Avance de 1-2-Switch

Hay algunos juegos que exigen un nivel de compromiso imposible de alcanzar en un pase de prensa. No me refiero al compromiso con un personaje y sus atributos, por ejemplo, o con la exploración meticulosa del escenario, impensable en una partida vigilada y contrarreloj. Me refiero a algo más esencial: al disfrute primario, primitivo, primordial, el que surge de observar con inocencia y honestidad a un amigo haciendo el tonto, poniendo voces, bailando de manera ridícula, dentro de un espacio seguro propiciado por la confianza y el cariño. En fin: quedas para jugar a las películas y todos se ríen, hasta los que pierden. Es una risa de esas que no tienen por qué tener un sentido narrativo: no es una pieza en un engranaje mayor, sino que solo se entiende por separado, aislada de cualquier utilidad o sentido mayor que se le quiera asignar. Esa risa no existe en un pase de prensa: ahí tenemos que ser profesionales. Hemos venido a jugar, pero no hemos venido a jugar. No sé si me explico.

1-2-Switch es el tipo de juego imposible de interpretar en un pase de prensa. Leo a Dayo en Mundogamers: «Hay un minijuego que consiste en ordeñar una vaca y, mientras estrujas aquella ubre invisible, el propio juego te habla: “¡Fíjate en tu mano!”. Lo hago. Qué estoy haciendo con mi vida, meneando esta pieza de plástico arriba y abajo mientras mis compañeros de profesión me miran. Otra actividad, un duelo de esgrima: “¡Mira a tu rival a los ojos!”. Sé testigo de su absoluta torpeza, pero también consciente de que tú seguramente seas peor. ¿Por qué te está mirando tan fijamente? ¿Estarás siendo cómico o patético? ¿Cómo demonios se juega a esto?» La comicidad o el patetismo de darle al manubrio con ganas hasta que un chorrazo de líquido blanco sale disparado hacia el cielo, por mencionar cuanto antes el ejemplo más ridículo que nos ha regalado hasta el momento 1-2-Switch, son irrelevantes cuando se juega en un contexto apropiado. En otros, el contexto apropiado lo da una tele buena, las luces apagadas y unos buenos cascos; aquí no.

Soy sincero: 1-2-Switch me parece una idea genial y un primer lanzamiento (Zelda es un port de Wii U, al fin y al cabo) terriblemente valiente para una nueva consola, aunque supongo que no jugaré más de un par de veces. En pantalla hay un tablero virtual por el que dos fichas, que representan a cada uno de los equipos (en principio, la dinámica de pasarse el JoyCon puede funcionar para grupos de tres, seis, diez, veinte o cien personas; no es el juego el que lleva la cuenta de quién juega, sino los jugadores), avanzan mediante una tirada de dados; como otros del estilo, 1-2-Switch es, en el fondo, un juego de mesa. El objetivo es llegar a la meta antes que el equipo contrario. Cada tirada de dados desemboca en un minijuego, el que toque en función de la casilla; cada uno es más o menos de su padre y de su madre, pero todos tienen en común una cosa: el llamamiento a hacer el paripé.

Algunos dependen más de la televisión que otros. En uno, por ejemplo, hay que desenredar, girando el JoyCon, una cadena que mantiene cerrado un cofre, y en otro hay que abrir una caja fuerte. Aquí la pantalla funciona como refuerzo para la tecnología de los mandos; los giroscopios y los sensores y la famosa vibración HD. En los más peculiares no hay que mirar nada más que a nuestros amigos: el de los vaqueros, el de la gaseosa o el de imitar bailes. En el minijuego del air guitar, la clave está en hacer el idiota de espaldas a la tele, animando a un público mitad imaginario y mitad real. Todos tienen algo de performance y algo de demostración tecnológica; el que más me ha impactado hasta el momento va de adivinar cuántas bolitas hay en una caja de madera, moviendo el JoyCon para que las bolitas se muevan dentro. La vibración HD imita de una forma muy convincente la sensación de que realmente hay algo dentro del mando; es el minijuego que mejor consigue poner la imaginación en marcha, cuando uno piensa en cómo se podrían aplicar trucos de este tipo a juegos de verdad. En todos los minijuegos hay ganadores y perdedores, pero el tono es suficientemente amable como para que no sea una experiencia competitiva: si nos lo pasamos bien, todos ganamos, como se suele decir.

Entiendo que la idea es propiciar un tipo de juego diferente, social y atractivo para la gente que no suele tener interés por las consolas. Poniéndolo en contexto dentro del catálogo de lanzamiento de Switch, 1-2-Switch parece un juego diseñado para interesar al tipo de gente a la que no le interesa Zelda; la que llega de rebote a la consola, la que se compró Wii por el fitness y los bolos. Para mí, 1-2-Switch pone a prueba muchas de las convenciones en las que se basa mi trabajo: los gráficos, el sonido FX, la jugabilidad; me resulta estimulante que un videojuego no me anime a mirar una recreación en 3D de alguna ciudad famosa o de un mundo de fantasía sino la cara de mi amigo Pepito (working title) mientras ordeña una ubre invisible o lanza espadazos al aire sin saber muy bien qué está haciendo. Esa otra gente que quizá vaya un día a casa de alguien y pase un buen rato entre risas y aspavientos, de espaldas a la tele, en vez de mirando a la pantalla embobado y en silencio («se te va a quedar la cabeza cuadrada de tanto marcianito», etc.); esa gente, decía, quizá se pueda ver disuadida por la caja de su Wii, ese ataúd que coge polvo en el armario. Una de cal y otra de arena. Hay quien verá otra apuesta por un caballo que fue ganador en el pasado; otro verá la misma piedra que hace una década, lista para que Nintendo tropiece en ella por segunda vez. De momento todos tienen razón.