Avance de Final Fantasy XV

—¿A qué vas a jugar?
—¡A Final Fantasy XV!

«Final Fantasy XV» no es algo que suela decir en alto. El otro día, antes de ir a jugar a lo último de Square Enix, lo dije en alto. Lo dije con entusiasmo. «Final Fantasy XV»: incluso alguien que no sepa nada sobre videojuegos o sobre la serie puede notar el peso de los años, de las historias, de los personajes, de los juegos apilándose unos sobre otros y formando ese universo riquísimo, mutante y demencial, ilegible incluso para los fans más acérrimos. Cualquier definición que intente explicar en pocas palabras qué es Final Fantasy es errónea. La sinopsis no funciona con Final Fantasy: solo cabe en una enciclopedia.

Por eso funcionan tan bien los primeros minutos de Final Fantasy XV. La fórmula está clara: combate imposible, corte a vídeo y por fin el desembarco en el mundo del juego. Suena Stand By Me, la versión de Florence and the Machine; mientras tanto, los héroes de la aventura hacen frente a un reto muy distinto a la tremenda batalla que hemos visto un poco antes, o al solemne discurso con el que Regis Lucis Caelum CXIII, el rey de Lucis, despide a Noctis, su hijo, antes de que parta en busca de su prometida, acompañado por sus amigos, en medio de una guerra entre su reino y Niflheim. Hacen frente, decía, a un desafío muy distinto: el coche no quiere arrancar y tienen que empujarlo por la carretera hasta una estación de servicio.

Final Fantasy XV recuerda a Xenoblade Chronicles. Esto dice algo sobre la influencia tremenda del monolítico, pun intended, RPG de Wii, y algo sobre la asombrosa flexibilidad de Square Enix a la hora de transformar y malear los juegos principales de su serie más famosa. Hay un costumbrismo fenomenal en la llegada de Noctis y sus coleguis a Hammerhead, el primer sitio que visita el grupo: una estación de servicio en la que la mecánica Cindy nos arregla el coche y el juego aprovecha para hacer un repaso de lo básico. En Hammerhead se produce la primera toma de contacto con las batidas, el sistema de niveles, la exploración del mapa; se empieza a perfilar también la relación entre los personajes en este capítulo 0, antes de que estalle el conflicto que da el pistoletazo de salida para la aventura propiamente dicha.

En el capítulo 0 no hay ninguna aventura: es una despedida de soltero. Son cuatro amigos que van en coche a la boda de uno de ellos y tienen que parar en un sitio en medio de la nada donde el encargado de un restaurante de carretera les asigna trabajitos a cambio de dinero en efectivo. Está a una bolsa de cocaína y un cameo de Karlos Arguiñano de ser la película Airbag.

El tiempo reposado de esta toma de contacto propicia el costumbrismo del que hablaba antes. No sucede por casualidad. Hay un trabajo muy visible y muy específico en las escenas más mundanas: cuando el grupo acampa en uno de los puntos destinados a tal efecto en el mapa se aplican los puntos de experiencia que se hayan ganado hasta el momento, por lo que subir de nivel está asociado, como en algunos otros juegos de rol, a dormir y al paso de una jornada; pero también ahí vemos a Noctis y Gladiolus montando la tienda de campaña, y revisamos las imágenes que Prompto, aficionado a la fotografía, ha tomado durante el día, y elegimos qué plato queremos que cocine Ignis, el cocinitas del equipo: merece la pena resaltar la fidelidad con que están reproducidos los platos, y el primer plano en el que aparecen en pantalla. La pantalla de subida de nivel tiene de fondo al grupo comiendo algo mientras charlan y ríen, acaso recordando las cosas que han hecho y visto ese día; es una manera bastante elegante de darle una redondez y un peso especiales a la idea de que aprendemos y mejoramos gracias a la gente que nos rodea. Insisto en el mimo que hay en estas escenas: es fascinante presenciar cómo el grupo entra a la caravana que sirve de albergue en Hammerhead; cómo examinan los fuegos de la cocina, cómo buscan en los cajones para hacerse una imagen mental de dónde va cada cosa y cómo, ya de noche, toman algo fuera, sentados en sillas de plástico como las que hemos visto en un millón de campings.

Es una idea muy inteligente y muy propia, muy de Final Fantasy XV, que ayuda a que la falta de personalidad de otras áreas se maquille un poco. Leer el combate ya no consiste en comprender qué hace cada una de las piezas que están colocadas en el tablero, sino que también hay que seguir sus pasos, controlar su posición, mover a Noctis mientras se tiene presente dónde está el resto del grupo, esquivar y bloquear ataques en los momentos precisos; sin embargo, el juego solo permite aporrear el botón de ataque por capricho, porque también es posible dejarlo pulsado sin más, y ahí vuelve el recuerdo de Xenoblade Chronicles, con ese combate basado también en la posición y los timings. Es un sistema más flexible de lo que puede dar a entender al principio, pero que despierta comparaciones inevitablemente, y que anima a echar de menos la aproximación a la fauna de Xenoblade Chronicles X, vibrante incluso en los infinitos trayectos anodinos que surgen sin dificultad en este tipo de juegos de rol japoneses de mundo abierto.

En Final Fantasy XV, como decía antes, a cazar nos mandan los encargados de los restaurantes, que tienen una lista de batidas (el término recuerda a Monster Hunter, y la organización también) con una recompensa asociada; funcionan como encargos secundarios, para conseguir dinero y otros recursos, y al principio consisten en buscar y matar a un número determinado de enemigos en una zona concreta del mapa. Digo al principio sin saber qué vendrá después, que es una de mis preocupaciones: al contrario que las misiones secundarias (que son otra entidad, y que, en mi caso, descubrí hablando con un gato: parece que son encargos puntuales de personajes menos importantes), esta lista de batidas solo es, en las primeras horas, una forma de añadir un objetivo extra sin demasiado significado a la sección de misiones del menú principal, casi explícitamente quitándose cualquier tipo de importancia para que no se les considere más que una manera opcional de recolectar materiales. Son una manera de darle una sensación de productividad a muchos pequeños viajes: al menos, pensé alguna vez, así aprovecho para hacer algo mientras voy hasta allí.

No quiero decir que estos objetivos opcionales me hayan resultado molestos o insoportables; al contrario, hice tantos como me fue posible, porque me mata por dentro la posibilidad de llegar a cierto punto en el que me viera sin tal ingrediente o algo de dinero y saber que podría haber conseguido todo eso de haber hecho un par de batidas. Pero lo último que necesita Final Fantasy XV es llevar a la sospecha de que le falta chicha, o que usa las actividades menos interesantes para retrasar artificialmente el avance de la historia; no es la sensación que me dio en mis horas de juego.

Al contrario, vi un buen ritmo muy agradecido; ágil cuando le tocaba (después de que Noctis y sus amigos se enteren de que el reino de Lucis ha sido atacado) y muy maleable cuando se quería representar la despreocupación del road trip entre colegas. El tono de la historia es interesante: mezcla un desarrollo tecnológico prodigioso con el mantenimiento de algunas maneras y tradiciones de otros tiempos. En el juego se mezclan smartphones con periódicos; armas de fuego y vehículos modernos con espadas y lanzas; se nota también en la forma de hablar de Noctis y el resto de personajes jóvenes, mucho más parecida a la nuestra que la de su padre, Regis, rimbombante y como salida de una película de época. Esto da lugar a situaciones muy curiosas: aunque sus móviles se parecen a cualquier Huawei, la información sobre qué hay en los alrededores se la apuntan en un mapa de papel los empleados de gasolineras y restaurantes; donde hay monstruos mecanizados y coches voladores pero las noticias importantes se reciben a través del periódico, por la mañana temprano, como se ha hecho toda la vida. Es un pastiche que Tetsuya Nomura domina.

Mi partida terminó algo después de que las cosas se pusieran serias: cuando el viaje de colegas se cancela y toca ponerse a detener a los malos. Ahí pude ver algo de mazmorreo, varios combates contra criaturas grandes, alguna misión más lineal, más orquestada, dentro de zonas específicas del mundo; todo en orden, porque el combate cumple las más de las veces y el dinamismo de los combates se deshacen de los turnos pero no de otras convenciones de su género, y el mundo abierto deja oportunidades para jugar también con el terreno a la hora de diseñar misiones interesantes alrededor de los combates más grandes.

Las piezas están todas ahí, parece, y en las primeras horas he podido ver varias demostraciones de que Square Enix sabe usarlas; reconozco que no me parece pequeña la responsabilidad de saciar a las masas que esperan justo este Final Fantasy XV, tan ambicioso, tan inmenso, tan prometedor.