Tinta de verano: regreso a Splatoon

Desde el Centro de Investigación de Cefalópodos, varias semanas antes de que se publicara el juego, el Profesor Karl Amar tenía ya muy claro cómo se iría actualizando Splatoon. El pincel, los nuevos mapas, algún que otro modo de juego… Todo parecía estar más o menos listo, pero en Nintendo preferían esperar. ¿Por qué iba a querer la gente formar equipos con sus amigos durante los dos primeros meses? Ya lo meteremos en agosto.

Pues ya volveré a jugar en agosto.

Las localizaciones añadidas tras el lanzamiento ya son mayoría; de las once que hay ahora mismo, solo cinco estaban de inicio. Era imprescindible hacer crecer ese número, pero se le sigue sacando poco partido a esa variedad por culpa de las absurdas rotaciones. Las limitaciones en ese aspecto siguen igual, con cuatro mapas disponibles en cada momento —un par en los combates amistosos y par en los competitivos— que se repiten una y otra vez hasta que pasan cuatro largas horas. Necesité cinco intentos en dos días para echar la primera partida en el precioso Campamento Arowana.

Aun con esas actualizaciones, Splatoon sigue siendo un juego más cabezota, restrictivo e incómodo de lo que debería. Por la falta de libertad para el jugador, otra vez, la inclusión de nuevos modos no es necesariamente una buena noticia; es posible que no te guste la Torre —debes subir a una plataforma con un monolito raro que avanza sola hacia su destino en la base enemiga; es bastante aburridete—, pero no tendrás otra opción para un tercio de tus partidas. Si te apetece jugar al Pez Dorado, un giro splatooniano mucho más acertado sobre el clásico capturar la bandera, tienes que estar listo a la hora que Nintendo te diga. Es tan ridículo como suena y tan fácil de solucionar como imaginamos. Si quieres agrupar a la comunidad y asegurarte de que no hay modalidades abandonadas, puedes destacar una cada día, como Destiny, ofreciendo un pequeño plus de experiencia o la posibilidad de conseguir accesorios.

El titular, en cualquier caso, es que se ha solucionado el mayor problema del juego. Ya puedes formar grupos con los amiguetes y organizar partidas privadas con los ajustes que prefieras. ¡Alabado sea el Gran Siluro!

Sobre todo por esto último, pero también por lo demás, Splatoon es hoy mejor juego de lo que era a finales de mayo. Ya lo sabíamos, nunca fue esa la pregunta que quedaba por responder. Igualmente indiscutible es que una gran parte de estos cambios han llegado demasiado tarde; el juego se publicó cojo, a nivel de contenido y de opciones. Sus responsables tenían que saberlo, pero apostaron por una forma extraña de alargar la vida del juego. Lo interesante, pues, es valorar ahora si mereció la pena. Yo solo puedo decir que no. Por culpa de las carencias forzadas y las decisiones incomprensibles abandoné el juego poco después de puntuarlo por debajo de lo que me hubiese gustado. Muchos dejamos los calamares en al congelador a la espera de que llegara esta versión 2.0, pero ahora resulta que a la mayoría de mis amigos no les apetece volver a jugar. Lo que importa de verdad es lo que diga Nintendo con los números en la mano, desde luego. Igual resulta que la mayoría de jugadores sí ha mantenido su interés por Splatoon durante todo este tiempo y pretende seguir haciéndolo. Lo dudo, viendo el altísimo porcentaje de japoneses en mis últimas partidas. Allí se han vendido 600.000 de los 2 millones de copias que llevará el juego en todo el mundo.

Y es que, a pesar de los pesares, Splatoon debe considerarse un pequeño gran éxito. Se hace querer, por su manera de refrescar un género encasillado y por devolvernos a la Nintendo de las nuevas franquicias. Las actualizaciones han servido para reivindicarlo como un gran juego, en vez de convertirlo en uno excelente, pero hay ganas de más. Cualquiera que lo haya probado, estoy convencido, o sigue jugando o piensa ya en la secuela para NX. Y los que no, están de enhorabuena: ojalá pudiera jugar hoy a Splatoon por primera vez.