Avance de Mario Golf: World Tour

Es difícil entrar en Mario Golf: World Tour. No porque no merezca la pena o no sea un buen juego, sino porque es Mario Golf: a quién le importa. (Ahora es cuando entran en escena los cientos de fans de los juegos deportivos de Mario, imagino.) Mario Tennis Open me sorprendió por cómo conseguía traducir cierta infalibilidad como de Mario Kart a otro deporte, algo que afectaba a la simulación, digamos, pero le iba de maravilla para potenciar su ADN arcade; Mario Golf comparte algo de esto (no por nada los dos vienen de Camelot, el estudio que se lleva encargando de los juegos deportivos de Mario desde hace ya un buen tiempo), con el añadido de conseguir crear esa fantasía de club de golf a la que ya aspiraban en anteriores entregas. No es un Mario Golf RPG, pero tampoco apuesta por la austeridad de los menús estáticos de Tennis Open: podemos pasear por el club, interactuar con sus visitantes y usarlo para navegar por las distintas opciones, aunque la progresión del personaje tenga menos peso (ningún peso, en este caso) y la cosa dependa al cien por cien de nosotros, de nuestra habilidad usando los palos. Lo mejor es dejar de lado el modo de control fácil, que elimina pasos en el golpe y nos ofrece un menor control del efecto de la pelota, y ponernos cuanto antes con los controles completos. Aquí es donde Mario Golf enseña más rápido sus cartas: los colorines y el estilo Nintendo pueden despistar, pero aquí hay mucho que arañar. No todo va hacia el lado de la simulación (a no ser que en la vida real se puedan usar flores de fuego para potenciar la pelota, claro), pero sí hacia crear una experiencia golfística con cierta profundidad. Igual que con Everybody’s Golf (otra serie de arcades de golf que, sorpresa, fue creada también por Camelot, aunque para consolas Sony), aquí se consigue un equilibrio muy interesante entre fantasía y realismo: la ficción del juego no interfiere demasiado en la sensación de estar jugando a golf de verdad, algo que acaba haciéndole al juego bastante bien. Puede que combinar una flor de fuego con un efecto exagerado para hacer hoyo debajo del agua no sea especialmente realista, pero la sensación sí es similar a la del mundo real. Me recuerda un poco a lo que intenta Nintendo Pocket Football Club: no esconde su intención de ser un videojuego en el sentido más tradicional (diversión por encima de todo, algo en lo que Nintendo intenta no fallar), pero aun así quiere representar con cierta fidelidad las sensaciones del deporte en el que se basa. Hay unas cuantas formas de enfrentarse al juego. Está el modo campaña, que nos pone a patearnos el club progresando en distintos torneos y mejorando nuestro equipo o tuneando la apariencia de nuestro Mii, y también hay modos más rápidos, en los que podemos hacer recorridos sueltos, y, claro, el multijugador, en el que nos vemos las caras con otros jugadores. No pude probar el multijugador, pero tengo ganas: me fío de Camelot después de Mario Tennis Open, que no tenía las opciones más avanzadas pero daba para echarle un buen puñado de horas compitiendo contra desconocidos. A principios de mayo estará disponible Mario Golf: World Tour; queda mucho por ver, pero de momento me quiero quedar con lo que tiene de infalible la fórmula de los juegos de golf (se inventó una mecánica y ahí sigue, fresca como el primer día, en parte porque no salen muchos: tampoco es que sea el deporte más popular) y la maña de Camelot para coger al fontanero y coleguillas y ponerlos a hacer deporte de todas las formas que se les ocurren. Le seguimos la pista, a ver qué pasa.