ello con una adaptación fantástica de la banda sonora de John Williams y unos gráficos resultones (y con sus buenas dosis de Modo 7). En el juego Luke, Han Solo y Chewbacca se dedicaban únicamente a arrasar con toda forma viviente que se cruzase en nuestro camino, y estas formas de vida iban desde los pequeños comerciantes jawas, los clientes extraterrestres de la cantina de Moss Eisley, stormtroppers… Lo que fuera. De hecho, muchos enemigos parecían inventados, pero ¡NO!, realmente aparecían en las películas; ni que fuera en el tablero de ajedrez virtual del Halcón Milenario. Hablando del tablero de ajedrez, ¿recordáis esa cara de satisfacción de Chewbacca después de ganarle la partida a C-3PO? Así me quedaba yo después de una partida al Super Star Wars, con mi buena ración de acción. ALBERT GARCÍA (@alber) Goof Troop (1993) El juego de la Tropa Goofy no me lo compraron mis padres. Tampoco ahorré yo para comprarlo, ni recuerdo haber leído nada sobre él en revistas, ni recuerdo que me lo prestara nadie, ni recuerdo haberlo robado. Sé que un día lo tenía en casa, y sé que sigo teniéndolo; viéndolo con distancia creo que eso es lo único que me importa de verdad. Hasta hace no demasiado no sabía qué era lo que tenía esa a priori traslación al videojuego de una serie de Disney para haberme gustado tantísimo cuando era un crío. Poca broma: detrás de Goof Troop está ni más ni menos que Shinji Mikami, el tipo que inventó Resident Evil (y luego lo reinventó) y que ha puesto su firma en algunos de los juegos de los que mejor recuerdo debería tener todo el mundo de la última década: Viewtiful Joe, P.N. 03, God Hand o Vanquish. La aventura de Goofy y familia está plagada de niveles memorables, puzzles brillantes y, para colmo, tiene uno de los mejores modos cooperativos que he podido probar en mi vida. Todo el juego estaba pensado para funcionar igual de bien en solitario y con otra persona al lado, algo mucho más meritorio de lo que parece: hacer que una pieza de más no sea una pieza sobrante, sino que sea una más que encaja perfectamente y tiene su papel dentro del engranaje, es algo que sólo gente con mucho talento puede conseguir. Quizá no es el juego más recordado de Super Nintendo, pero sí fue una de esas sorpresas que, siendo niño, saben el doble de bien por ser totalmente inesperadas. Mantiene todo el frescor de su momento, además, y por eso lo creo digno de aparecer en este viaje sentimental por el Cerebro de la Bestia. Super Mario World 2: Yoshi’s Island (1995) Cuando vi las primeras imágenes de la secuela del excelso Super Mario World en alguna Nintendo Acción de 1995, lo primero que pensé fue algo así como «qué infantil». Pese a mis tiernos once años, Donkey Kong Country me había mostrado meses antes lo que era el realismo y la madurez. O eso creía yo. Por aquel entonces, casi había convencido a mis padres para que me compraran un perro, pues era hijo único ((Y creo que aún sigo siéndolo.)). Sin embargo, a última hora, mi madre se rajó. Para evitar mi enfado, compraron mi silencio de la manera habitual: chantajeándome con un videojuego. Como Donkey Kong Country 2 ya lo tenía pedido para Navidad, la elección, con ciertas dudas, fue Super Mario World 2: Yoshi’s Island. Seré claro: el mejor Mario en 2D es Super Mario Bros. 3. Pero en segundo lugar, Yoshi’s Island supera al Mario World original. No sólo es el más bonito, sino que es el más divertido y original. Se trata nada menos que de una precuela, con Mario y Luigi bebés (¡!), que son secuestrados (¡¡!!) por Kamek  para que en un futuro dejen de interponerse en los planes de su jefe (¡¡¡!!!), Bowser, que también es un crío aquí. Ya sabéis, el clásico what if de matar a Hitler antes de llegar al poder, o el campechano Juancar asesinando a su hermano para que no le arrebate el trono en el futuro, pero en versión nintendera. Afortunadamente, el pequeño Mario escapa de su captor y cae en una isla plaga de adorables dinosaurios de colores, que le ayudan a encontrar a su hermano. Recorren las 54 pantallas mejor diseñadas en la historia de los plataformas 2D, con unos jefes finales tan enormes como imaginativos y con multitud de efectos gelatinosos, filtros y demás prodigios técnicos inimaginables en la época, gracias en buena parte al chip Super FX 2. Lo de disparar huevos para matar enemigos, pulsar interruptores, conseguir items o rescatar al bebé es como cuando Homer utiliza su pistola para todo: una gran idea que no todos supieron apreciar y que debería emplearse más veces. Y eso de que la «vida» sean los segundos que podemos pasar sin baby Mario sobre los hombros de Yoshi es muy eficaz, pues aportaba mucha tensión. Mi madre aún se estremece al recordar al bebé llorando cuando flotaba en una burbuja y se lo llevaban los malos, seguramente porque le hacen pensar en mí mismo a su edad. Aterrador. Desgraciadamente, el Yoshi’s Story de Nintendo 64 es una puta mierda. Soso, fácil, sin gracia y más empalagoso que Antonio Gala en San Valentín. Con la secuela de DS duré quince minutos. KOLDO GUTIÉRREZ (@sabin) Terranigma (1996) Jugué a Terranigma en los últimos días de 1996. No lo entendí: lo jugué con pasión varias veces durante 1997 y quedé perdidamente enamorado de todos y cada uno de sus rincones, del detallismo de sus escenarios, de la rudimentaria manera en que el mundo evolucionaba en función de nuestras decisiones (¡mis primeras elecciones las viví en Terranigma!), del extraño carisma de sus personajes; pero entenderlo no lo entendí hasta años después. Lo volví a jugar hace unos años, tres o cuatro. Lo hice porque desde finales de 1996 Terranigma está en las primeras posiciones de mi lista de juegos favoritos. Lo recordaba con bastante precisión: se ve que jugarlo obsesivamente durante casi 365 días sí que sirvió para algo, al fin y al cabo. Con la cabeza un poco mejor amueblada el recuerdo de perfección absoluta que tenía de él desapareció, pero no mucho: sigue pareciéndome el mejor RPG de cuantos he podido jugar. Terranigma es un juego sorprendentemente maduro: teniendo en cuenta toda su cursilería de RPG japonés de segunda mitad de los noventa, los temas que trató la ahora desaparecida Quintet en su juego parecen casi marcianos. A pesar de cierto tufillo espiritual y bíblico, siempre me ha gustado ver en Terranigma un mensaje pro-Tierra: el planeta nos da la oportunidad de vivir en él, así que mejor lo cuidamos un poco, que si no al final la liamos. Fue uno de los últimos juegos de Super Nintendo que tuve, y por eso le tengo cariño; sigue siendo, después de la última partida, uno de mis tres o cinco juegos favoritos, según el ranking y el día en que me pille. Y es sólo uno de los muchos que podrían figurar en una lista con todos los juegos magníficos y eternos que nos dio Super Nintendo. Por ella brindamos hoy.