Yo no bailo, quiero dejar eso muy claro. No importa cuánto me animen desde la pista o lo mucho que griten mi nombre desde el centro del escenario. No voy a hacerlo. No es lo mío. Me incomoda hasta tal punto que no soy capaz de saltar en los conciertos y mis amigos ya han aprendido que en este tema es mejor no insistir. Sin embargo, y esto es lo extraño, no siempre he sido tan tajante en este asunto. Cuando era pequeña e iba a primaria, disfrutaba inventado coreografías en los recreos y uno de mis momentos favoritos del año era preparar y ejecutar el baile de fin de curso. Pero en esa época aún no sabía que siempre siempre debía agacharme con cuidado, flexionando las rodillas o que si se me movía demasiado y se me subía la falda del uniforme alguien en el patio iba a señalar que se me veían las bragas. En ese momento no me preocupaba si el pantalón me «marcaba las mollas» o si debía usar sujetador cuando jugaba al balonmano para que no me botaran las tetas. Lo aprendí muy pronto, sin embargo, y es todo eso lo que me impide moverme con libertad, divertirme y dejar de pensar en cómo se ve mi cuerpo o qué partes parecen incontrolables. Cuando era pequeña podía completar cualquier coreografía, ahora estoy oxidada. No bailo porque no quiero pero tampoco puedo. Mis piernas y mis brazos se han olvidado de cómo seguir el ritmo, y la música, simplemente, no me afecta ya.
Me compré Just Dance 2019 porque estaba de oferta. Necesitaba que fuera barato y por eso mismo no me importaba si era antiguo o si el catálogo de canciones estaba desactualizado. Mi única intención era hacer deporte, moverme torpemente de un lado a otro y utilizar las coreografías como tristes sustitutas de una clase de aerobic. Y, por supuesto, planeaba hacer todo esto en privado, nada de esas sesiones de fiesta con amigos con los que el juego normalmente se publicita. Hasta hace dos meses mi relación con la saga Just Dance había sido mínima. Me parecía un juego para esas adolescentes (mucho más listas que yo) que imitan en la calle a sus idols y compiten en los salones y eventos por ser el grupo más destacado en el enorme escenario montado por Ubisoft. Secretamente esperaba que mi experimento con el juego fuera un fracaso, la sorpresa vino cuando no puedo ser mejor. Just Dance es tan generoso en su diseño que no solo conecta con los apasionados de la danza; también consigue que los que no bailamos nunca nos sintamos como estrellas.
En Open Book, el libro autobiográfico de Jessica Simpson, la cantante y actriz noventera dedica un capítulo a las pocas semanas que pasó estudiando en la escuela de interpretación de Chuck Norris en Texas. La adolescente —en ese momento tenía 13 años— estaba en medio de un casting para convertirse en una las presentadoras del Club Disney y los ejecutivos, tras las primeras fases, le habían comentado la necesidad de trabajar su naturalidad ante la cámara. «¿Quién es el mejor actor en este momento?», cuenta Simpson que le preguntó Chuck Norris al final de su segundo día en la escuela, «es Denzel Washington ¿Sabes por qué? Porque no mueve las cejas. Ese es único consejo que necesitas», le aclaró el actor/profesor mientras le ponía un grueso trozo de cinta adhesiva sobre los ojos. Simpson no llegó a superar el último casting en Disney. Una chica con un perfil similar al suyo, sureña, rubia, dulce y con ojos marrones, llamada Britney Spears, acabó por quitarle un puesto que ya le habían prometido. Conforme iba avanzando en su carrera, Simpson se fue armando de consejos que, de la misma forma que le abrían puertas, coartaban su expresividad. Tras aprender a mantener las cejas inmóviles, la cantante tuvo que estudiar cómo sonreír moviendo solo el labio de arriba y manteniendo la cara estática, tuvo que acostumbrarse a mantenerse en el escenario proyectando el pecho y apretando los cuádriceps y a colocarse siempre de manera que su abdomen, encuadrado por cortísimos tops y daisy ducks muy bajos, no tuviera ningún pliegue. Cantar y bailar para ella ya no era algo divertido, era un duro trabajo que requería de horas de preparación. Y para dominarlo era imprescindible estar plenamente consciente. Entrenar ante un espejo hasta que el reflejo mostrara la perfección.
Algunas de mis canciones favoritas en Just Dance son Make Me Feel de Janelle Monae, Break Free de Ariana Grande y Ça plane pour moi de Plastic Bertrand porque resultan la mezcla perfecta entre baile y show, entre seriedad y espectáculo. Una de las cosas que más he llegado a valorar durante estas semanas jugando es cómo el juego te invita a hacer el tonto, a desinhibirte por medio de poses ridículas o movimientos extraños hasta que pierdes la rigidez y comienzas a relajar brazos y piernas. En canciones como I’m Still Standing o A Little Party Never Killed Nobody, el juego nos invita a interpretar. No solo quiere que nos movamos sino que mantengamos cierta actitud chulesca, obligándonos por medio de «movimientos dorados» (dan el doble de puntos) a fingir que tenemos un bastón o que superamos varias adversidades. A través de sus personajes, Just Dance consigue que veas la diversión en lo ridículo, el poder que existe en el hecho de mover tu cuerpo para ti mismo y no para los demás. Y en este sentido, hay que destacar Miłość w Zakopanem.
Nunca antes había escuchado el título. En realidad ni siquiera estoy segura de cómo se pronuncia. Miłość w Zakopanem es el single de un artista llamado Sławomir, un bigotudo croata del que nunca había oído hablar a pesar de que en las últimas semanas es el artista que más suena en mi casa. Según YouTube, Miłość w Zakopanem es una canción humorística lanzada en 2017 dentro del género disco polo y el vídeo oficial es una actuación en directo en donde una versión joven de Santiago Segura lo dá todo en el escenario junto a su banda. No sé de qué trata esta canción pero sé qué siento al bailarla. La versión de Just Dance de Miłość w Zakopanem presenta a un bailarín disfrazado como un superhéroe tróspido que intenta mantener la paz entre el partido de los perros y los gato. Esta ficción se mantiene en el baile gracias a movimientos que paran los ataques entre los bandos o que celebran, usando el ballet, un nuevo momento de paz. La canción de Sławomir me da permiso para hacer el tonto, para reexaminar lo que consideraba ridículo bajo un nuevo prisma. Tras unos días bailando en solitario la canción, riéndome en las partes en las que tengo que saltar de lado a lado como una niña hiperactiva, llamé a mi familia para que viera la coreografía. A diferencia de otras veces no me sentí expuesta. Quería que me vieran disfrutar. Quería enseñarles que había dejado de lado la autoconsciencia y estaba, en definitiva, bailando.
Cuando digo que no bailo suelo encontrar mayor aceptación entre los hombres. Muchos de ellos tampoco bailan o han interiorizado que lo mejor que pueden hacer es mover los hombros al ritmo manteniendo una copa en la mano. Desde que son pequeños, la homofobia y la plumofobia en la sociedad les obliga a esconder sus gustos y a controlar sus gestos. En el patio pueden jugar al baloncesto o al fútbol, sentarse a leer o correr con otros niños pero nunca, jamás, pueden bailar. Buena parte de los hombres nunca ha tenido la posibilidad de disfrutar del baile en la infancia porque están demasiado ocupados aprendiendo a no mover demasiado las manos y no dejarse llevar. Hace dos años un vídeo de Tom Holland bailando Umbrella se viralizaba. En él, el actor y bailarín profesional no adaptaba los movimientos de Rihanna sino que los abrazaba y el resultado no era ridículo, era genial, todo un ejemplo del poder de la danza que permitía lecturas tanto a nivel político como social. Tom Holland inició una pequeña revolución, una chispa. Nos recordó lo poderoso que puede ser movernos libremente, una idea que otros ensayistas y escritores como Rebecca Solnit o Haruki Murakami han explorado extensamente a lo largo de su obra.
Ahora sí bailo. Bailo un poco y normalmente lo hago en privado. Cuando inicio Just Dance no solo estoy haciendo ejercicio, no solo intento pasarlo bien, sino que también lucho contra los complejos y la hipervigilancia, contra la idea de que unos cuerpos son mejores que otros y que hay actividades que deberían estar reservadas para quien pueda hacerlas bien. Para mí el juego de Ubisoft es importante. Es un título con lecturas de género y sociales. Porque empezar a movernos, especialmente cuando no creemos que podemos hacerlo, puede ser un paso hacia nuestra libertad.
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Muy buen texto, Marta. Mi más sincera enhorabuena.
Por artículos como éste me encanta leer a Marta, sabe cómo darte tu dosis de videojuegos y de realidad para que salgas de aquí siendo mejor persona.
Felicidades
Vaya fantasía despreocupada el baile del amigo Miłość w Zakopanem (copy/paste)
A mi siempre me ha pasado que, como mido dos metros y veo a todo el mundo, pienso que todo el mundo me ve a mi, por pura visibilidad por encima de la línea de flotación, bailando o botando o lo que sea que haga, y me da mucha fatiga. Así que ni en los conciertos. Ojalá poder perderme entre el gentío alguna vez.
La expresión corporal hay que trabajarla, y se nos educa muy poco con este tema. Bravo.
Muy buen artículo.
Para otros que carecemos de sentido del ritmo, y se han mofado toda la vida de ello, está bien poder liberarse de ello, y bailar sin complejos, a mi aire, y disfrutar, ya lo haga bien o mal.
P.D: Yo estoy enganchado a las canciones más horteras y de boyband de los 90.
Yo será por las amistades que he tenido que nos ha dado igual hacer el monger hasta el punto de ir arrastrándonos por los centros comerciales.
Nunca me he sentido a gusto con mi cuerpo pero a la hora de salir de fiesta perreo hasta el suelo, y quien dice perrear también dice imitar a Ron Swanson y escenas de películas en salas en las que no encaja. Mientras tampoco estés empujando a gente que no conoces en realidad nadie se va a fijar en ti. En un concierto la gente está pendiente del concierto y en una discoteca la gente está pendiente de la gente con la que va, a excepción de los babosos.
https://giphy.com/gifs/30ogPwml4Am2I/html5
Qué buen texto, Marta, estás que te sales.
Me ha hecho gracia que Chuck Norris tenga una escuela de interpretación. Es como si Charlie Sheen abre una escuela para alcohólicos anónimos.
Qué texto más estupendo y qué fácil es sentirse reflejado en él.
Quién iba a decir que Just Dance y Ring Fit iban a ser tan reivindicados, por unas razones o por otras, en 2020.
Me ha encantado el texto.
Nada sabía de los Just Dance aparte del celebérrimo vídeo de Javier Moya en un E3. Mi pareja y yo lo compramos con la excusa de hacer algo de ejercicio en casa durante la cuarentena. El «gamer» en mí se quedó algo sorprendido al descubrir que el título del juego tenía todo el sentido del mundo: tan solo baila. Antes de jugarlo sentía curiosidad por saber de qué modo podían puntuar los bailes, cómo funcionarían los sensores de la Swtich, etc. Tardé poco en darme cuenta de que eso no importaba nada. Se trata tan solo de bailar. Y el maldito/bendito consigue que lo hagas de un modo muy natural, olvidándote de si en realidad está recogiendo tu ritmo o movimientos, porque lo que importa es que tú en ese momento eres Ariana Grande o Nas en el escenario de los MTV Awards. Vaya que si lo eres.
100% identificado con el texto.
Yo soy de los que siempre había mirado muy por encima del hombro a la saga Just Dance, ya no solo por su idea sino como juego en si. Me parecía un juego fácil de sacar cuyo único mérito era coger canciones de moda.
Terminé pillando el 2020 en las ofertas y vaya forma de cerrarme la boca, en mi caso lo hice con la excusa de que jugara mi sobrina durante la cuarentena y descargara energía, pero secretamente quería que me gustara a mi también, ahora juego yo más que ella.
En efecto la sociedad por desgracia nos impone unos roles y también nos machaca con la idea de que sino eres especialmente bueno en algo mejor no lo hagas y menos en público, yo antes de jugar a Just Dance juro que no recuerdo la última vez que bailé.
Ahora me paso el día escuchando canciones de moda y música pop.
Muy buen artículo.
[YouTube]https://youtu.be/9wPjoUwaWKI[/YouTube]
Qué buen texto, ¡gracias por publicarlo!
Buen artículo. Que gusto da leer sobre videojuegos desde perspectivas alejadas del análisis. Más de esto, por favor.
El texto es buenísimo y trata problemáticas que tenemos con el baile. También se podría mirar como culturalmente tenemos muy apartado el baile.
Por otra banda, a mi que me gusta bailar y videojugar, encuentro que Just Dance es muy poco juego y muy video de youtube y me molesta. Hay algunas coreografías complicadas en las que el juego te da 0 pistas o herramientas para que las aprendas. Desbloqueé la coreografía difícil de Bang Bang Bang y al probarla estaba tan perdido que la única manera de que saliera era mirarla varias veces en video y para hacer eso casi me sale a cuenta mirar cualquier coreo de youtube que me llame más la atención.
Y creo que la base y toda la diversión de Just Dance viene de lo que dice Marta, que como no solemos bailar pillamos esto como el momento para nosotros y para soltarnos. Pero si quitamos esta capa, y siendo vinagre, está Ubi sacando una entrega anual (y una suscripción mensual) a base de grabar 30 videos y pagar sendas licencias de canciones sin aportar nada al juego, como un fifa de mover el esqueleto.
Me pasa lo mismo, sólo bailo en privado por la mala coordinación
@bababu
Parade es medicina para el alma.
Qué bueno el texto. 🙂
sumarme a las feliciitaciones por el texto!! maravellous!
Maravilloso texto. Se nota a medida que se lee lo terapéutico y liberador que ha sido el juego para ti, Marta.
Me ha encantado tu texto, Marta.
Por suerte, nunca he tenido esa sensación de ridículo por bailar, y no soy, ni de lejos, un buen bailarín; simplemente me divierto y me expreso de esa forma en determinados contextos. El baile es un modo de expresión al que, como profesor de EF, me gusta dar protagonismo en los contenidos y siempre planteo concursos de baile latino, clásico, funky o regionales. Considero que aporta mucho en elementos actitudinales como la confianza en sí mismo, a parte de en lo ya conocido como el desarrollo de la coordinación y el equilibrio.
Por otro lado, no conozco al amigo Sławomir, pero he estado lo suficiente en Polonia para identificar esa grafía. Por supuesto, el género disco polo es de una gran popularidad en Polonia (se le podría asemejar, en cuanto a popularidad, a lo que es el reggaeton aquí en España), y Miłość w Zakopanem se traduce como Amor en Zakopanem, una ciudad cercana a Cracovia.
PD: la letra ł se suele confundir con una L pero no se pronuncia igual; vendría a ser fonéticamente algo así como una W (Miłość = Miwość, para que nos entendamos).
A mi me encanta bailar, pero solo cuando llevo un par o tres de cervezas. No necesito ir borrachísimo, pero sí necesito ese puntillo que hace que mis caderas se desbloqueen, igual que lo necesito para afilar mis sentidos para jugar al billar.
PD: No soy alcohólico xD
Que ganitas de bailar me han entrado. <3 Gracias, Marta.
Me ha encantado el texto Marta.
Aunque que pena sentirme identificado con lo de la hipervigilancia :(.
Me ha gustado mucho tu texto Marta.
Yo soy de los que no bailan, pero me meneo un poco para pasar desapercibido y que no me digan que baile.
Me bajé la demo para hacer el tonto con mi novia y me lo voy a acabar pillando por este texto 🙂
Excelente texto. Yo tengo el just dance 2018 y estoy tan encantado con él que al principio de la cuarentena me pillé el unlimited. Unas semanas después y viendo que no iba a poder volver a jugar al fútbol en un tiempo (aunque de trabajar en la oficina no he parado mas que dos semanas así que el encierro no es tan grave) decidí pillarme el ring fit, por ello tengo algo abandonado el just, pero leer este texto me ha devuelto las ganas. A ver si doy a basto con todo, menos mal que tengo el animal crossing para relajarme.
Ahora que quitaron Safaera de Spotify, nadie baila. Espero, al menos, que mamen culos.
Que bien le ha sentado a Anait que pases a jornada completa! Gran texto!
Con mis primas, tenemos una máxima: Bailar todo como si fueras el protagonista del videoclip. ya estés en la disco movil o en la orquesta. Y joder, qué bien sienta.
Solo puedo decir: Gracias Marta.
Yo soy de esa gente que ve con envidia todas la coreografías de los videoclips o conciertos odiándome por la vergüenza extrema que me da dar dos pasos. Con eso en mente daba por echo que Just Dance no era para mí: Suponía que el juego te penalizaría por no saber bailar, como el el Guitar Hero cuando fallabas una nota y se cortaba la música medio segundo. Creía que era para las niños como mi prima de 15 años que se pasan el día haciendo coreografías con sus amigas.
Pero gracias a tu articulo me he decidido por bajarla demo de Just Dance 2020 y, aunque solo hayan 2 canciones, me lo he pasado tan bien que seguramente caiga en las próximas semanas.
Me gustaría creer ( en realidad, NECESITO creer) que parte de lo que cuenta Marta aquí es algo generacional. Pensar que gracias a cosas como «O.T» o, especialmente, ‘Fama a bailar’ la cosa ha cambiado, que esa risión al ver alguien bailar, especialmente alguien sin un cuerpo normativo o alguien que parece adoptar dinámicas ajenas a su género, son las mínimas. Que en algún punto la pesadilla «talent show» a aportado algo bueno a la sociedad. Ojalá.
Yo soy viejuno o soy de la generación de no ser capaz de mover un pie al ritmo de la música. Por falta de ritmo, pero sobretodo, por hiperverguenza (el tipo de vergüenza y pánico social que te bloquea las cervicales y, a la mínima, te da mareos jodidos). Vamos, mi animal espiritual es el Panda del Just Dance que salía en el E3. Pero no la versión cuqui y limpia, no. La versión poli-toxicómano que salió un año, donde el panda parecía bailar en plan «darme argo, que llevo todo el puto año encerrado ahí detrás y necesito algo que comer o meterme en la vena».
p.d: Quizás el baile sea de los pocos eventos sociales que entiendo acudir drogado. Quicir, si por algún motivo entiendo el uso de drogas, es precisamente por el desinhibirse. Que seguramente si me chutase lo mismo que se mete la gente que va al SONAR, también sería capaz de bailar como ellos. No sé, igual antes que caer en las drogas es mejor intentar lo Just Dance.
p.d2: Escuchar a Miłość w Zakopanem me ha recordado a Säkert! y su «Dansa, fastän», aunque geográficamente están bastante distantes 🙂 Pero «Dansa, fastän» es de la pocas canciones con las que me atrevo a bailar a lo loco en casa. Bailar haciendo el burro y poniendo en peligro gran parte de la integridad de la casa y mi propia integridad. Pero bailar al fin y al cabo. https://www.youtube.com/watch?v=dprIJ2I4q_A
Gran texto y ya que estamos con la sinceridad a la orden del día en los comentarios; yo soy de esos que dicen que no bailan y al cabo de una hora, y cervezas de por medio, terminan dejándose las rodillas en la miseria de tanto moverse.
Enhorabuena @martatrivi, me ha encantado el texto!
PD: por unirme al jolgorio, yo soy de los que bailan horas seguidas, caiga quien caiga, ya sea desencajarse con el bueb funk o tirar millas a base de techno durante horaa
Yo soy de los que no bailan por miedo al juicio social, no sabes cómo me ha gustado este texto. Qué grande eres, Marta. Y Tom Holland también.
@martatrivi, genial texto. Creo que refleja la experiencia de mucha gente. Puede interesar:
https://www.youtube.com/watch?v=H2fVjXoYmxM
Muy guay el artículo. Como persona que hace años era incapaz de menear el bullarengue si no corría alcohol por sus venas y el ambiente acompañaba un poco, me he sentido bastante representado.
Por suerte hace tiempo algo cambio en mi cerebro y ahora tengo cero problemas en bailar -mal- sin morirme de vergüenza (la mayoría de los que miran preguntándose cómo puedes ser así de inútil y payaso están anclados al suelo…).