Avance de Alan Wake

Ayer me prometí a mí mismo que, si me tocaba ir a probar Alan Wake para AnaitGames, no iba a dejarme llevar por el entusiasmo, que iba a hacer un avance máximamente profesional, que reflejaría mis impresiones con esa fría distancia del desapasionamiento periodístico que tanto le gusta a los redactores de El Mundo. Presentaría el juego ponderadamente, con un pulso ecuánime y adjetivos cuidadosamente seleccionados para dejar traslucir simpatía, aprobación o disfrute, pero no entusiasmo o lujuria desenfrenada. Pero eso fue ayer y esto es Anait, lo que significa fumar puros, decir tacos y sucumbir a los instintos más bajos. Así que dejad que encienda mi Cohíba Behike mientras os digo desde ya que este juego es muy jodidamente bueno. Si acabáis de enteraros de que existe una cosa llamada “videojuegos” y no sabéis de qué va Alan Wake, os lo resumo: Wake es un escritor de novelas de miedo (como Stephen King) que está un poco zumbado (como Stephen King), que vive a base de puro café (como Xavi) y al que mucha gente quiere matar (como Stephen King). Descubrir porqué los otrora pacíficos habitantes de Bright Falls le quieren matar y el motivo de la manía que tienen por secuestrarle a la mujer es el argumento del juego. En mi ignorancia apuesto a que es porque Alice hace las mejores imitaciones jamás vistas de Eugenio; pero quién sabe, igual a los de Remedy se les ha ocurrido algo mejor. A falta de confirmación, me quedo con mi hipótesis. Una cabreada masa de aldeanos poseídos y noctámbulos se interpone entre Wake y sus ansiados chistes de “¿saben aquél que diu…?” y hay que cargárselos. No os penséis que, por ser escritor, Alan es un moñas: resulta que pega tiros como todo un malnacido. Sólo tenemos que hacer vulnerables a los enemigos apuntándoles con una linterna y luego ya es cuestión de coserlos a balazos, a escopetazos, a bengalazos o lo que sea, allá cada cual con su conciencia. Los tiroteos son a toda velocidad, los puñeteros pueblerinos salen de todas partes en los bosques o en el pueblo y tienen buen aguante. Eso sí, los que pude ver van a por ti como si no hubiera un mañana, porque cubrirse es para cobardes y gente sin poseer. Son muy maleducados y lo mismo te pegan que te tiran cosas, así que hay que andarse con ojo. No todo va a ser matar gente, así que también hay fases diurnas en las que resolver nuestros encuentros pacíficamente. No he podido jugar ni ver (apenas de pasada) ninguna de estas fases, pero supongo que se centrarán en el día a día de un escritor: levantarse tarde, beber, insultar a la gente que pasa por el descansillo, fumar y toser, hacer barquitos de papel con las facturas y esas cosas. De día se aprecian menos los espectaculares juegos de luces nocturnos de los bosques de Bright Falls, pero lucen mejor los escenarios urbanos. Cuando digo “lucen mejor” quiero decir que gráficamente el juego no es la segunda venida de cristo en patinete, pero casi. No sólo porque los gráficos sean buenos, sino porque está mimado hasta la extenuación en el diseño, en la dirección artística (tan deudora de Twin Peaks y Expediente X), y en la logradísima carga cinematográfica, dramática y narrativa de los enfrentamientos y del desarrollo de las escenas. Visto lo visto, y convirtiendo este párrafo en una colección de clichés y de tópicos, se puede decir que Alan Wake no es un survival horror, ni una aventura gráfica, ni un shooter en tercera persona, sino que quiere ser una equilibrada mezcla de todo eso: depende mucho menos de los sustos puntuales que de la eficiente ambientación y el suspense de las situaciones; presenta unos personajes y una historia interesante y —parece— bien contada; tiene unas dosis de acción y de sanguinariamiento equilibradas y divertidas. Además, para que aquellos que como yo mismo sufren de déficit de atención y no se les puede pedir que sigan algo más largo que un chiste de Eugenio, Remedy ha segmentado el juego en veintiún capítulos que funcionan como una temporada de una serie de TV; se trata de conseguir que la intensidad del juego no decaiga y que estemos todo el rato con el culo al borde de la silla. Al juego, de primeras, sólo le veo la pega —espantosa, eso sí— de que hay que jugarlo doblado y ya se sabe lo que pasa con estas cosas; por lo demás, parece el equivalente videojueguil de una hamburguesa del Alfredo’s: suculento, seductor y con altas probabilidades de causar un infarto a corto plazo. No os puedo asegurar categóricamente que esto vaya a ser así porque (lamentablemente) no he jugado lo suficiente, pero sólo os digo una cosa: para expresar cuánto me ha gustado lo que he visto hoy sería necesaria una expresión tan profunda y alarmantemente blasfema que me condenaría al Infierno para toda la eternidad por escribirla y a vosotros os excomulgarían sólo por haberla leído.