Avance de Assassin's Creed II

En contra de la creencia popular, las oficinas de Ubisoft no coronan —cual castillo transilvano— la cima de un monte pelado y sombrío en cuyos rincones acechan amenazantes los indómitos cartuchos de “Imagina Ser…”, sino un luminoso edificio de oficinas donde la gente se gana la vida con esto de los jueguicos. No puedo hablar por sus empleados, pero no se puede decir que a la compañía le esté yendo precisamente mal y en estos días están presentando lo que debe ser su gran lanzamiento de esta temporada: Assassin’s Creed II. En Ubi no renuncian a triunfar con el título y, como parece ser que la angelical Jade Raymond no tiene nada que ver con la campaña promocional de esta secuela, han decidido que la mejor estrategia para conseguir que el juego venda es intentar hacer un buen producto y dejarse de pamplinas. Esta política, que nos alegra y entristece al mismo tiempo y en la misma medida, se ve confirmada por el más que deslumbrante nivel de todos los valores de producción de Assassin’s Creed II, empezando por el reclutamiento de dos figuras de renombre para interpretar a dos personajes centrales: vuelve Kristen Bell (breve cual Pipino El Breve) como Lucy y contamos también con la sorprendente presencia de David Bustamante como Ezio Auditore da Firenze, el protagonista del juego. Bueno, en realidad no es Bustamante, pero por San Romualdo Litricio que se parecen como dos gotas de agua, diga lo que diga el encantador Philippe Bergeron, que tuvo a bien acompañarnos durante las tres primeras horas del juego que ha diseñado con mimo y cuidado. «Hemos intentado eliminar del juego todo lo que lo hacía repetitivo: nuestro objetivo es que ahora haya tantas cosas que hacer y tan variadas que no tengas ocasión de aburrirte. En cierta forma hemos querido que Assassin’s Creed II sea todo lo que se esperaba del primer Assassin’s Creed», dice Philippe. Habrá que ver cómo se sostienen todas las nuevas mecánicas y posibilidades durante las más de doce horas de duración que se nos prometen (en torno a las cincuenta si se suman todas las sidequests), pero lo cierto es que pintan bastante bien sobre el papel y, en gran medida, solventan la mayoría de los problemas de la primera entrega: los combates se han mejorado sensiblemente, Ezio es mucho más ágil y rápido que Altair, tenemos más armas y más variadas, más ciudades más grandes, más tipos de misiones y mayor libertad para encararlas. «Si un juego es una obra de arte, está bien; si te hace pensar o interesarte por cosas como las Cruzadas o el Renacimiento, mejor. Pero como diseñador lo que realmente me importa es que el juego sea divertido: que quieras pasártelo hasta el final, que puedas hacerlo y que disfrutes mientras lo haces. Eso es lo mejor que puede decirse de cualquier videojuego». Los primeros minutos de Assassin’s Creed II son una suerte de liberación con respecto a la primera parte: Desmond despierta en las instalaciones de Abstergo y Lucy le urge a acompañarla. Por motivos que no vamos a andar desvelando hay que salir corriendo y pateando culos. Después de no haber podido hacer prácticamente nada con Desmond en el primer Assassin’s Creed, correr, esquivar y repartir sopapos a voluntad con él es un cambio que se agradece, aunque Lucy sea tan Chuck Norris que casi no nos deje estrenarnos. Unas cuantas escenas de huida más tarde, y con la ayuda de nuevos personajes, volveremos a repanchingarnos al filo de la irrealidad en una versión 2.0 del Animus (lo que explica intraargumentalmente todas las cosas nuevas y chachis que podemos hacer), para visitar en este caso la Italia del Renacimiento en las últimas décadas del siglo XV. El juego comienza en Florencia, en donde encarnaremos al peleón Ezio Auditore, un 50 Cent del Quattrocento que disfruta de la vida gastándose la pasta familiar en furcias, alcohol y casinos. Pero no todo va a ser placer en su vida (ahora vienen unos spoilers muy gordos, así que tapaos los oídos y tararead para no escucharlos): nana nananana na nanana nana, nananana na, na nanananana nanana na nanana, na nana nanananana nana nanana, y así es como Ezio decide no derramar ni una lágrima más y no le queda otra que hacerse un asesino de pro uniendo su historia a la de Desmond, dos hombres con un mismo destino que se extiende más allá de Florencia, llegando también a la Toscana o a Venecia. A diferencia de Altair —y muy como Bustamante—, Ezio no es un Superman sino un hombre muy sencillo con el corazón blandito y que no ha sido iniciado desde pequeño en las artes del homicidio. Es por esto que tendrá que aprender sus técnicas —de hurto, asesinato, lucha y sigilo— de gentes provenientes de un extraño limo sociológico en el que conviven genios como Leonardo Da Vinci con las meretrices más barriobajeras, seguramente muy geniales también ellas en lo suyo. Para ponernos las cosas más complicadas, los guardias de las repúblicas italianas de la época son bastante más espabilados y peleones que los del Assassin’s Creed original: buscan mejor y hacen más pupa cuando te encuentran. Las mecánicas de ocultamiento, por fortuna, han mejorado más que los propios guardias y ahora podremos mimetizarnos con los grupos de viandantes de manera mucho más natural e intuitiva. En cualquier caso, si nos detectan y nos curten un poco el lomo podremos acudir a los médicos ambulantes para comprarles medicinas o para decirles “devuélveme la vida, que me la han quitado”. Los médicos son sólo uno de los varios gremios que pueblan el trasfondo popular del juego: hay también marchantes de arte, herreros y armeros, agentes de viajes, sastres… Llegados a cierto punto de nuestro periplo renacentista, incluso podremos alojarlos en nuestra propia Villa Auditore, invirtiendo nuestros ahorros en mejorar sus negocios (cosa que nos agradecerán con rebajas jugosas en sus productos), en hacer más lustrosos y visitables los lugares insignes que toda villa de bien debe tener (su iglesia, su pozo, sus minas, su cuartel, su lupanar) o en enriquecer nuestras diversas colecciones de arte, armas, armaduras u objetos esparcidos por el mundo que debemos encontrar. Esta faceta explorativa y recolectora del juego ha sido remozada con respecto a la estúpida y gratuita búsqueda del gritón de estandartes de AC: además de logros, aumentar nuestras colecciones revierte en la buena salud de nuestras arcas. Assassin’s Creed II añade una dimensión plataformera mucho más equilibrada y justificada que su predecesor, habiendo escenarios interiores en los que tendremos que alternar sigilo con escalada, salto y demás ejercicios gimnásticos para alcanzar objetivos o cofres de goloso contenido. Así que no es sólo que podamos matar de nuevas maneras (que también), sino que hay bastantes barreras jugables que se han superado esta vez. Nuestro avatar en la pantalla, además de interpretar muy fielmente las órdenes que le damos, se mueve con soltura pero siempre transmite presencia, peso e inercia, facilitando una inmersión casi instantánea. También nuestras posibilidades de movimiento se han ampliado: en parte porque los edificios de la época son bastante más altos que los de los tiempos de las Cruzadas, Ezio es un trepador y un saltador mucho más competente y encaramarse a las atalayas de Florencia es tan gratificante como entretenido. Parte de esta sensación de recompensa tiene que ver, sin duda, con el magnífico diseño artístico y visual del juego: las ciudades son realmente fabulosas y todos los escenarios tienen un aspecto inmejorable, incluso en las distancias cortas. Otra cosa son las figuras humanas, lamentablemente. Es verdad que se muestran en pantalla por decenas con una suavidad envidiable, pero cuando nos detenemos a mirarlas de cerca o aparecen en una cinemática dan un poco de grima. Incluso algunos personajes principales son el equivalente poligonal de un Casper Van Diem, acartonados y un poco mazacotes. Las tres horas en compañía de monsieur Bergeron dieron para mucho: Assassin’s Creed II parece un juego repleto de detalles y de momentos destacables que no es cuestión de andar reventándoos así por las buenas. En cualquier caso, a aquellos que disfrutasen de la primera parte, esta secuela les parecerá el mejor invento desde el pan de molde; a aquellos (entre los que me incluyo) que preferirían hacer el dulce, dulce amor con una batidora de vaso antes que ponerse otra vez a los mandos de Altair, es muy probable que, para empezar, les parezca un juego inmensamente mejor que el primero… en noviembre saldremos de dudas.