Destiny no necesita convencer para gustar

Se han juntado el hambre con las ganas de comer. A Bungie le gustan los misterios más que a un tonto un lápiz —llevan muchos años jugando a lanzar secretos y acertijos, se les da bien— y Activision no suele tener la necesidad de explicar sus proyectos. Con Destiny ha habido presentaciones decepcionantes, entrevistas sin respuestas y veintitrés vídeos casi idénticos, que contaban las cuatro cosas de siempre y mostraban la misma localización: el Cosmódromo del futuro en lo que ahora es Rusia.

Esa era una de las zonas a explorar en la Alfa del juego, claro. Y ahí, disparando entre los restos de las instalaciones soviéticas, me acordé del amigo Dimitri; como él, Destiny se pone a bailar cuando no sabe o no quiere resolver algunas dudas.

Hay que darle hacia abajo en la cruceta para hacer la danza del robot. La coreografía es distinta para cada una de las tres razas a elegir, pero eso es lo que me toca como Exo. Me lo pensé poco al optar por un androide y todavía menos al escoger clase; el Titán se parece demasiado al Jefe Maestro y al Cazador lo vi demasiado esmirriado como para ponerse a salvar galaxias. Por su túnica vacilona y por su aparente versatilidad —cuando posa, en el editor de personajes, tiene un rifle en una mano y una bola de energía en la otra—, el Hechicero se ve más propio de Destiny, más característico del nuevo universo de Bungie.

En los descansos para ir de tiendas y durante los momentos de acción, Destiny es un juego agradable, uno que apetece. No es una maravilla a nivel gráfico, por tener un pie en la anterior generación de consolas, pero visualmente es limpio, impecable; los paisajes de postal, pero también los menús atractivos con un cursor que parece flotar, ayudan a entender cómo pretender cumplir los desarrolladores esa intención de crear «un mundo en el que los jugadores quieran estar». A pesar, insisto, de no saber todavía demasiado poco sobre su estructura y su diseño. La misión que sirve de tutorial, la única marcada como parte de la historia, es demasiado corta. La de exploración, con infinidad de balizas que activan objetivos extremadamente simples y rápidos —matar a ese grupo de enemigos, recoger diez piezas de no sé qué—, plantean dudas sobre lo aleatorio de cada partida y su variedad real. Ni idea de cómo funcionan los encuentros con otros equipos de jugadores o de por qué debería gustarme más eso que jugar con cinco amigos en lugar de con dos. Tampoco tengo claro si los tirones puntuales son cosa del motor gráfico o de la conexión a Internet.

Lo que más me ha sorprendido del juego es la facilidad con la que esquiva todas estas preguntas. O las deja para luego —y con eso ya te tiene enganchado— o acaba logrando que dejes de hacértelas. No es un truco que suela funcionar conmigo y por eso, en cierto modo, lo acabé agradeciendo: había estado sobreanalizando algo cuando no tocaba en lugar de disfrutar lo que sí entendía. Me di cuenta tarde, para variar, con los servidores de la alfa ya apagados. Intentaré no cometer el mismo error con la beta.