Max Payne 3: São Paulo noire

La mañana siguiente de mi visita a las oficinas de Rockstar Games en Madrid me reúno con mis compañeros en el Bar Martínez para tomar el primer café de la mañana. ¿Qué tal el Max Payne 3?, pregunta chiconuclear. Muy guapo, me ha dejado con muchas ganas de más, es la hostia, contesto. ¿Jugaste a los otros dos?, me pregunta el Pui. No.

¡¿Cómo?! Espera, espera, espera… ¡¿Estás diciendo que no jugaste a los Max Payne?!, exclama el Pui sorprendido, como si acabase de descubrir algún tipo de secreto. No, no los jugué.

Del mismo modo, que no los jugara en su momento no fue impedimento para que una vez con el mando de Xbox 360 en las manos y Max Payne 3 ante mis narices no supiera que estaba controlando a una de las auténticas leyendas de los videojuegos de la pasada década. Sí, ese tío capaz de saltar a cámara lenta vaciando por el camino cargadores enteros de Beretta; ese carismático ex-policía que representó para los juegos lo que John McClane para las pelis de acción a finales de los ochenta; esa media sonrisilla imperturbable de Sam Lake; esa historia contada a base de monólogos interiores a lo Spade-Marlowe y ejecutada como en un sueño húmedo de John Woo. Respeto.

Todos estos elementos que convirtieron a Max Payne en el tío más molón del panorama de los videojuegos de entonces siguen presentes en esta tercera entrega que aparece casi diez años después de su última aventura. Sí, siguen ahí a pesar de lo que pudiera parecer en un principio. Y bueno, si la imagen de un Max calvo con camisa hawaiana en medio de São Paulo os había asustado tenéis que hacéroslo mirar; si simplemente os pareció curioso no tenéis nada que temer porque aunque Remedy Entertainment ya no está dentro Rockstar no tan solo ha respetado los cimientos de la saga sino que los ha potenciado con su propio toque.

Lo que más me ha sorprendido durante las dos misiones que he podido catar ha sido la fluidez con la que se desarrolla toda la aventura, y es que en Max Payne 3 NO HAY TIEMPOS DE CARGA. Desde que le damos al START las partes jugables y las partes narrativas se funden en un gameplay que no nos deja un momento de respiro. La transición entre lo que en otros juegos es una cinemática en Max Payne 3 se funde con el juego como si fuera una único plano secuencia. La cámara, que es más inteligente que el jugador, siempre está allí donde tiene que estar; no hay cortes entre las animaciones para momentos específicos y el resto.

Al mismo tiempo, sobre el ritmo imparable de la acción y de las estupendas escenas de diálogo (con el Rockstar seal of approval) se superponen todo tipo de efectos estéticos, palabras, desenfoques y ruido que le dan a Max Payne 3 el toque cómic que tenían sus predecesores.

Sumadle a todo este ritmo vertiginoso unas animaciones que están a otro nivel, y de nuevo os hablo de ese algo intangible que es la sensación de que todo fluye. Max no es un cúmulo de polígonos antropomórfico que flota sobre el escenario, de verdad da la sensación que está allí, que tiene peso. Cuando saltamos por el aire a cámara lenta y caemos al suelo encontrando un obstáculo casi podemos sentir el dolor que le estamos haciendo a nuestro personaje. Max se levanta con cierta lentitud de cada caída, de hecho parece que se mueva un poco lento, pero esto es algo que le aporta una enorme verosimilitud a sus movimientos. Por suerte, compensa esta realista lentitud con un versatilidad pocas veces vista en un juego de acción.

En Max Payne 3 podemos disparar casi desde cualquier posición, dando vueltas por el suelo, en el aire, mientras nos arrastramos por las paredes… Al principio cuesta un poco controlar todas las opciones que se nos ofrecen, pero a la que nos acostumbremos a la configuración del mando empezaremos a crear; y me gustaría subrayar la palabra crear porque es aquí donde encontramos el verdadero corazón del juego; en las enormes posibilidades de nuestro personaje y en la gran variedad de formas que tenemos de afrontar cada situación.

Se ha comentado mucho lo de las coreografías de acción pero, sinceramente, dejémosle las coreografías a Bayonetta. Lo que veo en pantalla cuando Max salta como un kamikaze loco sobre un grupo de seis enemigos es una auténtica salvajada. Es el estilo siempre ofensivo y desbocado de Max Payne, algo que el juego se encarga de puntuar con un seguimiento de la acción que, como decía, siempre nos muestra la acción desde el mejor ángulo, dando como resultado auténticos momentazos. ¿Recordáis cuando en el primer Max Payne acabábamos con el último enemigo con una espectacular secuencia a cámara lenta? Esto sigue presente y potenciado en esta entrega con unos planos siempre distintos que el motor del juego se encarga de editar en tiempo real.

En esta primera sesión de juego el control de Max me ha parecido tan muy bien ajustado que hasta tengo miedo que el propio juego no le saque todo el partido que puede dar. Es algo en lo que pensaba mientras avanzaba por los dos niveles de São Paulo que pude probar. Uno de ellos se desarrollaba en un gran estadio de futbol y me sirvió para comprobar el gigantesco nivel de detalle que tienen los escenarios. En gran parte ayuda el hecho que estamos ante un juego cien por cien lineal, pero os digo que olvidaréis esto cuando avancéis por los niveles. Destacaría sobre todo el nivel de destructibilidad de los escenarios que está a un nivel casi enfermizo, y también ese empeño tan típico de Rockstar de llenarlo todo de pequeños detalles, casi imperceptibles, pero que parece que suman en ese subconsciente que hace que nos creamos todo el tinglado.

Me voy fijando en todos estos detalles mientras Max se queja e ironiza de todo lo que va pasando. De nuevo la genial voz de James McCaffrey le da ese toque de tío duro carismático que nos pone en el papel. Ahí está, con su camisa de lino estilo cubano manchada y tan abierta como para mostrar esa Imperio que solo llevan los más machotes. Max es un personaje muy vivo que se queja de las heridas que va sufriendo, se quita el sudor de la frente, y sopla de cansancio cuando encuentra una pared en la que darse un breve respiro.

Así, a golpe de analgésico (porque aquí no hay vida que se regenere sola, amigos) y de golpes va uno avanzando por este juego de acción salvaje. Es realmente adictivo, clásico en algunos planteamientos, fresco en otros, versátil en su control y muy fresco gracias al hecho de ambientarse en un entorno tan pocos veces visto en un juego como São Paulo. Lo único que temo es que acabe siendo un poco repetitivo, pero de momento dudo que llegue a pasarle.

Ahora mismo sólo tengo ganas de jugar a Max Payne 3. Es por eso que acabo de comprarme el bundle con los dos primeros juegos en Steam, porque tengo el mono. Así, mientras me redimo de mis pecados del pasado hago tiempo para el próximo mes de mayo.