Super Mes Mini #20: Yoshi’s Island

Coincidió que el mismo día en que empecé a escribir esto caí, haciendo zapping, en un documental que podría haber sido de La 2, aunque no lo sé del todo, en el que se seguían las vidas de varios grupos de madres y crías a lo largo de distintas épocas cruciales del año. Qué casualidad. Yoshi’s Island (supuestamente, Super Mario World 2: Yoshi’s Island; no voy a cometer ese error) me vino a la cabeza al instante.

En el documental, se hacía hincapié en la urgencia que tenían las crías por desarrollarse rápidamente y aprender todo lo que necesitaban para sobrevivir, en la medida de lo posible, sin la ayuda de sus madres. La sabana es un sitio peligroso, y las crías de todos los animales que se mostraban estaban indefensas de una forma radical: un error minúsculo las convierte en alimento para depredadores y carroñeros. En poco tiempo, se ven obligadas a prestar atención a su entorno y saber utilizar las herramientas que tienen a su disposición para no acabar mal; para poder, si la fortuna así lo decide, ser ellas mismas las que traigan otras vidas a la sabana y perpetuar así el ciclo de los documentales de La 2.

Historias de este tipo hay a montones en los videojuegos. Escribía mi compañero Christian sobre Mega Man X que «al principio del juego, X acaba de ser reactivado tras décadas encerrado en una cápsula. En cierto modo, acaba de nacer. Es un novato que debe aprender rápido porque tiene la responsabilidad de salvar el mundo de la amenaza de los Maverick. Una amenaza de la que, además, es indirectamente responsable». Es un punto de partida común en un videojuego: la del recién nacido que, como las crías de la sabana, debe madurar hasta estar capacitado para hacer frente a los peligros que lo rodean. Te puedo decir un Dark Souls o te puedo decir un Need for Speed, si quieres algo un poco distinto: ahí también hay que mejorar un coche, o comprar otros mejores, o, en fin, equiparse a uno mismo de tal modo que los desafíos más avanzados sean asumibles.

Es una posición que podría llamarse infantil: el punto de partida es un personaje débil que puede sucumbir con facilidad ante los innumerables peligros que se cruzan en su camino. Es un camino espacial (una serie de niveles o el mapa de un mundo abierto) pero también temporal: a medida que avanza su vida, los retos y peligros se vuelven más terribles, más tremendos. El paralelismo con la persona que está al otro lado del mando, la que lleva las riendas del muñeco en cuestión, es claro: empiezas siendo una jirafita que apenas puede mantenerse en pie y acabas siendo una majestuosa criatura para la que no hay rama demasiado alta.

Se ve conciencia e inteligencia en la forma en que se lleva hasta el final la idea de Yoshi cuidando de Mario. Escribe Erik Fredner en Kill Screen que «el hecho de que Yoshi no tenga vida propia (se refiere a una barra de salud o un contador de corazones, pero también podría leerse como una existencia propia más allá de su bebé; NdT) enfatiza aún más la codependencia de los personajes; vive literalmente a través de la persona de la que está cuidando». Volviendo a los documentales, aquí no somos la cría que aprende a sobrevivir en un mundo hostil sino que tenemos un papel muy distinto e inesperado en lo que no deja de ser la secuela de Super Mario World: compartimos la responsabilidad del cuidado de una criatura que no puede defenderse por sí misma en el mundo con el poder de ser casi inmunes a los ataques y los peligros. «Tan pronto como Mario empieza a llorar —y, sí, siempre es culpa de Yoshi cuando eso ocurre—, lo deja todo para solucionarlo. Mecánicamente, nada más importante. Es un giro sorprendentemente altruista para un género basado en el éxito individual», escribe Fredner.

Aunque creo que, en el fondo, es algo que acabó siendo así por pura casualidad, no es difícil ver en Yoshi’s Island una representación del cuidado de un ser indefenso (una cebra y su cría; una madre y su hijo) en forma de fábula o cuento de aventuras. Es una responsabilidad que a la vez hace sentir poder e indefensión; cualquier golpe de la vida es poco para Yoshi cuando Bebé Mario está en peligro, pero a la vez no es solo Yoshi lo que está en peligro cuando las hostilidades se le ponen delante. No es, evidentemente, un estudio serio sobre la maternidad, pero sí es una manera amable de animar a sentir empatía por aquellas personas que están al cuidado de otras. Las penurias por las que pasa Yoshi (que es uno pero son todos los Yoshi de la isla) en su camino son todavía más complicadas por la presencia de Bebé Mario, pero no se rinde, no se deja hundir, persevera: de no ser por Yoshi, Mario no habría llegado a estudiar fontanería, dedicarse a ella profesionalmente y luego abandonarla para hacer carreras de karts o viajar por la galaxia. La importancia de Yoshi se pasa por alto; Yoshi’s Island la pone en primer plano.

Los videojuegos, incluso los más malhablados y sanguinarios, suelen explorar o narrar o incluso celebrar el paso de la infancia a la adolescencia; Yoshi’s Island, un videojuego de colorines para niños, pone en valor los desafíos de la vida adulta.