Ninja Gaiden 3 es muy diferente, pero muy igual

Puedo escoger entre Normal y Difícil, en la categoría «Ninja», o ir a la izquierda en ese menú para ser solo un «Héroe». No lo acabo de entender, la verdad, pero tengo la impresión de estar ante otro eufemismo demasiado complejo para no herir sensibilidades, para llamar inexpertos a los mancos de toda la vida. Pues Normal, va.

Algo más de media hora me dura la demo, sin morir una sola vez y, peor, sin sentirme amenazado, sin esa agradable presión por hacer las cosas bien. Ahora en Difícil, que no se diga… y esto ya es otra cosa. Por culpa sobre todo de los malnacidos con lanzacohetes y del primer jefe final serio, pero otra cosa al fin y al cabo.

No sigamos por ahí de momento; con solo un par de capítulos en una versión lejos de ser final, posiblemente alterada para mostrar mejor vete a saber qué en ferias y eventos de aquí y de allá, no tiene mucho sentido sacar conclusiones sobre la dificultad de Ninja Gaiden 3. Toca, por ahora, centrarse en las novedades que la acabarán condicionando en mayor o menor medida. Ajustes en el combate, nuevas posibilidades y pequeños cambios que no modifican radicalmente la fina respuesta de Ryu Hayabusa, pero sí pueden levantar alguna ceja. El desplazamiento sigue siendo ágil, repetimos con golpe rápido y golpe fuerte, los proyectiles vuelven a ser tan inútiles como siempre… pero algo nuevo pasa a los pocos katanazos: una especie de ejecución, hundiendo la espada de forma más explícita se presenta con un QTE tímido y permisivo —hay que pulsar un botón, dos cuando el enemigo es algo más duro, pero hay tiempo y admite error—, que se puede ir empalmando para despachar terroristas con un único movimiento. No pasa siempre —ni tengo claro si exige cumplir algún requisito o es aleatorio—, pero su eficacia se antoja excesiva.

Tiene que ver esto con la intención de reflejar la parte más dura del trabajo del ninja, de intentar que el jugador note «el acero en los huesos» y se pare a pensar en la sangre con la que ha puesto perdido el suelo. Palabras mayores, demasiado, que muy probablemente acabarán reducidas a un par de escenas facilonas. Lo es la primera, con uno de los malos suplica por su vida —«no debería haber aceptado este trabajo», «tengo familia»— sin saber que no tenemos opción de perdonarle; Ryu se acerca andando, lentamente, y espera con paciencia que pulsemos cualquier botón para realizar el típico tajo en diagonal, de hombro a estómago. – ¿Te has cuestionado algo con las veinte muertes de antes? – Mmmm…. nop. – ¿Y con este pobre señor? – Tampoco, la verdad. – Bah, déjalo. Aquí van doscientos más. Falta sutileza y sin eso no habrá implicación.

Hace falta algo más, también, para justificar el adiós a los desmembramientos, pues había implicaciones jugables importantes en esa mecánica: las mutilaciones reforzaban la importancia de unos contrataques que ahora no lucen igual y que me han parecido ligeramente más toscos.

También el argumento se preocupa por humanizar al protagonista, con esa maldición en el brazo que le devuelve el dolor de todas sus víctimas. Quien se la lanza, el tipo con la túnica roja y la máscara, tiene madera de rival —el primer enfrentamiento, con detalles interesantes como un cambio de escenario en plan Dead or Alive, es sin duda lo mejor de este anticipo—, pero no encaja como líder de un grupo terrorista, exigiendo por videoconferencia la rendición de todas las naciones del mundo si no quieren pringar en cosa de una semana.

Recuerdo perfectamente que el guión ya era ridículo en las dos entregas anteriores y no tengo ningún problema con eso, ojo. La diferencia es que Itagaki nunca puso la moralidad, el martirio y la redención sobre la mesa.

Tampoco hace ningún favor la trama, como mínimo al arrancar, por las localizaciones que visita; acabo de estar tanto en Londres como en el desierto de Rub’ al Khali —dos de dos— con la última del amigo Drake y no hay color. Son cosas distintas, el título para la primera Xbox puso el listón muy alto, la suavidad es lo más importante aquí… Todo lo que queráis, sí, pero el estancamiento de la saga en lo técnico empieza a pesar demasiado: nada sorprende, nada se ve especialmente mejor que la última vez.

Este Team Ninja sin cabeza visible de cara picada no va a tener problemas acabar de dar forma a un juego más que entretenido: la base que hereda es demasiado buena como para llevar a otra cosa. Pero no pasa de eso, no llega a ilusionar, lo visto hasta ahora. Es demasiado poco, recalco: facilidades como el ataque de carga sin grados, que con unos pocos segundos está listo para acabar con tres enemigos, un Ninpo que se rellena con prisas y una barra de salud que se recupera con frecuencia pueden variar hasta marzo. Carajo, en la demo no hay listado de movimientos —tampoco la necesito: lo del Inuza Drop es como ir en bici— ni tengo claro qué pasará con los orbes o las otras armas, ausentes de momento salvo por un arco militar. Y después está el multijugador, cooperativo y competitivo, que tampoco ha encontrado su sitio en esta versión.

Con novedades anecdóticas como lo de escalar paredes con los kunai o el sigilo con calzador, con retoques en partes que no los pedían y sin cambios donde más falta hacen, es posible que Ninja Gaiden 3 pase por caminos que le convienen poco para acabar siendo, como diría Jota —pensador y amigo de Haru en cantidades parecidas—, «muy diferente pero muy igual».