Avance de Animal Crossing: Happy Home Designer

Una de las cosas más divertidas de los Animal Crossing es, por raro que suene, someterse a las peticiones y deseos de nuestros vecinos para ahorrar el dinero suficiente y, con un poco de suerte y dedicación, ir montándonos una casa a nuestra medida. Ese es uno de los muchos objetivos que los jugadores de Animal Crossing, durante semanas, meses, años, nos imponemos a nosotros mismos. Sin recompensa, o con la mayor recompensa posible: cada partida a Animal Crossing es un pequeño oasis autoconclusivo que siempre ofrece un momento de alegría, un poco de paz, una pildorita de felicidad a través de su mundo colorista y sus personajes encantadores.

Animal Crossing: Happy Home Designer es un spin-off del life sim que se centra precisamente en la decoración de interiores; aquí no somos el tipo nuevo que llega al nuevo pueblo, sino el nuevo empleado de la inmobiliaria de Tom Nook, magnate de la construcción, empresario de acento marbellí, más aficionado al golf que a su trabajo.

Mis primeras horas en la Inmobiliaria Nook fueron las esperables: conozco a mis compañeros, me pongo el uniforme y recibo mi formación. Más prácticos que teóricos, los animales de la inmobiliaria prefieren que aprenda mi oficio ejerciéndolo, como se ha hecho toda la vida. Dispuesto a demostrarles a esas alimañas encantadoras que soy tan válido como el que más, acompaño a Nuria (no lo tengo claro, pero creo que es una nutria) a la nueva casa de un cliente, que quiere que se la decoremos en un estilo afín al suyo: le gustan las «cosas monas» y ya ha llevado unas cuantas cajas con objetos de color rosa para que los dispongamos a nuestro gusto por el pequeño cubículo que será su nuevo hogar.

Jugué dos horas a Happy Home Designer y decoré cuatro casas.

La primera es la de las cosas monas, como iba diciendo. Me pasé un buen rato disponiendo todos los muebles que consideraba oportunos; esa primera casa funciona como tutorial, por lo que no hay demasiados artículos disponibles. No perdí mucho tiempo eligiendo mobiliario; en vez de eso, dediqué un buen rato a pensar cómo encajar en un espacio tan pequeño todo lo que necesita un animal antropomorfo para su vida: un espacio en el que, a través de sus objetos de ocio, verse identificado y expresar su personalidad, pero también un lugar en el que cocinar, uno en el que comer, otro en el que descansar, y, claro, uno en el que hacer sus necesidades. Es literalmente imposible, al menos al principio de Happy Home Designer, acomodar todo lo que uno colocaría en una casa propia.

Sin embargo, me esfuerzo para diseñar una casa apropiada para lo que creo que será la persona que habitará en ella: por las sugerencias de mobiliario que me da Nuria (que está vigilando desde la puerta para evaluar mi capacidad como diseñador de interiores), intuyo que es una persona hogareña. A mí me gusta cocinar en mi tiempo libre, así que pongo una cocina; un par de fuegos ocupan ya mucho espacio. Es agobiante. Lo coloco y recoloco todo para que la disposición de cada mueble tenga un sentido en el uso diario; que la luz natural sea la apropiada y que tenga alguna fuente de luz eléctrica cuando sea de noche. No hay cuarto de baño, pero espero que el propietario sea un animal que pueda hacer sus necesidades en la calle; yo qué sé.

Le pido mi evaluación a Nuria. Giro de guión: la propietaria es ella misma, y la casa le encanta. He pasado la prueba con creces. Ya soy un happy home designer de la Inmobiliaria Nook.

La figura de Tom Nook siempre ha sido interesante en los Animal Crossing. Es el empresario capitalista del pueblo; el tipo una vez sensible al que la búsqueda de riqueza laboral convirtió en un monstruo. A Tom Nook se le conoce por ser nuestro arrendador en los juegos principales de la serie; aquí, en Happy Home Designer, se nos pinta como un personaje más preocupado por sus partidos de golf que por su negocio, quizá porque el monopolio es tan estable que no ve motivos por los que preocuparse personalmente. No duda en dejarnos a cargo de tareas que se escapan de nuestro puesto (literalmente habla de «endosarnos el marrón») para irse a echar unos hoyos.

Quizá es la influencia de Tom Nook y su picaresca laboral lo que me llevó a descuidar mi propio trabajo. Y no pasó nada.

A las siguientes dos casas les dediqué más de una hora. La primera era la de un lector voraz; vi en él a un alma gemela y me curré su casa un montón. En la pantalla inferior tenemos un mapa de la casa en el que aparecen reflejados, como piezas dentro de una cuadrícula, los muebles que vamos colocando; usando las pestañas podemos navegar por los catálogos para encontrar los muebles y piezas de decoración que mejor van con las necesidades e inquietudes de nuestros clientes. Es un sistema muy cómodo: todo se hace con la pantalla táctil y el stylus, y la superior queda libre para mostrarnos desde distintos ángulos cómo está quedando todo. La casa del lector la hice, de nuevo, un poco para mí: coloqué una estantería al lado de la chimenea (potencialmente letal: supongo que hay que tener cuidado), y puse una gramola en la que reproducir algunos temazos de Totakeke y una cocina, porque ya digo que me gusta cocinar, y me gusta leer: un paraíso, vamos. Le puse una cama humilde y una lámpara que parecía poder iluminar toda la casa; puse también una mesa grande y dos sillas, por si quería invitar a alguien a comer. Le encantó.

La siguiente casa era de un ciervo llamado Agreste. Se definía a sí mismo como cosmopolita; en esta ocasión tuve que ceñirme a las reglas del juego, y decorar la casa siguiendo mi intuición y fijándome en la modernidad que dejaban intuir los nombres de los muebles. Quedó un buen esperpento; le puse un papel de pared horrible pero aparentemente cosmopolita, como Agreste; puse una televisión bien grande y un sofá para que la viera con comodidad. Supuse que un ciervo cosmopolita no come nunca en casa, así que simplemente le instalé un retrete para que al menos hiciera sus deposiciones en un sitio familiar. A Agreste le gustó tanto mi decoración que decidió escribirlo en su blog. Era un tío muy cosmopolita.

En ese momento, cuando ya casi llevaba dos horas decorando casas virtuales de animales que hablan, pensé en qué estaba haciendo. ¿Por qué Animal Crossing: Happy Home Designer me animaba tanto a cuidar los detalles, cuando mi propia casa es un desastre? ¿Qué diferencia hay de poner una silla de lectura al lado de un foco de luz, si estos bichos parecen estar contentos con cualquier cosa? Es uno de los misterios del diseño perfecto de Animal Crossing: aunque sabes que no existen, de alguna forma el juego te lleva a preocuparte por esos animales con nombres humanos que te dicen frases escritas con un gusto exquisito.

En este punto del juego los encargos ya no me llegaban del cielo, sino que tenía que salir a las calles a buscar clientes. El empresario capitalista Tom Nook exige empleados flexibles y que sepan amoldarse a todo tipo de tareas para las que quizá ni siquiera estén capacitados, y el juego está diseñado de tal forma que podamos asumir estas tareas comerciales a las que nos vemos obligados. En la plaza, al lado de la inmobiliaria, encontré a Camila, que quería decorar su nueva casa; decidí llevar a cabo un experimento.

Todo fue como de costumbre: la casa vacía, sin papel de pared y con el suelo desnudo; solo unas pocas cajas en medio con algunos muebles que la propia Camila había llevado allí, porque le gustaban y querría tenerlos. El cliente siempre tiene la razón. Las anteriores tres casas me habían llevado una media hora o cuarenta minutos; con la de Camila decidí esforzarme lo mínimo posible, cumplir sus requisitos más básicos (los dos muebles que ella misma había elegido), pasarle la factura y marcharme a mi casa. Desempaqueté un sofá y una mesita y las puse en un rincón; en cuestión de segundos había terminado, y hablé con Camila, que pronto se puso a probar ella misma la casa que yo había decorado, por llamarlo de alguna manera.

«Es mucho mejor de lo que esperaba», me dijo, y me dio las gracias. La decoración le había encantado. ¿Qué demonios esperabas, Camila? ¿Qué clase de drama social esperabas para que esta demostración del mínimo esfuerzo y de la dejadez más extrema sea mejor?

Mis dos horas con Animal Crossing: Happy Home Designer fueron extrañas: si los Animal Crossing principales son simulaciones de vida pasadas por un filtro infantil y multicolor que de vez en cuando nos dejan imágenes extrañamente emocionales y oscuras, Happy Home Designer parece una versión del trabajo no menos extraña. No entendí muy bien los sistemas que había por detrás de mis horas de decoración obsesiva, y no sé exactamente qué condiciones se dan para ganar o perder en este juego; sí sé que mi avatar en el juego está muy sonriente cuando hace su trabajo, y siempre está triste cuando escribe el informe diario y se marcha a casa.

Llevo pensando en qué imagen del trabajo arroja todo esto desde que lo jugué hace unos días. Todavía no sé qué pensar. Y, como ocurre con el trabajo real, quizá no lo sepa nunca.