La película de Quentin Tarantino Malditos Bastardos abre con una de las mejores secuencias jamás rodadas por el director norteamericano. El general de las SS Hans Landa llega a una idílica granja del norte de Francia donde, a través de buenas formas y una opresiva y peligrosa cortesía, presiona a un granjero hasta que este le confiesa en dónde ha escondido a sus vecinos judíos. Por supuesto, antes de entrar por la puerta, Landa ya sabe que la familia que busca se oculta bajo el suelo de la cabaña. Es eso lo que hace al personaje tan terrorífico. Sin embargo, y a pesar de la creciente tensión de la escena, de la fascinante cinematografía y del excelente trabajo de los actores, creo que hay algo que falla. Hans Landa mola. Mola mucho. Y no me gusta que me mole un nazi.
Malditos Bastardos no es ambigua. Tarantino señala en múltiples ocasiones, de forma verbal y visual, los comportamientos fascistas y psicopáticos de sus personajes y al final los condena —en otra secuencia gloriosa— a morir quemados mientras consumen sus propias mentiras en forma de ficción. La sutileza nunca ha sido parte del repertorio del director sureño, pero que no se diga que no sabe dar dos puñetazos bien dados.
Sin embargo, Hans Landa no muere en la secuencia del cine. Usando, de nuevo, su cortesía insidiosa, consigue ganar algo de tiempo a cambio de un final menos espectacular pero igualmente satisfactorio, dejándonos por el camino un par de frases para recordar. En el contexto de la película, Hans Landa mola. En el marco de la ficción, esto me da igual. Es cuando aparto los ojos; cuando pienso en retrospectiva, que el carisma de Christoph Waltz y el magnífico guion de Tarantino no me parecen una excusa suficiente. Y me pregunto cómo casa este fantástico personaje con el temible auge de la ultraderecha.
En The Night Fisherman encontramos una escena muy similar a la de la granja, solo que aquí la conversación sucede de noche y mientras estamos atrapados en un bote en medio del mar. Somos un pescador con un secreto pero, como jugadores, eso es algo que no sabemos de inmediato. Mientras nos ocupamos de nuestro trabajo habitual una embarcación más grande, amenazante y peligrosa se dirige hacia nosotros. Nos hemos topado con uno de los miembros más conocidos de The English Protection Group, una asociación nacionalista y de ultraderecha que se ha autoimpuesto la misión de atrapar a los inmigrantes que han decidido viajar hasta Gran Bretaña. Por su trabajo incesante y cruel en el Paso de Calais, nuestro interlocutor es conocido como El pescador de niños. Su fama le precede. Y no exagera un ápice la realidad.
The Night Fisherman es una visual novel que nos permite enfrentar el interrogatorio entre el pescador y el fascista, dejándonos siempre claro que en esta situación somos unos individuos carentes de poder. No es solo la noche, no es el hecho de que nuestro interlocutor esté armado y desde el principio haya dejado claro que puede hacer lo que quiera sin repercusión. Es que llevamos a un niño migrante escondido en nuestro barco. Y no parece que tengamos opción de salir de la situación ilesos.
Además de en el planteamiento de la escena y en el mote de nuestro interlocutor (Hans Landa tiene el apelativo del Cazador de Judios), The Night Fisherman homenajea a Tarantino a partir de la repetición de ciertas líneas de diálogo. Mientras que Landa comparaba a los judíos con ratas y a los alemanes con águilas, El pescador de niños compara a los ingleses con leones y a los migrantes con palomas, una plaga, según él, muy dificil de tratar. Justo en este comentario el juego nos quita el control. Hasta el momento, de la misma forma que lo hacen el resto de títulos de The Sacrifices, somos capaces de controlar la cinematografía de la escena y la expresión de los planos. The Night Fisherman nos permite vivir el intercambio entre los personajes a través de la cara del pescador, a partir del amenazante hombro del fascista o desde una cómoda posición central en la que la cámara se posiciona, flotante, encima del agua.
Con el primer comentario abiertamente racista todo cambia. Las cartas se ponen bocarriba sobre la mesa —ya no tenemos que disimular— y la cámara se nos escapa para centrarse en ese niño al que nuestro interlocutor se esfuerza por deshumanizar llamando «inmigrante». Con todo perdido, la decisión final de colaborar o no con el agresor es tan falsa como auténtica. Tan cosmética (no cambia demasiado el final del juego), como injusta y real. Conociendo que Hans Landa sabe nuestro secreto, el juego nos da la capacidad de distanciarnos o no de LaPadite, señalando el lugar donde se oculta el niño o manteniéndonos fiel a nuestras creencias hasta el final. La decisión tiene importancia. Y experimentarla en un contexto seguro puede ser fundamental.
El documental The Witness, estrenado en 2018 y aún disponible a través de Netflix, analiza las verdades y mentiras relacionadas con el asesinato de Kitty Genovese en 1964. El caso Genovese, a la que apuñalaron repetidas veces en un callejón supuestamente a lo largo de un extenso periodo de tiempo, se convirtió en su momento en la ejemplificación perfecta de la denunciada apatía de los habitantes de Nueva York. Según las publicaciones de la época, la agresión a Genovese se había alargado más de 30 minutos durante los cuales la muchacha había gritado y pedido auxilio en repetidas ocasiones sin que nadie hiciera nada por ayudarla. Aunque el documental consigue demostrar que el periodo de tiempo entre el inicio del ataque y la primera llamada a la policía fue solo de 12 minutos (muchos vecinos no pudieron escuchar a Genovese desde su callejón desde el principio) y las llamadas se repitieron constantemente durante todo el resto de la agresión, el nombre de Genovese ha quedado permanentemente ligado al concepto de mirar para otro lado. Especialmente desde el momento en el que empezó a usarse para definir lo que ahora conocemos como «efecto espectador».
Descrito por John Darley y Bibb Latané en 1968, el efecto espectador es un fenómeno psicológico que establece que cuando están presentes numerosos testigos somos más reacios a intervenir en una situación de emergencia. En otras palabras, si creemos que otra persona puede realizar la llamada de emergencias o la acción de socorrer a las víctimas, preferimos situarnos en un segundo plano y limitarnos a mirar. Sin embargo, este efecto espectador puede reducirse —al menos según el documental de Netflix— si, como hacen los miembros de los equipos de emergencia, estamos mentalmente preparados para una situación similar y sabemos de antemano que lo mejor es actuar.
Jugar a The Night Fisherman, a diferencia de ver Malditos Bastardos, nos obliga a tomar partido. Nos obliga a implicarnos aunque sea una situación irreal, arrancándonos de la apatía a la que nos ata este efecto espectador. Es fácil decir desde la seguridad y la distancia qué haríamos o no de estar en ese barco; pero he pensado mucho en la decisión final del juego y quiero creer que seguiría pegada a mis valores. Y es que, por mucho que mole Hans Landa, no pienso darle al nazi esa satisfacción.
Solo los usuarios registrados pueden comentar - Inicia sesión con tu perfil.
He leído solo la intro que no me quiero spoilear y venía a avisar, por si algún zoquete como yo no sabía: está en Steam gratis.
@humansarejodidos
Es cierto, gracias!
Los tres juegos de The Sacrifices están gratis en Steam y en Itch.io!
Jesús, menudo artículo 💝
Estupendo el texto. 👏🏼👏🏼👏🏼
A devorarlo que voy.
Estoy ávido de ver como se completa esta tríada de.. juegos-ensayo? Y jugarlos, por supuesto!
Genial iniciativa en tres actos. Mis dieses!!
(Este sí es el monográfico que no sabíamos que necesitábamos)
Maaadre.. como he tardado tanto en devorarlo y leérte! He sido incapaz de jugar sin acordarme de Hans, tremendo artículo.