Sonic Dreams Collection: crónica de una mañana difícil

He leído tres veces la increíble pieza que hoy ha publicado Patrick Klepek en Kotaku y todavía no he conseguido asimilar lo que allí se expone. Y mucho menos procesarlo como para elaborar un texto al respecto, pero creo que esto es tan chalado y tan tremendo que es necesario compartirlo con todo el mundo. Así que me he descargado Sonic Dreams Collection.

Y he jugado.

Al parecer la historia va así: en 2013 el grupo de hackers Arcane Kid$ compraron en eBay un kit de desarrollo de Dreamcast y, buceando en los archivos que alojaba, encontraron una nota del director de la desarrolladora MJSTUDIO, un presunto estudio secreto de SEGA, en la que detallaba alguna información sobre la manera en que estaban intentando «reinventar el futuro de los videojuegos». De allí salieron cuatro prototipos, algo de artwork y varios archivos confidenciales de SEGA. Después de recuperar los prototipos, la portavoz de Arcane Kid$ no tiene dudas: «SEGA privó al mundo de estos regalos de MJSTUDIO al mundo, y despreció a todos los fans de Sonic enterrando estos juegos». Y amenaza: «Es hora de liberarlos.»

Obviamente, todo es mentira.

Para leer este comunicado he tenido que acceder a la web oficial a la que solo se puede entrar introduciendo la contraseña «grandpa». Una vez dentro, palmeras verdes y cielos azules: dos enlaces nos permiten descargar sendas versiones de este recopilatorio oscuro tanto para PC como para Mac.

Abro la aplicación y lo primero que aparece es una pantalla roja con un montón de código sin sentido corriendo de abajo a arriba. Me pongo tenso; al fin y al cabo estos tíos son hackers y ahora mismo podrían estar robándome la identidad para atracar un banco en Florida. Finalmente aparece la pantalla de menú, luminosa y en tonos claros de cuando SEGA todavía tenía alma, y me ofrecen los cuatro juegos que Dreamcast nunca llegó a ver, cada uno con el año correspondiente al lado.

Make My Sonic – ’96

Por un momento creí que SEGA había tenido la idea de Mario Maker veinte años antes que Nintendo, pero al iniciar el Make My Sonic está claro que la cosa no va ni mucho menos por ahí. Un incipiente editor de personajes nos permite cambiar la apariencia de un Sonic en 3D sin un especial criterio.

Botones que agrandan o reducen la cabeza o las extremidades en un modelo que tardan en glitchearse. Un pie de mi versión de Sonic, que tiene el nombre aleatorio Bourbon Kai the Inmortal Hedgie, se vuelve gigante y parece atascarse con el suelo, generando unos espasmos que sacuden a todo el personaje. Tiro de su cabeza para sacarle de ese trance y se le desprende del cuerpo para volver a unirse como si su médula fuese de goma.

Mientras altero el aspecto de este engendro low-poly, la música se acelera y se ralentiza, haciendo del jugueteo inocente algo extraño e inquietante. Puedo compartir una foto de Bourbon en Twitter y hasta puedo compartirla en SegaNet, aunque esa opción parece desactivada y el escandaloso ruido que hace el cartel al avisarme casi me saca el corazón por la boca.

Eggman Origin – ’97

Antes de que ejecutes Eggman Origin te avisan: no se sabe prácticamente nada de este proyecto, no existe documentación al respecto y solo se conoce que iba a ser un MMORPG. Una pantalla no me dice que no se ha detectado el adaptador y no me permite avanzar, así que investigo un poco en la red y doy con la solución, vaya por Dios, en 4Chan: una carpeta llamada Corrupted Data esconde el ejecutable de SegaNet. Abriéndolo e introduciendo «mjstudio» como usuario y «wh1t3Glove» como contraseña arranca un servidor local de SegaNet.

Vuelvo a Make My Sonic, subo a la falsa red el personaje que he creado, y me voy a Eggman Origin. Allí me espera, efectivamente, el amigo Bourbon, esta vez solo con una cabeza y dos largas patas de avestruz. Avanzo por un fondo blanco hasta un huevo que me habla, y luego me acerco al Dr. Robotnik, que está allí impasible, como esperando todavía al lanzamiento del juego, el pobre. No me contesta. Encuentro otros huevos que me lanzan frases crípticas, pero no encuentro más formas de interactuar con ellos. Paseo por esa especie de limbo nevado bajo una banda sonora algo tétrica, como una versión oscura de una canción de Sigur Ros. Mola bastante. Me bajo aquí.

Sonic Movie Maker – ’98

Aquí viene la mandanga buena. Explican en la ficha del juego que a pesar de que Sonic Movie Maker era un proyecto técnica y conceptualmente muy avanzado a su tiempo (se trataba de, efectivamente, explorar un mundo y grabar vídeos), los ejecutivos a cargo de SEGA lo cancelaron de manera fulminante cuando se enteraron de algunas de las subtramas que escondía el guion del juego.

Creo que este segmento es una de las experiencias más extrañas y perturbadoras que he vivido delante de un videojuego. La mecánica es sencilla: exploras en primera persona un escenario cerrado, consigues la cámara, grabas un vídeo y sales por la puerta hacia la siguiente escena. Puedes mover algunos objetos y personajes y utilizar bocadillos de texto para contar tu propia historia.

El primer escenario es un plató con un coche, una suerte de garaje y Sonic revolcándose por el suelo, eternamente glitcheado. Es una estampa extraña y silenciosa, pero nada grave. El siguiente nivel empieza a volverse raro: un baile de fin de curso en el que Sonic sigue revolcándose pero esta vez en compañía de Rouge, ambos presos de un éxtasis hormonal. No le vamos a negar a Sonic una de las mejores cosas de la vida, pero es en la siguiente cuando la cosa escala a lo loco: aparecemos en el aparcamiento de un Motel de carretera en plena noche, algo que ya de por sí tiene fuertes connotaciones jodidas, subimos las escaleras a la única habitación abierta y nos encontramos a Tails, en el suelo, inconsciente y rodeado de vasos de plástico. Es posible que se haya dado a la bebida tras ver lo que está sucediendo al otro lado del cuarto: Sonic, Shadow y Blaze retozan extáticos en una cama redonda, en una orgía iluminada solo por una bombilla roja y donde no faltan jadeos y ruidos que nunca quise oír. Grabo los seis segundos exigidos con un nudo en la garganta y salgo de allí corriendo, aturdido.

El resto de escenas hablan de bulimia, embarazos bizarros, partos de pesadilla y torturas, pero ya nada puede sacarme aquella sórdida orgía de la cabeza. Cuando Sonic Movie Maker termina, nos deja con la imagen de un rascacielos frente a unos fuegos artificiales. La cámara sube y se acerca y vemos a los protagonistas, en lo que parece una fiesta con pastelitos y carteles celebratorios. Se están revolcando por el suelo. Envueltos en llamas.

My Roommate Sonic – ’99

Aquí llega otro adelante a su época: My Roommate Sonic debía ser el primer paso de Sonic en el mundo de la realidad virtual, pero el casco de SEGA jamás vio la luz y por eso este juego murió con él. Hemos tenido suerte de que no llegase a las tiendas, porque después de vivir esta experiencia con un sistema de VR es posible que nunca más me hubiese vuelto a poner uno de esos cascos. Terror puro.

Soy un humano y veo el juego en primera persona. Estoy sentado en un sofá junto a Sonic, viendo la tele tranquilamente. Están emitiendo un vídeo de imagen real con un erizo panza arriba. A Sonic parece gustarle. De repente el móvil vibra: es un mensaje de Robotnik, que me observa con unos prismáticos desde una ventana del edificio contiguo. Me exige que haga cosquillas a Sonic, primero en la axila y luego en el pie. Le quito una de sus características zapatillas rojas y por primera vez veo un pie de Sonic desnudo. Es una pesadilla de color azul, con la misma forma exacta de un pie humano pero con los dedos más largos. Jamás volveré a dormir.

Tras la última tanda de cosquillas, leo la pantalla del móvil y Robotnik me dice que mire a Sonic a los ojos. Me giro y tengo al erizo azul a un palmo de mi cara, acercándose con la mirada hueca y un brillo rojizo. Sus ojos empiezan a moverse en sus órbitas, a acercarse entre sí, a unirse hasta que ambos forman un solo ojo circular en medio de su cara. Ahora el ojo de ese cíclope ominoso se hunde y el hueco que deja empieza a aspirar aire, llevándose mi móvil, tragándome después a mí. Dentro de la cabeza de Sonic, una última alucinación: un cuerpo humano decapitado echa a andar, se despoja de su ropa y de repente es de color azul. Corre por una pasarela verde que es el primer nivel de Sonic the Hedgehog, rueda encogido y recoge anillos dorados mientras en el horizonte una versión gigante de mi teléfono móvil me enseña un mensaje de texto: «¿ERA ESTO LO QUE QUERÍAS?»

Antes de terminar, una interacción final: un dedo baja hasta el interruptor de una Dreamcast, que se apaga por fin. Casi temblando y con el corazón acelerado, cierro la aplicación y en ese momento llaman al timbre. Probablemente sea el cartero, pero no pienso averiguarlo. Hoy no.